domingo, 31 de octubre de 2021

33. El paseo


    Cuando fui tomando conciencia de la magnitud de la mentira que envolvía mi vida lloré desconsolada abrazándome al extraño que tenía delante, aunque Gonzalo no sospechara que es lo que él era para mí.
    Las palabras en clave de Patricia durante nuestro encuentro cobraron sentido: aquello se refería al homicidio involuntario, pagar, a los cinco años que Cintia fue condenada por ellos sin ser la responsable directa, y  aquel lugar,  a la cárcel.
    Gonzalo no rechazó mí contacto, al contrario, respondió rodeándome con sus brazos y permitiendo que me desahogara sobre su hombro. Recostada en su pecho hallé la calma y el amparo deseados. Luego me separé avergonzada. Estaba especialmente sensible.
    -Lo siento.
 Desconozco si Cintia se hubiera disculpado en  semejantes circunstancias. En sus memorias quedaba patente una evolución desde la superficialidad más absoluta hacia la empatía más inhóspita, pero lo que me quedó claro fue que Gonzalo es un hombre con una nobleza desmedida. Me consoló dejando atrás un pasado doloroso.
           
    De regreso al barrio me contó que Patricia le había hablado de nuestra cita y facilitado mi dirección. Movido por la curiosidad, esa mañana de sábado merodeaba por la zona cuando me vio salir del hostal compungida y desorientada y me siguió, conduciéndonos mis pasos al "El Capricho". Del resto había sido testigo.
     -¿Por qué vives en un hostal teniendo tu propio apartamento?
    Cintia es propietaria de un apartamento en la Gran Vía, obsequio de sus padres... nuestros padres, por licenciarse en Historia del Arte. Su expediente académico no era brillante como el mío. Mientras ella se había dedicado a vivir yo me había refugiado en los libros. La vida me estaba vetada.
    -Necesito estar sola para recomponerme. Estos años han sido duros. Alejarme del entorno, poner el contador a cero y volver a empezar sin cargas pesadas.
    -¿Y la niña?
    Tenía una sobrina preciosa, según su madre, lo que no dudé en absoluto, de cinco años que Cintia dio a luz tres meses antes de entrar en la cárcel. Era hija del francés que conoció en la luna de miel con Gonzalo en París, y con el que se había vuelto a reencontrar al cabo de los años por casualidad. Podría decirse que era el amor de su vida, como Jenkin lo ha sido de la mía. Me he engañado mucho tiempo con esta idea. El doctor Brouwer fue una ilusión que se esfumó.
    -Mis padres cuidan de ella -al mencionar a mis progenitores se me quebró la voz de la emoción. Los padres que tanta falta me habían hecho, vivían-. No estoy preparada para asumir algunas responsabilidades y para ella tampoco será fácil tener de repente una madre que ha estado ausente toda su vida... Nos adaptaremos a la nueva realidad poco a poco.
    Cintia había salido de la cárcel en el mes de abril, según sus memorias, hacía poco más de un mes, por lo que mi versión, plagada de mentiras, era factible. Coincidiendo en el tiempo, recibí el encargo de la traducción del manuscrito. Quien lo envió a la editorial quería que llegara a mis manos y descubriera el secreto silenciado de los Van Heley.
    ¿Quién estaba empeñado en que supiera la verdad?
    El último encuentro entre mi salvador y Cintia tuvo lugar en la cárcel donde ella cumplía condena por un intento de homicidio a su segundo marido... fue sin querer, un accidente en realidad. Gonzalo, que había estado enamorado de ella lo indecible, la visitó para decirle con una gelidez insospechada en un hombre de su calidad humana, que ya no la quería y ella, herida en el amor propio, reaccionó besándolo en un arrebato para demostrarle que nunca podría olvidarla. La indiferencia del ex marido fue contundente. El hechizo había acabado. 

domingo, 24 de octubre de 2021

32. El candidato


    No fue casualidad que Godelieve de Vries olvidara las gafas en la sala donde Huub Van Heley estaba reunido con Niek Van der Berg, tratando asuntos financieros un domingo por la tarde, ni que me pidiera que fuera a buscarlas, precisamente a mí.
     Era el último fin de semana antes de terminar el primer año de filología. Continué trabajando en el biblioteca hasta agosto y después fuí unas semanas a Almere a echar una mano en la  Asociación Católica Cristiana St. Johannes. Desde que me había independizado, a medias, regresar a casa de los Van Heley los fines de semana ya no suponía estar encerrada todo el día en la habitación como antaño. Entraba y salía cuando quería dentro de un horario establecido por los titulares de la propiedad que no me costaba cumplir y podía transitar por el resto de las estancias con libertad e incluso tenía autorización para salir al jardín.
    A los progenitores de mi padre no les gustaba que pasara parte del verano en Almere por considerarlo el lugar maldito donde se había propiciado mi rebeldía y mucho menos era de su agrado que me relacionase con Siem, del que tenían referencias facilitadas por los Bakker, y en su opinión, instigador de mi desobediencia. Tampoco aprobaban que compartiera tiempo con Diantha, por la libertad con la que había sido educada... Su percepción sobre libertad estaba distorsionada debido a arraigadas creencias religiosas. Para ellos lo normal era encerrar a su única nieta en una habitación y en un internado para protegerla del mal ajeno. Creían que así me salvaban de mí misma por esos genes indeseados de la rama materna, sin embargo me desarmaban para afrontar la vida real. Querían una nieta de diseño desprovista de conocimientos y experiencias.
    
    Abrí la puerta de la sala disculpándome por la inrrupción. Podía decirse que aquella era una de las pocas ocasiones en que Huub sonrió y además lo hacía henchido de satisfacción. Hasta podía parecer un anciano simpático y adorable sino hubiera sido él.
    -La abuela se ha dejado las gafas aquí.
    Huub cogió las lentes de encima de la mesita donde dos tazas de café sobre sus respectivos platos se enfriaban.
    -¿Conoces a Niek? Su hermana ha sido alumna en el St. Liselot.
    Le miré por cortesía, no tenía interés alguno por saber de quien se trataba. Me fastidiaba que Godelieve hubiera interrumpido mi lectura para instarme a que le llevara las gafas. Podía haber ido ella misma a recogerlas.
    -No nos han presentado tal vez este sea el momento -Niek se levantó del sillón acompañando las palabras de una sonrisa impostada. Las malas vibraciones me sobrecogieron al instante. Cuando alguien está envuelto en un halo oscuro lo capto enseguida.
    -Claro, ¡que desconsideración por mi parte! Sancha, Niek Van der Berg, mi asesor financiero.
    Tragué saliva. El chico que tomaba mi mano para depositar un beso en el dorso era el hermano de Heleentje. El gesto me ocasionó repulsión. Retiré la mano y me la limpié disimuladamente en el lateral del pantalón hasta que me las pude lavar con jabón.
    -Un placer, sin duda.
    Carecía de naturalidad asemejándose a un individuo guionizado siguiendo las pautas marcadas con anterioridad como respuesta a un patrón asimilado.
    Hice una mueca con la boca antes de despedirme. Los músculos de la cara se me tensaron. No aguantaba un solo segundo más en aquella habitación. Me asqueaba pensar en las intenciones que tenían los Van Heley provocando el encuentro.     
    A partir de esa tarde las visitas de Niek fueron frecuentes. Godelieve le invitó a comer algunos domingos, convirtiéndose esas comidas en un hábito y todas las semanas desfilaba por casa.
    En la sobremesa los Van Heley se las arreglaban para dejarnos a solas. No teníamos nada en común. Escucharle hablar con su lenguaje becqueriano resultaba soporífero. Me mostraba distante, no prestaba atención e incluso a veces bostezaba con el fin de que captara las señales que claramente indicaban que estaba perdiendo el tiempo intentando seducirme, anclado en la visión romántica de un primer encuentro que no recuerdo, en el St. Liselot para conmemorar la fundación del colegio, que se celebraba cada año, en que se narraba como el convento de las Honorables Siervas de Dios derivó en un internado de prestigio. Ese día me convertí en su objetivo y se valió de los Van Heley, encantados de que tan prometedor joven estuviera interesado en su nieta, para llegar a mí.
    El plan del matrimonio al pedirme aquel sábado de diciembre en el piso compartido que volviera a casa los fines de semana, quedó al descubierto.

domingo, 17 de octubre de 2021

31. El ex marido



    Recuperé el conocimiento paulatinamente, despertando de un sueño de tiempo impreciso entre los murmullos de varios visitantes del parque, que se habían detenido frente a nosotros,  guardando  las distancias para no abrumarme.  
    El hombre rubio de ojos claros me sostenía con los brazos sobre sus rodillas ancladas al suelo. Su buen reflejo hizo que me sujetara a tiempo cuando me desplomé evitando una caída brusca.
    Una mujer le dio una botella pequeña de agua precintada al salvador aconsejándole que me humedeciera la nuca y que luego me hiciera beber.
    El salvador siguió las indicaciones y en pocos minutos noté como el frío líquido bajaba por la garganta hasta desembocar en el estómago.
    -¿Estás bien, Cintia? 
    Cintia, ese fue el nombre que pronunció mientras me ayudaba a incorporarme. Los curiosos que fueron llegando alertados por los cuchicheos de la congregación de personas que nos rodeaban,  despejaron la zona al cerciorarse de que me recomponía deseándome una pronta recuperación. 
    Las pulsaciones se me aceleraron y un ligero mareo me sobrevino. Conocía al hombre que permanecía a mi lado, con su brazo rodeándome la cintura. Con quince años menos era el chico que posaba con mi hermana en la foto que tenía del día de su boda y que Godelieve me legó con las otras dos instantáneas. Mi salvador era el ex marido de mi gemela y creía que yo era ella. 
    Cintia... Tenía que ser una coincidencia que se llamara igual que la protagonista de la novela que traducía al neerlandés y que tan mal cuerpo me ponía. Mis diatribas eran producto de la imaginación, no la realidad. Una coincidencia sin más.
    -Al menos esta vez no te has golpeado con un aspersor.
    El salvador bromeó. Desencajada comencé a encajar fragmentos en una historia de la que aún me quedaba mucho por conocer. Por insólito que resultase, todo indicaba que Cintia además de mi hermana era la autora de "Memorias de una jeta". No era una novela de ficción, narraba sus propias vivencias. Gonzo, así es como Patricia Ruíz de Azua, a la que mencionaba brevemente en el manuscrito, se refería a su marido Gonzalo, ex marido de mi hermana, con el que se casó para cumplir un sueño de la niñez, divorciarse, con el fin de sentirse libre como el hámster que dejó escapar atendiendo a la súplica que detectó en la mirada del pequeño roedor. Era absurdo. El gran drama en la existencia de Cintia Van Heley de Haut fue el supuesto rechazo de un ratón.
    Cintia paseando por el jardín con su segundo marido, un adinerado nonagenario paciente y encantador, no tuvo tanta suerte como yo y al desmayarse se golpeó la cabeza con un aspersor, lo que le produjo una amnesia transitoria que alargó deliberadamente en el tiempo.    
    Gonzalo, el salvador, con la referencia irónica a ese hecho me confirmó la conexión entre la novela y yo.    
    Los ojos se me empañaron. Acababa de descubrir la gran mentira de los Van Heley. En mi mente se proyectó la foto de la niña rubia idéntica a mí con una pareja. No eran sus tíos, como pensaba,  eran sus padres… mis padres.
    Vivían.

 

   

sábado, 16 de octubre de 2021

30. La visita



    Los Van Heley llamaron al timbre del piso compartido a las nueve de la mañana de un sábado de diciembre. Poco más de un mes antes, Godelieve de Vries, ataviada con la bata de algodón ocre que le cubría los tobillos se atragantaba con las palabras que no profirió cuando cerré la puerta de su casa al encuentro de la ansiada libertad.
    La dicha se tornó desdicha al interrumpir mi desayuno en la cocina tan inoportunas presencias. Por suerte mis compañeras de piso dormirían hasta tarde y no se espantarían con las desagradables caras de seta que los Van Heley lucían a cualquier hora del día. La noche anterior, como cada viernes habían salido y llegado al amanecer a casa, lo que me tranquilizaba para lidiar con la inesperada e indeseada visita matutina.
    Teniendo en cuenta que Huub era un hombre de contactos y su esposa con influencias que le había reportado su cargo de directora y propietaria de la fábrica de telas De Vries, no me sorprendió en exceso que pasearan sus setenta y nueve y setenta y cinco años, respectivamente, por el pasillo en forma de ele que desembocaba en la sala de estar con mohín altanero. No dudada que en el mismo amanecer de mi fuga, el notario jubilado y la heredera acaudalada movieran sus tentáculos para dar con mi paralelo. Lo esperaba. Tarde o temprano se iban a pronunciar sobre mi displicencia. El momento había llegado. Estaba preparada para el aluvión de reproches que caerían como cuchillos de punta.
    -¿Es de tu agrado - Godelieve reparó en la tostada mordisqueada del plato de encima de la barra con taburetes que separaba la cocina del salón - vivir en la inmundicia?
    Aguardar que sus palabras no fueran hirientes era invertir inadecuadamente el tiempo. Si la señora Van Heley quería ofenderme, excedía el mal tino.
    -Es la razón por la que decidí mudarme.
    -La insolencia no es propia de la educación y formación que has recibido y te aleja de la ejemplaridad deseada. La tendencia natural de tus genes díscolos rompe las expectativas puestas en ti -Godelieve podía presumir de buena dicción incluso hablando entre dientes.
    Huub rozó ligeramente la cadera de su esposa con el bastón en el que se apoyaba para caminar distribuyendo el peso de su cuerpo en tres apéndices. La amonestación valió para aumentar mi interés por la referencia familiar implícita en el alegato.
    -El control que ejercéis sobre los genes menos disciplinados debería animaros a considerar que es posible reconducir mi tendencia natural heredada.
    De Vries apretó los labios con tanta fuerza que los hizo desaparecer de su rostro en una línea recta.
    -No te creas independiente por haber cumplido la mayoría de edad... -Huub tomó el relevo a la heredera. Les había ofrecido que se sentaran a su llegada con un gesto de cabeza carente de entusiasmo pero consideraron que sus posaderas no eran dignas de un sofá para estudiantes y permanecieron de pie- ni nos creas prescindibles. Tus actos atienden a una inmadurez que no esperábamos en ti dados los medios que hemos puesto a tu alcance para que no te comportaras como una joven caprichosa -cambió el peso de su cuerpo de una a otra pierna-. No nos opondremos a que sigas viviendo aquí si los fines de semana vuelves a casa. La alternativa a una negativa no te gustaría. 
    Huub Van Heley tenía poder de sobras para despojarme de todos los logros obtenidos con esfuerzo. Frené la primera reacción, encolerizarme, visualizando rápidamente mis objetivos, licenciarme y marcharme de Ámsterdam. Su aparente flexibilidad escondía oscuras intenciones que desvelaría si cedía ante su juego.
    Firmamos la tregua.

 

 

domingo, 10 de octubre de 2021

29.- El Capricho


    Estaba embotada. Bloqueada.    
    No lograba concentrarme en la traducción de la novela ni en nada que requiriese de un mínimo de atención.
    "Memorias de una jeta" me generaba un estado de nerviosismo permanente que no soliviantaba iniciando otras actividades que me distrajeran. Había algo en aquellas páginas que me atraían y producían rechazo a la vez. Aquella historia ficticia me ponía la piel de gallina como si las similitudes con el personaje principal no fueran más que meras coincidencias y nos uniera un vínculo real. La traducción era sencilla, por la simplicidad de la narrativa, debía tratarse de una escritora amateur, sin embargo, me estaba costando trabajo terminarla. En la editorial no me habían puesto una fecha de entrega, pero presentía que cuanto antes terminase el encargo, antes recuperaría la energía que me estaba absorbiendo día a día.
    
    Apagué exasperada el portátil, experimentando una nueva oleada de debilidad y malestar en el estómago. Me calcé unas zapatillas deportivas, me puse la cazadora vaquera sobre el vestido azul marino estampado que me proporcionaba comodidad y con el bolso a modo de bandolera abandoné la habitación hiperventilando.
    Caminé ignorando por donde lo hacía, tal era el colapso mental que no sé en qué momento me alejé de las zonas cercana al hostal que conocía. Necesitaba huir de mí misma para que la sensación de inestabilidad desapareciera. Me hubiera golpeado la cabeza contra la pared, arañado la cara, arrancado los pelos de la cabeza para no sentirme prisionera de mis temores.
    
    Llegué a la puerta de unos jardines. Me adentré en ellos.
    El capricho de la duquesa de Osuna ideado en el siglo XVIII y materializado definitivamente en el siglo siguiente es mi refugio desde esa mañana. Acudo allí cada vez que necesito evadirme perdiéndome en sus catorce hectáreas. Los árboles que apenas dejan insinuarse al cielo con la frondosidad de sus copas y la luz sombría de la zona boscosa, me calman.
    El sonido de los pies al abrirse camino entre las hojas caídas me resulta placentero al punto de producirme un cosquilleo interno agradable.
    Adentrándome en el bosque, caminando sin sentido, percibí que alguien seguía mis pasos a cierta distancia. Podría ser cualquier paseante que disfrutara del entorno distraído con los sonidos de las aves... Quizás elegir esa senda poco transitada no había sido una buena idea. No me lo pareció cuando noté una presencia tras de mí, observándome. Recordé, presa del terror, el artículo de una revista que había leído de pequeña sobre los habitantes ocultos de los bosques, personajes que sólo conocía a través de los cuentos, hadas, duendes, ninfas o gnomos, a los que antes de entrar en su hogar había que pedir permiso para no perturbar su armonía abruptamente. Hubiera preferido que un serecillo diminuto me amonestase por haber invadido su espacio a que un ser humano me estuviera vigilando.
    Me giré sin pensarlo y vi a un hombre alto, delgado de cabello rubio y ojos claros que se detuvo de repente por la sorpresa de mi improvisado movimiento.
    Me desmayé.


NOTAS DE INTERES

 Parque el Capricho de la Alameda de Osuna: situado en el distrito de Barajas, fue construido entre 1787 y 1839 por los Duques de Osuna. La idea nace de la necesidad de María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel de tener un lugar propio diseñado para pasear por los jardines con sus ilustres amigos, artistas e intelectuales de la época. En su interior alberga el búnker que fue el Cuartel General del Ejército Republicano del Centro, construido alrededor de 1937. El parque se puede visitarse sólo los fines de semana. 

domingo, 3 de octubre de 2021

28.- El doctor Brouwer

 


    -Te creo.
    El corazón me dio un vuelco invadiéndome una sensación de paz que liberó la tensión acumulada. Mi cuerpo pesaba lo mismo que una pluma, ligera como el pétalo que se desprende de la flor y zarandeada llega al suelo.
    Me atreví a levantar la vista de mis manos, cruzadas sobre la falda del uniforme y a mirarle con reservas. La vergüenza que me producía la incómoda situación había impedido que lo hiciera antes, desgastando una y otra vez con los ojos las baldosas blancas del suelo desde mi entrada a la consulta. La madre Ingeberg había informado al doctor Brouwer sobre las circunstancias por las que que había sido requerida su intervención y me preocupaba que el hombre del que estaba enamorada se formara una idea equivocada de mí. Sentada encima de la camilla con las rodillas juntas rozándole un muslo no pude contener más tiempo las lágrimas y me eché a llorar. Lo hacía desde la tarde anterior sin encontrar consuelo en las palabras con que Diantha se esforzó en animarme, después de que le contara lo sucedido en el despacho de dirección.
    Jenkin me creía.
    Le bastó una respuesta negativa a su pregunta acerca de si había tenido encuentros íntimos con un hombre para saber que no mentía.  A los Van Heley le hacía falta una exploración médica para convencerse de que su nieta no estaba mancillada como sospechaban. No me conocían en absoluto. Les conocía demasiado bien.    
    -No voy a examinarte para escribir el informe. Terminarás el curso en el St. Liselot. 

            Jenkin me tuteó derribando la barrera invisible que separaba el grado inferior de la jerarquía del colegio de un grado superior que le daba el cargo. Su proximidad y afecto me insuflaron el calor que no hallé en mi familia. Puso las manos en mis mejillas y me retiró las lágrimas con los índices suavemente, como lo haría un padre con un hijo. Las pulsaciones se me dispararon a mil. La dulzura de su rostro mientras me consolaba ofreciéndome su apoyo me turbaron... ¿hubiera tenido el mismo gesto con cualquier otra alumna del internado? Pensé en su mirada distinta a la vuelta de las vacaciones del verano anterior. O tal vez la distinta era yo y la irradiación que destilaba mi felicidad le indujo a verme acorde al viraje iniciado en Almere.

    Empezó a incomodarme la idea de que aquello no estaba bien. Esas primeras caricias a las que le sucedería muchas otras al cabo del tiempo sin que ninguno de los dos lo pudiera imaginar entonces, debían detenerse, imponiéndose la sólida barrera que nos dejaría a cada uno de nosotros en lados opuestos.
    Recordando aquel momento echo de menos al Jenkin que me arrebató el corazón, al que hizo que perdiera la cabeza aceptando una relación que no nos conducía a ninguna parte.
    -Algún día olvidarás esto.
    Se apartó de mí adoptando el rol de médico de un internado femenino consciente de que se había extralimitado en sus funciones de facultativo y se dirigió al escritorio metiendo las manos en los bolsillos de la bata blanca.
    -Puede marcharse señorita Van Heley.
    Bajé de la camilla y me encaminé hacia la puerta. Antes de abrirla le miré. Sus ojos ya no me buscaban, se perdían en los papeles que ocupaban la superficie de la mesa.        
    -Gracias, doctor.