-Síentate Sancha.La madre Ingeborg me indicó con la cabeza la
silla vacía dispuesta entre Godelieve y Huub, no sé si
intencionadamente, a los que la acritud se les acentuó en el semblante con mi
aproximación.
La madre llevaba en el cargo de
directora tanto tiempo como yo interna en el centro. La
expresión grave que lucía la religiosa evidenciaba que la tormenta a punto de
caer podía provocar una catástrofe en mi vida.
-El asunto que nos ataña es delicado y me he visto en la obligación de informar a tus abuelos
de una conducta intolerable para una institución como el St. Liselot. Cualquier
aptitud que mancille el legado de las Honorables Siervas de Dios, debe ser
amonestada con el fin de que no vuelva a producirse -se detuvo para cruzar las manos sobre el escritorio a la vez que los
mofletes se le inflaban-. ¿Tienes algo que contarnos, Sancha?
-No madre.
Aturdida por la
perorata de la abadesa percibí la
mirada discriminatoria de los Van Heley
asediándome. Me habían juzgado y sentenciado sin oírme.
-¿Crees que tu proceder ha sido apropiado?
No tenía la menor idea de a lo que la
madre se refería. Ignoraba de que se me acusaba.
-Por el amor a dios, estamos al
corriente de tu deleznable comportamiento-Godelieve
de Vries intervino con un desaforado dramatismo, habilidosa en transformar
granos de arena en montañas descomunales de excrementos.
¿Qué es lo que sabían y yo no?
La madre Ingeborg abrió uno de los
cajones de su escritorio y extrajo cinco cartas que conocía muy bien. Empezaba
a entender que estaba pasando. El rojo asaltó mis mejillas, mi privacidad había
sido vulnerada, me sentí ultrajada.
-Mantienes correspondencia con un joven
infligiendo las normas del colegio que prohíbe terminantemente que las internas se relacionen con el género masculino
dentro de las instalaciones, salvo que exista un vínculo sanguíneo -silenció su
voz estentórea para helarme con los ojillos grises de una octogenaria -. Sabemos que se han producido encuentros en el patio
entre tú y el autor de las misivas en los que has mostrado
un exceso de afecto.
-¡No es verdad!
Siem me había entregado el libro de tapa blanda que apretaba entre las manos semanas atrás
a través de la verja del patio. Nuestros dedos ni siquiera se rozaron. Él era
el emisario de las cartas que obraban en poder de la directora, a la que
alguien, había puesto en conocimiento de las mismas hurgando entre mis cosas.
En ellas no existía ningún elemento pecaminoso. Era la correspondencia entre dos amigos. Esa misma persona con toda seguridad
habría presenciado ese único encuentro e inventado otros más afectuosos que me difamaran.
Las mentiras de Heleentje no tocaban techo.
-¡Mientes! Varias de tus compañeras atestiguan tú actitud indecorosa.
Godelieve de Vries alzó la voz. La ira
le había enrojecido las mejillas más que a mí la furia que me abrasaba el
estómago.
-Tal actitud indecorosa es falsa
-apuntillé en balde.
-Has guardado silencio respecto a las
cartas y a los encuentros con un hombre en el patio cuando te he preguntado
para no admitir tu desobediencia y culpabilidad. Mentir es pecado.
-Mi conducta no compromete la rectitud
que se me exige. El contenido de las cartas no
desmiente mis palabras. No existen encuentros afectuosos con un hombre.
Protesté acalorada con la sangre
golpeándome las sienes.
-No blasfemes -Huub Van Heley,
espectador callado hasta entonces se manifestó. Los años le habían desprendido
el pelo de la cabeza conservando solos algunos mechones cortos sobre las
orejas.
-Las faltas que has cometido se
sancionan con la expulsión, pero dado el brillante expediente académico que te
avala y de los pocos meses que restan para la graduación,
hemos convenido con tus abuelos que te sometas a
una exploración médica a cargo del doctor Brouwer para que esto no transcienda
de intramuros –la madre Ingeborg carraspeó- Él determinará en qué grado se ha
visto afectada tu virtud a cuenta de malas acciones
reiteradas en el tiempo. Solo en caso de que el resultado del examen
médico sea el requerido a las alumnas del St. Liselot, permanecerás
en el colegio y acatarás las restricciones que se te impongan
para salvaguardar tu honorabilidad. Una de las hermanas te acompañará hasta el
final del curso para evitar una conducta reincidente.
La humillación a
la que me sometieron casi me hicieron verter
las lágrimas que me bordeaban los ojos. Heleentje había llegado muy lejos y
estaba segura que sus invenciones no se quedarían en el despacho de la
directora y que correrían por todo el colegio en pocas horas.
La cabeza me dolía. Estaba a punto de
estallarme cuando salí del despacho custiodada por Sor Justine.
Heleentje seguía en el mismo sitio de
antes con sus amigas, esperando mi salida del despacho
para regocijarse en mi impotencia con el triunfo
marcado en su sonrisa. Detuve el paso varios segundos frente a ellas. Me
acerqué a la difamadora, que adoptó una actitud chulesca, la miré con más
desprecio que odio y descargué en su mejilla toda la rabia contenida. Se llevó
la mano a la cara desconcertada.
Sor Justine tiró de mi brazo para
apartarme de ella temerosa de que se iniciara una pelea entre lobas mientras
las alumnas que iban llegando desaceleraban el paso para
ir sus habitaciones.
-Esto es inadmisible. Ve a tu habitación
Sancha. Y vosotras, señoritas, haced lo mismo, ¡Deprisa!
Como a ti, no me entusiasma que fisgoneen en mi vida aunque se esconda una noble causa.
ResponderEliminarFeliz del regreso.
Un beso.
Discreción.
ResponderEliminarGracias.
Un beso.
Sancha.