domingo, 26 de septiembre de 2021

27. Pesadillas



    Hay personas que por su peculiaridades alcanzan la categoría de personajes. Claudio Isasi es una de ellas. Se hospeda en el hostal desde hace años, al que considera, cito textualmente "un segundo hogar", los tres o cuatro días a la semana que pasa en el durante el curso escolar. Fijó su residencia habitual en Salamanca cuando él y su mujer, artesana de la arcilla, se cansaron de vivir en la capital de forma permanente y volvieron a su lugar de origen, donde ella abrió un taller de cerámica, en el que además de elaborar todo tipo de pieza, enseña a trabajar la mezcolanza de tierra y agua a quienes desean crear con sus manos.

    Cándida nos presentó la segunda noche que pasé en Madrid en el comedor de su casa, a la que ambos estábamos invitados a degustar una crema de setas aromatizadas con especias y tarta de queso casera. Una cena más ligera que el cocido y embutidos de la jornada anterior con la que me estrené como comensal asidua de la gerencia.
    El sexagenario amenizó la velada con su incontinencia verbal rociada con la abrumadora forma en que disfruta cada segundo que la vida le concede. Para Claudio es preciso contemplar cuidadosamente el entorno para analizarlo con la misma delicadeza y manifestarse o reservar las palabras.
    Ni mi hermetismo ni mi ausencia les pasaron inadvertidos. Me limité a comer en silencio mientra sus comentario me llegaban bajo volumen sin escuchar lo que ninguno de los dos decía. De tanto en tanto detecté alguna mirada piadosa por parte de ambos disculpando mi estanqueidad que me alentaba a que participase si creía conveniente aportar mi punto de vista, pero o me apetecía nada. Mi mente estaba en Ámsterdam, con el miedo en el cuerpo y pensamientos atropellados aumentado la ansiedad que me zarandeaba.

    Pocos días después de ese primer encuentro coincidimos en el vestíbulo. Isasi charlaba con Trini con su maletín marrón en la mano y un pañuelo de lino aceituna al cuello que cubría para evitar afonías. La voz es su herramienta de trabajo y la protege de las temperaturas bajas, aunque sea primavera. Bajé las escaleras, les saludé y me dirigí hacia la puerta, empeñada en pasar desapercibida; empequeñeciéndome para que mi tránsito se asemejara a un débil soplo de aire, pero no lo logré. No había alcanzado la salida cuando el profesor de filosofía me preguntó si podía acompañarme un tramo del camino ya que los dos íbamos en la misa dirección. Sus ojillos grises y la sonrisa afectuosa envuelta en una barba tan blanca como su pelo que me dispensó me enterneció de tal manera que no encontré un pretexto para negarme y acepté el ofrecimiento. Hubiera deseado que cada hombre mayor que me trataba con afabilidad fuera mi abuelo en lugar del insondable Huub Van Heley.
    Salimos a la calle. Eran la ocho. Los vehículos circulaban sin dejar hueco al silencio; los viandantes nos adelataban o se alejaban de nosotros en sentido contrario. Claudio se tomó un par de minutos antes de abordar el asunto que quería despachar conmigo, dando un sutil rodeo.
    -De un viaje a Ámsterdam, hará unos veinte años, recuerdo con especial agrado el latido de las calles con los numerosos artistas que ofrecen su espectáculo como manifestación de su modo de entender la vida. Mi hijo era estudiante de Erasmus y nos sirvió de guía improvisado para mostraros los istios que frecuentaba cuando disponía de algo d tiempo libre -carraspeó un poco-. Es tan observador como yo y nos mueve el mismo interés: conocer la naturaleza de las personas a través de sus actitudes... No es agradable que a uno lo observen, incluso resulta molesto cuando alguien nos mira, en gran medida, porque desconocemos la intención que hay detrás de esa inspección visual... ¿te incomoda ser el centro de atención de otra persona?
    -Me inquieta. Prefiero ser invisible.
    -Todos hemos deseado serlo alguna vez -emitió una breve y ahogada carcajada-. No quisiera importunarte pero... ¿tienes pesadillas con frecuencia?
    Nuestras miradas se encontraron. La suya en la búsqueda de una reacción susceptible de un análisis que me acercara a su entendimiento. La mía temerosa e interrogativa ante la vulnerabilidad de una privacidad invadida.
    -A tu cama de la mía les separa un tabique. El silencio de la noche provoca al nitidez de los sonidos.
    -Lamento haberle despertado -me ajusté la chaqueta de lana gris al cuerpo notando un leve escalofrío que no era debido al aire fresco que a esa hora acaecía.
    -Controlarlo todo es imposible. Tengo el sueño ligero y el oído fino... -se cambió el maletín de mano-. En mi opinión y haciendo uso de símil, las pesadillas son los carruajes en que transitan las emociones cuando Morfeo nos acoge en su seo, tirados por la ansiedad, el estrés o el miedo -hizo una pausa reflexiva-. Los trayectos son tortuosos y en consecuencia desagradables en sumo grado, pero nos advierten de que debemos cambiar el enfoque de lo que nos preocupa o angustia para encontrar la solución adecuada o tomar las decisiones correctas... Sea cual sea el origen de tus noches agitadas, contémplalo como si fuera ajeno a ti y te será más fácil ponerle remedio.
    Devolverle la vida a Jenkin era imposible.
    -Aquí se separan nuestros caminos... de momento. Espero que nos acompañemos en otra ocasión. Considérate mi reto -dejó en mi retina una sonrisa antes de cruzar la carretera para cambiar de manzana.
    Girando la esquina para dirigirme a la biblioteca determiné que evitaría ora coincidencia con el profesor de filosofía, considerándolo un entrometido. Me equivocaba.


     


sábado, 25 de septiembre de 2021

26.- La reunión


    
    -Síentate Sancha.La madre Ingeborg me indicó con la cabeza la silla vacía dispuesta entre Godelieve y Huub, no sé si intencionadamente, a los que la acritud se les acentuó en el semblante con mi aproximación. 
    La madre llevaba en el cargo de directora tanto tiempo como yo interna en el centro. La expresión grave que lucía la religiosa evidenciaba que la tormenta a punto de caer podía provocar una catástrofe en mi vida.
    -El asunto que nos ataña es delicado y me he visto en la obligación de informar a tus abuelos de una conducta intolerable para una institución como el St. Liselot. Cualquier aptitud que mancille el legado de las Honorables Siervas de Dios, debe ser amonestada con el fin de que no vuelva a producirse -se detuvo para cruzar las manos sobre el escritorio a la vez que los mofletes se le inflaban-. ¿Tienes algo que contarnos, Sancha?
     -No madre.
    Aturdida por la perorata de la abadesa percibí la mirada discriminatoria de los Van Heley asediándome. Me habían juzgado y sentenciado sin oírme.
     -¿Crees que tu proceder ha sido apropiado?
    No tenía la menor idea de a lo que la madre se refería. Ignoraba de que se me acusaba.
    -Por el amor a dios, estamos al corriente de tu deleznable comportamiento-Godelieve de Vries intervino con un desaforado dramatismo, habilidosa en transformar granos de arena en montañas descomunales de excrementos.
    ¿Qué es lo que sabían y yo no?
    La madre Ingeborg abrió uno de los cajones de su escritorio y extrajo cinco cartas que conocía muy bien. Empezaba a entender que estaba pasando. El rojo asaltó mis mejillas, mi privacidad había sido vulnerada, me sentí ultrajada.
            -Mantienes correspondencia con un joven infligiendo las normas del colegio que prohíbe terminantemente que las internas se relacionen con el género masculino dentro de las instalaciones, salvo que exista un vínculo sanguíneo -silenció su voz estentórea para helarme con los ojillos grises de una octogenaria -. Sabemos que se han producido encuentros en el patio entre tú y el  autor de las misivas en los que has mostrado un exceso de afecto. 
    -¡No es verdad!
    Siem me había entregado el libro de tapa blanda que apretaba entre las manos semanas atrás a través de la verja del patio. Nuestros dedos ni siquiera se rozaron. Él era el emisario de las cartas que obraban en poder de la directora, a la que alguien, había puesto en conocimiento de las mismas hurgando entre mis cosas. En ellas no existía ningún elemento pecaminoso. Era la correspondencia entre dos amigos. Esa misma persona con toda seguridad habría presenciado ese único encuentro e inventado otros más afectuosos que me difamaran. 
    Las mentiras de Heleentje no tocaban techo.
    -¡Mientes! Varias de tus compañeras atestiguan tú actitud indecorosa.
    Godelieve de Vries alzó la voz. La ira le había enrojecido las mejillas más que a mí la furia que me abrasaba el estómago.
    -Tal actitud indecorosa es falsa -apuntillé en balde.
    -Has guardado silencio respecto a las cartas y a los encuentros con un hombre en el patio cuando te he preguntado para no admitir tu desobediencia y culpabilidad. Mentir es pecado.
    -Mi conducta no compromete la rectitud que se me exige. El contenido de las cartas no desmiente mis palabras. No existen encuentros afectuosos con un hombre.
    Protesté acalorada con la sangre golpeándome las sienes.
    -No blasfemes -Huub Van Heley, espectador callado hasta entonces se manifestó. Los años le habían desprendido el pelo de la cabeza conservando solos algunos mechones cortos sobre las orejas.
    -Las faltas que has cometido se sancionan con la expulsión, pero dado el brillante expediente académico que te avala y de los pocos meses que restan para la graduación, hemos convenido con tus abuelos que te sometas a una exploración médica a cargo del doctor Brouwer para que esto no transcienda de intramuros –la madre Ingeborg carraspeó- Él determinará en qué grado se ha visto afectada tu virtud a cuenta de malas acciones reiteradas en el tiempo. Solo en caso de que el resultado del examen médico sea el requerido a las alumnas del St. Liselot, permanecerás en el colegio y acatarás las restricciones que se te impongan para salvaguardar tu honorabilidad. Una de las hermanas te acompañará hasta el final del curso para evitar una conducta reincidente.
    La humillación a la que me sometieron casi me hicieron verter las lágrimas que me bordeaban los ojos. Heleentje había llegado muy lejos y estaba segura que sus invenciones no se quedarían en el despacho de la directora y que correrían por todo el colegio en pocas horas.
    
    La cabeza me dolía. Estaba a punto de estallarme cuando salí del despacho custiodada por Sor Justine.    
    Heleentje seguía en el mismo sitio de antes con sus amigas, esperando mi salida del despacho para regocijarse en mi impotencia con el triunfo marcado en su sonrisa. Detuve el paso varios segundos frente a ellas. Me acerqué a la difamadora, que adoptó una actitud chulesca, la miré con más desprecio que odio y descargué en su mejilla toda la rabia contenida. Se llevó la mano a la cara desconcertada.
    Sor Justine tiró de mi brazo para apartarme de ella temerosa de que se iniciara una pelea entre lobas mientras las alumnas que iban llegando desaceleraban el paso para ir sus habitaciones.
    -Esto es inadmisible. Ve a tu habitación Sancha. Y vosotras, señoritas, haced lo mismo, ¡Deprisa!