domingo, 15 de octubre de 2023

87. Apaciguando aguas

 

   Oímos como Jenkin cerraba la puerta de jardín con profuso ímpetu. El huésped consultó el reloj con gesto grave.
    -Las dos y cuarenta. Te invito a comer... y no me vengas con que no tienes apetito porque han pasado varias hora desde que desayunaste y el bebé está hambriento... -se quitó el guante de podar y lo abandonó encima de la repisa del mueble del vestíbulo. Ordenada en exceso ver la prenda textil rompiendo la armonía del hogar sacudió mi paz interior-. Me cambio de ropa y salimos.
    Quince minutos después bajó con el pelo mojado peinado hacia atrás y las manos en los bolsillos delanteros de unas bermudas azul marino combinadas con una camiseta de algodón blanca que se ajustaba a los pectorales como una segunda piel. Descuidaba su imagen cuidadosamente. 
        -¿Nos vamos? 
      Se encaminó hacia la puerta dejándome atrás.
      
    Comimos en el único restaurante que encontramos abierto a esa hora. Aunque había pasado alguna vez por delante, nunca había entrado. Cuando Siem y Diantha aún vivían en Holanda y yo me mudé a Badhoeverdrop, nos veíamos en Ámsterdam o Almere.
    Confieso que tras la visita de Jenkin, sólo me apetecía tumbarme sobre la cama para auto compadecerme de mi misma. Demasiados años a fondo perdido al lado de un egoísta al que llevaba amando más de la mitad de mi vida.
    -Sin muerto no hay homicidio -me miró de reojo dibujando una medio sonrisa-. Te dije que quería conocer Ámsterdam y quería que tu fueras mi guía.
    Espetó mientras paseábamos por un parque al que me arrastró alegando que tomar el aire libre sosegaba el espíritu más apagado, consciente del bajón emocional en el que me sumí tras el encuentro con mi ex amante. 
    No di importancia a sus palabras hasta que segundos más tarde empezaron a darme vueltas en la cabeza. Las analicé concluyendo en lo que no había deparado pese a su cambio de actitud hacia mí.
    -¡Sabías que Jenkin estaba vivo! 
    -Hice algunas averiguaciones. Te inculpaste de un delito no cometido- se detuvo delante de mi cortándome el paso. La luz del sol aclaró el marrón de sus ojos en un tono miel-. Mi madre rara vez se equivoca con las personas y no lo hizo contigo.
    El policía se estaba disculpando.
     Le esquivé y comencé a caminar otra vez.
    -Tenías razón -me giré en su dirección-. Tomar el aire sienta bien.