domingo, 25 de junio de 2023

76. Appeltaart


     Cándida, Daniel y Trini me ayudaron a recoger la mesa mientras Sofía se encargaba de poner los cubiertos para el postre. Leonardo, solícito nos ofreció su ayuda pero consideramos que cuatro personas pululando por la cocina era más que suficiente para achicar el espacio por el que tropezábamos unos con otros. Conforme se unió a la conversación que Alonso y Claudio mantenían y la monopolizó contado historias sucedidas en el taxi que a los viejos amigos hicieron reír.

    Sentados entorno a la mesa, la appeltaart fue elogiada con la misma generosidad que los comensales habían desprendido con la lubina.
    -Sabéis, detrás de las reservas de Sancha hay un historia -Cándida interrumpió inesperadamente los murmullos derivados de conversaciones entre los comensales y me miró buscando la aprobación que le di. No sé que pretendía contar, pero estaba cansada de ocultarme detrás de la discreción-. Perdió a sus padres en un accidente de tráfico. Era muy pequeña, apenas tenía unos meses. Sus abuelos paternos se hicieron cargo de ella. La internaron en un colegio de monjas de mucho parné y en las vacaciones la encerraban en una habitación de su casa... Figuraos lo que es vivir sin cariño.
    -Y engañada -inquirió  Leonardo al tanto del descubrimiento reciente sobre mi familia.
    Alonso tomo la palabra.
  -Me consta que entre los presentes hay lectores infatigables. Imaginad que el protagonista del libro que leéis es exactamente igual que vosotros físicamente, incluyo compartís con él apellido -se detuvo dos segundos antes de continuar creando expectación- y que un día uno de los personajes os cita para que os veáis y al poco tiempo, otro de los personajes quiere trataros... y poco a poco vais conociendo a más personajes por casualidad.
    -¡Qué pasada! -Sofía no escondió su entusiasmo.
    -Sancha recibió el encargo de traducir al neerlandés un manuscrito con personajes que saltaron de las páginas escritas a la realidad.
    -La chica del pelo corto... -Trini pensativa relacionó lo que acababa de oír con lo que presenció-. Te dejó una nota -se dirigió a mí-. Recuerdo que te dio una bajada de tensión cuando la leíste.    
    Confirmé con un movimiento de cabeza que Trini estaba en lo cierto.
    -Esas personas confundieron a Sancha con su hermana, a la que conocí hace años, como la confundí yo la mañana que la recogí en el aeropuerto cuando llegó a Madrid -Leonardo sonrió modestamente-. Cintia me mencionó en sus memorias.
    -Vaya... Tenemos que cenar juntos más a menudo -Sofía no salía de su asombro, para ella eramos caldo de novela.    
    -Mi hermana gemela -miré a Daniel incisiva- escribió unas memorias que una persona hizo llegar a mis manos a través de la editorial con el pretexto de que la tradujera como si fuera un trabajo más. La intención era que supiera que tenía una  familia en Madrid que los Van Heley me ocultaron.
    -Los Van Heley eran sus abuelos -aclaró Alonso.
    -Las fotos que vi... -Daniel intervino desconcertado.
   -No soy yo. Es mi hermana. Mi vida no es tan intensa como imaginas. La sola vez que me casé fue con Dios, pero eso ya lo sabías.
    -¡Eres monja! -la espontaneidad de Sofía nos arrancó unas risas contenidas. 
    -Lo fui.
    -¿Qué es eso de las fotos? -preguntó Cándida masticando con la boca abierta.
    -La tarde que se desmayó en la calle y la llevé al hospital se le cayeron las fotos de una niña y de un mujer exactamente igual a ella en los días de sus dos bodas. Pensé que era Sancha. Son idénticas.
    -Y sentenciaste que nos estaba engañando... como si lo viera... hijo desde pequeño eres muy peliculero.
    -¿Conoces la identidad de la persona que te extrajo del obscuracismo y la relación que tiene con tu familia? -quiso saber Claudio.
    -Desde hace unos días. El responsable de mandar el manuscrito a la editorial fue  el mayordomo del ex marido de mi hermana. Es una historia larga pero en resumidas cuentas me localizaron en Madrid y me he reunido con Federico Osorio varias veces en su casa. Me contó lo que lo Van Heley hicieron creer a mis padres que no había sobrevivido a las lesiones sufridas en el parto al nacer.
    -¡Qué barbaridad! ¡Virgen Santa! -Trini se santiguó.
    -¿Tus padres viven? -A Cándida se le humedecieron los ojos.
    -Sí. El accidente de tráfico fue otras de las invenciones de los Van Heley.
   -Te secuestraron -no lo había considerado de ese modo hasta que Daniel lo manifestó en voz alta.
    -Tienes un vida novelable -la escritora se hizo oír en la voz de Sofía.
    -A mi pesar.
    -Y esa es la razón por la aterrizaste en Madrid -dio por hecho Claudio.
    Les miré con inquietud. Había llegado el momento de desvelar lo que le hice a Jenkin... Sin querer.


NOTAS DE INTERÉS

Appeltaart: tarta de manzana.

sábado, 24 de junio de 2023

75. La comida

 

    Elegí una bombonera con forma de cáliz de cristal tallado que sostenía sobre un pie de plata esculpido con los mismos pétalos que decoraban la tapadera del mismo mineral. Lo visualicé encima de la mesa blanca que los Brouwer tenían en la sala de estar, a cincuenta centímetros de los pesados y voluminosos libros sobre arte, cuya función ornamental  prevalecía sobre el interés de sus propietarios acerca de la disciplinas plásticas.
    
    El silencio se impuso entre ambas los segundos que Antje tardó en procesar la propuesta que le hice de comer juntas, embargada por la extrañeza o la sorpresa de mi llamada, antes de decidir aceptar. Después de enterarse de que Siem era el padre del hijo que esperaba, se distanció de mí, tal vez porque los remordimientos la abrumaban y no podía mirarme con la naturalidad de antes. 
    
    Un jueves a las doce y media fue el día y la hora acordada para encontrarnos a la puerta del restaurante que elegí  por haber estado en él otras veces. Allí me sentía cómoda. En mi territorio.
    El abrazo que nos dimos al saludarnos fue seco y de fingida cortesía, como si ninguna de la dos supiera a que atenerse o que esperar de la otra. La desconfianza fue un comensal más en la mesa. 
     Al entregarle la caja que contenía la bombonera, el asombro por el inesperado presente fue mayúsculo. Sus ojos reflejaron emoción en una mirada tibia que intentó mantener como complemento a la coraza con la que se había armado para reunirse conmigo.
    -Es un detalle en agradecimiento a las veces que has estado a mi lado cuando lo necesitaba.
    La estudié minuciosamente por si mis palabras causaban algún tipo de emoción o reacción en ella.
    -Es mi trabajo y eras tú. 
  -Aún así. No puedo compensar las horas que dedicaste a cuidarme, pero al menos quería que supieras que no olvidaré lo que has hecho por mí.
    Tragó saliva discretamente. Alzó el cáliz a la altura de la vista para ocultar su rostro y rehacerse en la mujer dura que se sentaba frente a mí. 
    -Es preciosa. Gracias.
    -La vi en una tienda donde he comprado algunas cosas para casa. Estos días estoy amueblándola con lo básico para instalarme.
    -¿Te mudas?
    Confirmé con la cabeza mientras nos servían el mosterdoep que había pedido ella y erwtensoep para mí, aunque ninguna de la dos tenía hambre.
    -Me gusta el apartamento donde vivo pero quería alejarme del barrio y he comprado una pequeña casa.
    -¿Por alguna razón en particular?
    Me quedé pensativa dándole vueltas con la cuchara a la sopa.
    -Por varias, supongo. Los últimos dos meses han sido complicados, por el aborto -volvió a tragar saliva- y por Niek... Conoces a su hermana Heleentje Van der Berg -asintió con la cabeza-. Era el asesor financiero de la familia. A los Van Heley les pareció el cándidato perfecto para su nieta y le invitaban a menudo a casa para que congeniáramos. Esas veces en cuanto podía me escabullía para pasar el tiempo justo en la misma estancia que él. Desde que me lo presentaron percibí que era igual que su hermana. El tiempo me ha dado razón.
    -Tenía entendido que estábais prometidos.
    Esa información sólo podía provenir del entorno de los Van der Berg. Antje acababa de confirmar con su aportación que había hablado con Heleentje.
    -Esa era la pretensión de Niek. Cuando me pidió que formalizáramos una relación inexistente, no acepté. Sin embargo Godelieve y Huub tenían herramientas para presionarme y obligarme a aceptar el compromiso -recordé la tarde que les comuniqué lo que estaba a punto de contarle a Antje con un sentimiento de triunfo. No se salieron con la suya. Tomé la riendas de mi vida y fui paciente- No lo lograron. Decidí ingresar en el convento que fue mi hogar durante siete años.
    Antje bosquejó una combinación de asombro y expectación en su rostro.
    -¿Te hiciste monja? -dejó el tenedor y el cuchillo que sostenía y juntó sus manos debajo de la barbilla- Quizás habían otras alternativas como simplemente cambiar de ciudad, de país...
    -Créeme es la mejor determinación que tomé. Abandoné el convento hace poco más de un año y medio. En Santa Coba encontré mucha paz- sonreí viéndome caminar entre los cultivos de tulipanes-. Los Van Heley no admitían más opción que la del matrimonio, así que les complací con la salvedad de elegir al marido... Hace unas semanas coincidí con Niek en un puesto del frutas del Cuyp. No le agradó verme sin el hábito y me increpó. Me siguió hasta casa. Esto lo he sabido hace poco. Es el motivo principal por el que me mudo. No quiero estar a su alcance. 
    -Si crees que puede hacerte daño, deberías denunciarle.
    -Los hermanos Van der Berg actúan de forma sibilina. La mañana de la que te hablo, cuando me siguió, me hizo unas fotos saludando a un conocido de ambos. Me dejaron las instantáneas en el buzón con una nota anónima informándome que la esposa del hombre al que saludé sabía que iba a tener un hijo suyo... Le hicieron creer una falacia- Antje tragó la siguiente cucharada de sopa con dificultad.
    Unos segundos de silencio con la vista puesta en nuestros respectivos cuencos.
    -¿Qué sentiste cuando viste la mano de Jenkin sobre mi vientre?
    Su mejillas simularon el color de los pimientos rojos.
    -Yo... yo no he visto la fotos.
 Se delató. Las personas acorraladas mienten hasta que les es imposible seguir haciéndolo.
 -Claro que no, me refiero en el hospital, cuando vino a verme, estabas en la habitación, ¿recuerdas?
    No tenía salida, esa situación no se había producido.
    -Buenos... es médico, las exploraciones son habituales...
    Se limpió los labios con la servilleta.
    -¿Si lo hubiera hecho en la calle le habrías adjudicado por un gesto afectuoso la paternidad de mi hijo?
    -No. Te conocemos desde que eras una niña...
    Cada vez estaba más nerviosa.
    Sonreí con tristeza.
    -Yo hubiera esperado que me llamaras para contarme que te habían enseñado unas fotos.
    -Lo habría hecho -adujo.
    -No podemos cambiar lo que ya no tiene remedio.
  La despedida fue aún más fría que el saludo inicial. Antje sabía que le había descubierto.
    
 
NOTA DE INTERÉS  

Mosterdsoep: sopa de mostaza que se cocina con puerros y a la que se le puede añadir  un trozo de tocino frito.

 Erwtensoep: sopa de guisantes que suele tomarse para cenar, a menudo se acompaña con un salchicha.
    
    
  

domingo, 18 de junio de 2023

74. Entre amigos

    Entorno a la mesa ovalada, con la lubina servida y los comensales inmersos en conversaciones cruzadas, contemplé la escena como Claudio me recomendó que observara los problemas, desde fuera para tomar perspectiva. Concluí que ese momento, lleno de murmullos, sonrisas y los rostros relajados de quienes hasta hacía dos meses eran extraños, sería uno de los que recordaría con nostalgia.
    Claudio y Alonso, con paladares expertos, alabaron la textura y el sabor del pescado y la habilidad para darle el punto exacto. A Cándida le pareció que estaba de rechupete y a Leonardo, sentado a mi lado en la esquina de la mesa, frente a Cándida, deliciosa. Trini me pidió la receta. Daniel entre dientes y con mirada huidiza reconoció que no estaba mal y Sofía agradeció que apenas tuviera espinas antes de decir que estaba rica. Les agradecí la generosas valoraciones.
    -Es impredecible lo que nos deparará el mañana, -Claudio alzó la voz- pero deberíamos instaurar una vez al año un reunión como esta, entre amigos, con buena mesa, mientras los años, el cuerpo y la propia vida nos asista.
    -Me temo que seré el primero en causar baja -Alonso se pronunció con una sonrisa triste.
    -Bisa, ni si quiera tú puedes predecir eso - Sofía, sentada a su lado le besó la mejilla.
    Me emocionó ver el gesto de cariño entre bisabuelo y biznieta. Habría prescindido de las comodidades con las que me crié a cambio de que los Van Heley me hubieran querido. Cándida interpretó el brillo de mis ojos, atenta a mi estado de ánimo desde que le dijera que me marchaba, e intervino.
    -Tendrás que volvernos a cocina cuando nos visite y espero que no tardes en hacerlo.    
    -En Amsterdam debo atender algunos asuntos que me mantendrán alejada un tiempo, pero si tras la cena de esa noche sigo contando con su amistad, volveremos a vernos.
    -Sancha enigmática -Claudio me definió alzando la copa de vino blanco a modo de brindis en mi dirección antes de tomar un sorbo.
    -Misteriosa -añadió Daniel, ocupando una silla delante de mí, entre su madre y el filósofo, con el aplomo de su mirada asediéndome.
    -Carismática -Alonso, a mi vera, frunció el ceño pensativo.
    -Sensible -en las breves conversaciones mantenidas con Trini, no recuerdo ninguna en que no definiera mi estado de ánimo.
    -Valiente -en absoluto lo era, pero Leonardo había sido testigo de mi determinación, no sin titubeos callados.
    -Cosmopolita -miré a Sofía en el otro extremo de la mesa extrañada por el adjetivo- Has estado en más ciudades europeas que yo.
    -Mi querida biznieta quiere conocer el mundo para atraparlo con palabras en unas cuantas hojas.
    -Amsterdam te encantará, espero tu visita.
    -¿De verdad?
    -Cuando quieras.
    -Fuerte -Cándida nos interrumpió -aunque a veces no crea que lo es.
    -La tendencia del ser humano es menoscabar sus cualidades y virtudes -reflexionó Isasi.
    -La consideración que me tienen responde a la parte de mí que conocen o piensan que oculto. Al final de la velada esas percepciones pueden variar -medité unos segundos-. Estoy convencida de que lo hará, pero aún así, no quiero marcharme sin despejar todas las dudas que por mi conducta introvertida hayan surgido sobre mí.
    -Esta cena cada minuto que pasa me gusta más -el más dicharachero con diferencia se entusiasmó con arranque transcendental.
    -Todos tenemos secretos -la naturalidad de Sofía acaparó el interés general. Los secretos de una chica de su edad probablemente eran aún inofensivos-. Secretos sin importancia, claro...
    -Algunos secretos con el paso de los años se desinflan y se transforman en anécdotas -sopesó Alonso pinchando un trozo de patata y un trozo de lubina.
    -¿Cuál es la diferencia entre mentir y reservarse información? -inquirió Daniel.
    -Mentir es dar una información siendo consciente el sujeto que no es verdad, sin embargo, reservarse la información alude a la nula disposición de compartirla -Claudió se atusó la barba con los dedos.
    -Ocultar lo que se sabe podría considerarse mentir sin pronunciar palabra -insistió Daniel clavándome la mirada como si fueran dardos.
    -Si las palabras no intervienen no hay engaño -dilucidí.
  -¿Un poco de tarta de manzana al estilo holandés? -Cándida observó que los invitados habían terminado el primer plato-. Lo mejor siempre está por llegar y la noche aún no ha terminado. 
    Cándida estaba en lo cierto.

73. Sospechas

 

    La mañana que me citaron en el hospital para una revisión, una semana después de la intervención, el cirujano me preguntó si había tomado algún alimento o bebida que provocara la dilatación del útero y la hemorragia. Me explicó que el riesgo de aborto era más probable durante las diez primeras semanas que una vez superado la dieciséis, como había sido en mi caso.
Le conté que en el momento que empezaron los pinchazo tomaba una infusión.
    -¿De qué era?
    Antje depositó encima de la mesa de centro que flanqueaba el sofá blanco del salón en tonos tostados de su casa, una tetera que contenía el líquido. Al servirlo en la taza, el aroma de la meta me inundó las fosas nasales con su frescor como luego haría en el paladar. La anfitriona me sirvió dos tazas mencionando que le gustaba mucho la marca de la infusión porque potenciaba el sabor de loas hierbas en su distintas variedades.
    -Menta - poleo -dije confusa.
    La expresión del ginecólogo varió ligeramente. Un gesto casi imperceptible que fue fundamental para darme cuenta de que no había cuidado lo bastante al bebé.
    -La infusión que tomó contiene pelugona y monterpeno, son sustancias tóxicas que en estado de gestación pueden producir daños de tipo renal, hepático e incluso neurológico. También puede provocar mal formaciones en el feto. Es posible que influyera en la causa  que desencadenó la hemorragia.
    
    Con la nota anónima que dejaron en le buzón,  estaba segura que los Van der Berg, en las manos, arremolinada en el sofá del apartamento, me esforcé por recordar las tres últimas semanas en la que la rutina diaria había estado salpicada por hechos inesperados. La llamada de Antje invitándome a su casa para ponernos al día me sorprendió. Ahora sé que fue un pretexto. Analicé los matices de su voz de ese día. La percibí afectuosa, con un deje serio que adjudiqué al cansancio de las guardias. En nuestro encuentro se mostró cariñosa, tal vez en exceso y habladora. La incontinencia verbal no me llamó la atención entonces, supuse que se debía a que le apetecía que pasáramos un ratos juntas por el aprecio que me constaba que me tenía desde años atrás. Cuando empecé a encontrarme mal,  su actitud fue el mismo de otras veces en las que me había acompañado al hospital para cerciorarse de que me recuperaría. Esa vez esperaba lo que sucedió horas después.
    
    "Antje sabe que ere la amante de su marido y que parirás un bastardo suyo."

    Leí y releí el mensaje... ¿Y si no era un farol? ¿Y si Heleentje había inventado una historia que Antje había creído? ¿y si le había enseñado la fotos que me hizo llegar con la nota? Aún en ese extremo, que Antje tomara la drástica decisión de provocarme un aborto era inconcebible. Se habría dejado llevar por el despecho y habría actuado como la mujer sin escrúpulos que nunca hubiera pensado que podría ser. La Antje sensata y reflexiva a la que admiraba y a la que quería parecerme de niña, habría sido engullida por la ira. No se diferenciaría tanto de Heleentje. Sólo había una manera de despejar las dudas: enfrentándome a ella.

  

sábado, 17 de junio de 2023

72. Preparativos

Las cebollas cortadas en rodajas de cuatro centímetros de grosor y las patatas aliñadas con un poco de sal, pimienta negra a discreción y romero acompañaron los filetes de lubina al horno.
    En dos días volvía a casa,  pero antes desvelaría a las personas que habían hecho la estancia en Madrid agradable, los enigmas resueltos de mi vida.
    Mientras cortaba el hojaldre en rectángulos largos para la appeltaart me entretuve recordando cómo había conocido a cada uno de los invitados de esa noche. Al pisar la capital, Popucho,  al que le agradaba que le llamáramos por su nombre, evitado durante años porque era como se dirigía a él la mujer que le dejó por otro hombre, me llevó al hostal de Cándida, que en la fugaz conversación telefónica que tuve con ella se mostró cortante, y al registrarme en el mostrador su amabilidad no sufrió viraje. A Leonardo quise perderle de vista al bajar del taxi por su conducta vigilante, desconociendo que sería una pieza fundamental más adelante. A Daniel y a Claudio les conocí el mismo día. El policía entró sigilosamente en el comedor de su madre mientras desayunábamos provocando que me atragantara. Sus ojos marrones a pocos centímetros de los míos, aún los conservo en la memorias, preguntándome si estaba bien. Con el profesor de filosofía coincidí en la cena que Cándida brindó a sus dos únicos huéspedes de esa noche. El primero me atemorizó por su profesión y desarrollé una irracional animadversión hacia él. Al segundo le atribuí la osadía de inmiscuirse en mi asuntos. Me sentí amenazada por ambos.
   Alonso se ganó mi simpatía desde aquella tarde temprana en que me saludó con la mano desde el interior de "El hidalgo". A Sofía la conocí cuando entré a preguntar por la edición de Memorias de una jeta. La ilusión y complacencia de su mirada me trasladó a la época en que tenía su edad y quería ser libre. Ella anhelaba ser escritora.

    A las cuatro de de la tarde estaba en la cocina del bajo preparando el menú que degustarían los comensales. Cándida me cedió su casa para celebrar el encuentro entusiasmada. Después de comer juntas planeando la noche, mientras yo me esmeraba en el cocinado, ella se encargaba de preparar la mesa con detalle. Viendo la determinación con la que entraba y salía del habitáculo culinario, ponía y quitaba elementos varios, probando combinaciones de manteles y servilletas, vajilla y cubiertos, canturreando, me percaté de que el acontecimiento no sólo era importante para mí, para ella era un rato de distracción con Leonardo. Cualquier excusa era idónea para pasar tiempo juntos, aunque ninguno de los dos se atreviera a proponer al otro dejarse de pretextos y reconocer que les apetecía compartir todos los días un momento de esparcimiento.

    El primero en llegar fue Daniel, sobre las siete de la tarde, para echar una mano en lo que hiciera falta. Estuvo interrogando a su madre sobre el taxista con el que últimamente estaba muy habladora. Desde la cocina oyendo las evasivas de Cándida, sonreí pensando que la voz temblorosa respondía a los sentimientos que empezaba a albergar por Popucho, que fue el segundo en hacer acto de presencia con una bandeja de canapés elaborados por el mismo con sumo mimo.
    -¿Para qué se ha molestado, hombre? -Cándida dejó la bandeja en el centro de la mesa pequeña dispuesta delante del sofá como si el detalle fuera solo para ella.
    -Es lo menos que podía hacer.
    -Voy a la cocina a ver si Sancha necesita ayuda.
    -No desatiendas al compañero. Me ocupo yo... ¿Leonardo, una cerveza?
    -Mejor un zumo, si no es molestia - Leonardo se sentó mientras Cándida retiraba el papel de aluminio que cubrían los canapés.
    -Marchando.
    Al entrar en al cocina me preguntó dubitativo si había zumo.
    -Tu madre ha comprado botellines esta mañana. Hay en la nevera y en la despensa.
    -Parece que conoce bien los gustos del conductor...
    -Es una anfitriona excepcional... -me lavé la manos y me las sequé con un paño-. Es un buen hombre... Y sensible. Cuidado con el tercer grado.
    Interpreté en la tez divertida de Daniel que estaba dispuesto a avasallarles a preguntas en el comedor.
    -Voy a comprobarlo.
    Por suerte para la pareja, Claudio golpeó la puerta con los nudillos al poco rato, trayendo consigo una caja con dos botellas de vino blanco que casaban a la perfección con la lubina.
    Alonso y Sofía cerraron diez minutos antes la librería para ser puntuales a la cita de las ocho en el hostal. Salí de la cocina para saludarles con el delantal puesto. Cándida asomó la cabeza por la puerta de entrada para pedirle a Trini que echara el cerrojo y se uniera a nosotros. Era otra de mis invitadas.
    Ver a un grupo tan variopinto, departiendo y riendo, me puso nerviosa. Esa noche iban a cambiar muchas cosas.
   

domingo, 11 de junio de 2023

71. Persecución

 
    Niek no me perdió de vista llegar a mi apartamento. Entró en el edificio y constató por mi nombre escrito en buzón que vivía allí.
    Me reincorporé al trabajo a los dos días de salir del hospital. Tenía algunas molestias al caminar, pero prefería ir a la editorial a trabajar que hacerlo desde casa, donde las paredes se me caían encima. Un día al abrir el buzón encontré un sobre blanco sin remitente con mi nombre mecanografiado. Extraje una hoja doblada por la mitad y las fotos que Heleentje le mostró a Antje. La hoja estaba escrita con un editor de texto. Nadie firmaba la misiva. No hizo falta rubrica, la impronta era clara.

    "Antje sabe que eres la amante de su marido y que parirás un bastardo suyo."

     Demasiada coincidencia que desde la mañana en que se me antojaron unas manzanas todo empezara a ir mal. Me convencí que Niek era el autor de las fotos y del mensaje en consenso con su hermana, el cerebro del plan urdido para hundirme. El día que nos hicieron las fotos era el mismo en que coincidimos en el mercado. Me siguió. Un hormigueo me recorrió la columna vertebral al pensar que había estado en el edificio donde vivía y que la vida aplacible que tenía corría el riesgo de dejar de serlo. El apartamento ya no era un lugar seguro.
Cuando esa semana oír decir a un compañero de trabajo que vendía su casas, tuve que claro que podría ser mi hogar... Y así fue.

    Nada me ha producido mayor dolor que ver la desilusión reflejada en los ojos de Siem al visitarme en el hospital. Me habían practicado un legrad a causa del abortó espontáneo que sufrí.
    Antje, en el rol de alma caritativa, una vez más estuvo a mi lado, pero esa vez para asegurarse de que había destruido el vínculo que creía que me unía a su marido, despechada por una inexistente deslealtad que nos atribuyó.
    Mi mejor amigo entró en la habitación fingiendo que nada andaba mal y se sentó sobre la cama muy cerca de mí para ampararme entre sus brazos. Rompí a llorar mientras él me consolaba engulléndose su propio dolor.
    -No he cuidado lo sufiente de él...
    La última ecografia de hacía dos semanas desvelaba que esperábamos un niño, no alegramos tanto como si hubiera sido una niña. Ninguno de los tres tenía preferencia por el sexo del bebé.
    -No es culpa tuya. Ni lo pienses.
    Posó sus labios sobre mi frente unos segundos. Diantha no tardó en llegar sosteniendo un café en la mano y Jenkin lo hizo al cabo de un rato. Le hizo un comentario en voz baja a Antje, que nos contemplaba complacida y se aproximó a nosotros.
    -Podéis intentarlo más adelante.
    Siem y yo no miramos compungidos.  La desazón que sentíamos tenía altura de rascacielos y no veíamos más allá del dolor que se adhería como una tela de araña. Quien empezó a tragar saliva y a tener un exceso de pigmentación roja en la cara fue Antje. Los celos habían obrado en lugar del sentido común. Se tambaleó ligeramente al darse cuenta de cariz que había tomado la situación.
    -Antje... -Diantha, de pie junto a ella la sujetó por la cintura.
    -Es cansancio. Estoy bien -se recompuso - No tenía idea de que Sancha y Siem fueran pareja.
    Diantha no aludió al tipo de relación que teníamos. Se pronunció sobre los hechos objetivos.
    -Estaban ilusionados con el bebé. Esto es un duro golpe para todos.
    -Salgo un momento afuera para refrescarme un poco. Aquí hace mucho calor.
    Ninguno de los que presenciamos la salida de Antje de la habitación imaginamos que el súbito malestar de la señora Brouwer se debía a la culpa y al arrepentimiento. El hijo de Siem y Yani había dejado de habitarme y cuando me enteré de la razón, supe que nunca le perdonaría. Antje mostró su naturaleza.
    
   

sábado, 10 de junio de 2023

70. Correspondencia


     Configuré mi correo personal en el móvil que compré en Madrid al dejar de usar el mío para evitar que la politie rastreara la señal.
    Me alarmé al ver los numerosos mails que Diantha me había enviado y en menor medida, más comedido en el dramatismo, Siem.
    Consideré en un par de ocasiones si contarles que estaría fuera una temporada, pero finalmente desestimé la idea para no comprometerlos si la politie les interrogaba sobre mí. No quería implicarles ni crearles problemas.
    El primer mail de Diantha databa de dos días después de marcharme precipitadamente de Amsterdam. Los leí todos en orden cronológico tomando conciencia de la intranquilidad creciente que les había ocasionado mi silencio.

Diantha, 7 mayo.

"¿Algún problema con el móvil? Lo tienes apagado. Tampoco lees los whatsapps. Respóndeme cuando puedas."

Diantha,  9 mayo.

"Estarás liada con alguna traducción. En Londres llueve todos los días.
Necesito un rayito de sol, ¿me das tu calor? Espero respuesta."

Diantha, 14 mayo.

"¿Sigues sin móvil? ¿Todo bien? Manifiéstate por deferencia."

Diantha, 17 mayo.

"Dos semanas sin dar señales de vida. Acordamos que compartiríamos los días grises cuando nos mudáramos a Londres. No te encierres en ti misma y escríbenos."

Siem, 18 mayo.

"Te echamos de menos. Berend quiere oír tu voz. Este silencio no es propio de ti. Llámanos.

Diantha, 20 mayo.

 "En la editorial me han dicho que trabajas en casa y que hace tres semanas que no te ven el pelo,  ¿qué pasa? Cuéntame." 

Diantha, 23 mayo.

"Me exaspera / desespera que no respondas los mails. Si necesitas un tiempo para ti porque las cosas con Jenkin están estancas (ya te dije que no te involucraras emocionalmente), el periodo de reflexión se está alargando demasiado, ¿no te parece? ¡Escríbeme ya!   

Siem, 25 mayo.

"Le he pedido a un amigo que se pasara por tu casa. No estabas y me ha comentado que parece qeu allí no vive nadie. Estamos preocupados,  ¿dónde estás?"

Diantha, 26 mayo.
   
"Jenkin no me coge el teléfono, ¿os habéis fugado juntos? Ese hombre no te conviene pero lo prefiero así. Lo otro que se me pasa por la cabeza es inquietante y terrorífico. Te suplico que me llames."

Siem, 2 junio.

"Vamos a denunciar tu desaparición a la politie. Deberíamos haberlo hecho mucho antes. Estamos espantados pensando en lo que te puede haber pasado. Demasiados días de silencio."

    Les escribí  a ambos el mismo mensaje para tranquilizarlos. En su lugar además de asustada estaría muy enfadada.

Sancha, 4 junio.

"Siento mucho vuestra preocupación. No estoy en Holanda. He leído vuestros mails hoy. Estoy bien. Desenado contaros que está pasando. Perdonadme, por favor."

Diantha, 4 junio.

"Tengo tantas ganas de matarte como de abrazarte. Haré lo segundo antes y después lo primero. Cuídate mucho porque voy a por ti."

Siem, 4 junio.

"¡Qué alivio. Te queremos."


69. Pozoña

Heleentje sembró la duda en Antje, que días después de verse en la cafetería, analizó mentalmente la imágenes retenidas en la memoria. Creyó detectar en la expresión del marido, un destello ilusorio propio del enamoramiento que le preocupó. Los pensamientos se manifestaron en su cabeza en espiral. Se preguntó por qué Jenkin no le había mencionado nuestro encuentro si es que era casual. Elucubró dos respuestas satisfactorias: o bien se le había olvidado o simplemente no le había dado importancia. Ella misma no le contaba siempre los conocidos con los que coincidía en cualquier parte. Sin embargo, tratándose de mí, por el cariño que ambos me dispensaban desde los tiempos del St. Liselot, motivados por el desabrido e los van Heley, consideraba que debía haberlo sabido. Tener noticias mías era agradable. La mente se le llenó de nubes negras repitiéndose una y otra vez que no se cuenta lo que se quiere ocultar. La imagen de la mano sobre mi vientre apareció de pronto como en una pantalla panorámica. En el gesto había ternura. En sus tres embarazos, al padre de sus hijos le gustaba acariciar su barriguita y preguntarles a los nonatos cómo les había ido el día para después contarles cómo había sido el suyo.

    Un domingo en la cocina de los Brouwer, ella pelaba y cortaba verduras para preparar la comida mientras él se tomaba un aperitivo con un ojo puesto en el salón,
donde los niños jugaban a construir y derribar castillos con sus libros infantiles.
    Antje le tanteó.
    -He estado pensando en Sancha. Me gustaría invitarla a comer a casa, pero no sé como localizarla. 
    Observó la reacción de Jenkin. No se inmutó. Le dio un mordisco al pan tostado untado de foie gras de salmón distraído. Mi nombre no le provocaba ninguna tensión. Sus músculos permanecieron relajados. Antje interpretó la actitud como positiva, concluyendo que si entre nosotros existiera una relación amorosa, la respuesta hubiera tenido un componente nervioso.    
    -El otro día tomando café con un amigo en una cafetería la vi con un compañero de trabajo. Nos saludamos un momento. Me comentó que trabajaba en el edificio de enfrente. Podríamos llamar a la editorial y preguntar por ella.
    Antje volvió a tensarse. Que no mencionara el nombre del amigo la inquietó y que tomara café en las inmediaciones de mi lugar de trabajo, la puso en alerta. Perdiendo todo sentido común empezó a malpensar sin freno.
    -Ah sí,  ¿cuándo fue eso?
    -Hace un par de semanas - Jenkin se untó otra tostada de foie gras.
    -¿Y que tal está?
    -Bien. No hablamos mucho, los dos estábamos ocupados.
    Antje fabuló que el embarazó se me notaría entonces y que Jenkin se hubiera percatado de que estaba esperando un hijo... a no ser que el hijo fuera de él y la relación que se podría interpretar en la fotos era real. Levantó el cuchillo y lo dejó caer con fuerza sobre la tabla de madera de cortar. Jenkin la mieró sobresaltado.
    -Se me ha escapado.

    Unos días más tarde yo estaba sentada en el sofá del salón de su casas.
    Jenkin estaba en el hospital y los niños con los abuelos. Contactó conmigo a través de la editorial. Me extrañó que Jenkin no le diera mi teléfono personal, aunque no le mencionara que hablábamos a menudo.
    Me enseñó la casa de dos plantas en la que vivían y charlamos de los tiempos del St. Liselot y en cómo habían cambiado nuestras vidas a lo largo del tiempo, mientras nos tomábamos una infusión de poleo menta que se conservaba caliente en la tetera.
    Al cabo de una hora y media noté un pinchazo agudo en el bajo vientre. Llevaba un jersey holgado que disimulaba la barriguita de cuatro meses y qeu cualquiera hubiera podido pensar que el vientre hinchado se debía a un exceso de gases. Antje no me preguntó por el embarazo y yo tampoco saqué el tema a colación.
    -¿Te encuentras bien?
    -Sí, pero necesito ir al baño.
    -Claro, te acompaño.
    Por el camino se repitieron los pinchazo que cada vez crecían en intensidad. Antje fingió preocupación a la vez que trataba de calmarme con un cinismo exasperante. La repentina indisposición era producto de sus celos.
    Salí del baño muerta de miedo. Estaba manchando. Apenas podía mantenerme en pie. La señora Brouwer, solícita y entregada como era costumbre en ella, tomó la iniciativa. Rodeó mi cintura con un brazo mientras con el otro me ayudaba a caminar. El dolor se intensificaba con cada paso. La piernas no sostenían el peso de mi cuerpo.
    -Vamos al hospital.
    En dos horas perdí al hijo de Siem y Yani.
    Antje había sacrificado al bebé.