sábado, 25 de septiembre de 2021

26.- La reunión


    
    -Síentate Sancha.La madre Ingeborg me indicó con la cabeza la silla vacía dispuesta entre Godelieve y Huub, no sé si intencionadamente, a los que la acritud se les acentuó en el semblante con mi aproximación. 
    La madre llevaba en el cargo de directora tanto tiempo como yo interna en el centro. La expresión grave que lucía la religiosa evidenciaba que la tormenta a punto de caer podía provocar una catástrofe en mi vida.
    -El asunto que nos ataña es delicado y me he visto en la obligación de informar a tus abuelos de una conducta intolerable para una institución como el St. Liselot. Cualquier aptitud que mancille el legado de las Honorables Siervas de Dios, debe ser amonestada con el fin de que no vuelva a producirse -se detuvo para cruzar las manos sobre el escritorio a la vez que los mofletes se le inflaban-. ¿Tienes algo que contarnos, Sancha?
     -No madre.
    Aturdida por la perorata de la abadesa percibí la mirada discriminatoria de los Van Heley asediándome. Me habían juzgado y sentenciado sin oírme.
     -¿Crees que tu proceder ha sido apropiado?
    No tenía la menor idea de a lo que la madre se refería. Ignoraba de que se me acusaba.
    -Por el amor a dios, estamos al corriente de tu deleznable comportamiento-Godelieve de Vries intervino con un desaforado dramatismo, habilidosa en transformar granos de arena en montañas descomunales de excrementos.
    ¿Qué es lo que sabían y yo no?
    La madre Ingeborg abrió uno de los cajones de su escritorio y extrajo cinco cartas que conocía muy bien. Empezaba a entender que estaba pasando. El rojo asaltó mis mejillas, mi privacidad había sido vulnerada, me sentí ultrajada.
            -Mantienes correspondencia con un joven infligiendo las normas del colegio que prohíbe terminantemente que las internas se relacionen con el género masculino dentro de las instalaciones, salvo que exista un vínculo sanguíneo -silenció su voz estentórea para helarme con los ojillos grises de una octogenaria -. Sabemos que se han producido encuentros en el patio entre tú y el  autor de las misivas en los que has mostrado un exceso de afecto. 
    -¡No es verdad!
    Siem me había entregado el libro de tapa blanda que apretaba entre las manos semanas atrás a través de la verja del patio. Nuestros dedos ni siquiera se rozaron. Él era el emisario de las cartas que obraban en poder de la directora, a la que alguien, había puesto en conocimiento de las mismas hurgando entre mis cosas. En ellas no existía ningún elemento pecaminoso. Era la correspondencia entre dos amigos. Esa misma persona con toda seguridad habría presenciado ese único encuentro e inventado otros más afectuosos que me difamaran. 
    Las mentiras de Heleentje no tocaban techo.
    -¡Mientes! Varias de tus compañeras atestiguan tú actitud indecorosa.
    Godelieve de Vries alzó la voz. La ira le había enrojecido las mejillas más que a mí la furia que me abrasaba el estómago.
    -Tal actitud indecorosa es falsa -apuntillé en balde.
    -Has guardado silencio respecto a las cartas y a los encuentros con un hombre en el patio cuando te he preguntado para no admitir tu desobediencia y culpabilidad. Mentir es pecado.
    -Mi conducta no compromete la rectitud que se me exige. El contenido de las cartas no desmiente mis palabras. No existen encuentros afectuosos con un hombre.
    Protesté acalorada con la sangre golpeándome las sienes.
    -No blasfemes -Huub Van Heley, espectador callado hasta entonces se manifestó. Los años le habían desprendido el pelo de la cabeza conservando solos algunos mechones cortos sobre las orejas.
    -Las faltas que has cometido se sancionan con la expulsión, pero dado el brillante expediente académico que te avala y de los pocos meses que restan para la graduación, hemos convenido con tus abuelos que te sometas a una exploración médica a cargo del doctor Brouwer para que esto no transcienda de intramuros –la madre Ingeborg carraspeó- Él determinará en qué grado se ha visto afectada tu virtud a cuenta de malas acciones reiteradas en el tiempo. Solo en caso de que el resultado del examen médico sea el requerido a las alumnas del St. Liselot, permanecerás en el colegio y acatarás las restricciones que se te impongan para salvaguardar tu honorabilidad. Una de las hermanas te acompañará hasta el final del curso para evitar una conducta reincidente.
    La humillación a la que me sometieron casi me hicieron verter las lágrimas que me bordeaban los ojos. Heleentje había llegado muy lejos y estaba segura que sus invenciones no se quedarían en el despacho de la directora y que correrían por todo el colegio en pocas horas.
    
    La cabeza me dolía. Estaba a punto de estallarme cuando salí del despacho custiodada por Sor Justine.    
    Heleentje seguía en el mismo sitio de antes con sus amigas, esperando mi salida del despacho para regocijarse en mi impotencia con el triunfo marcado en su sonrisa. Detuve el paso varios segundos frente a ellas. Me acerqué a la difamadora, que adoptó una actitud chulesca, la miré con más desprecio que odio y descargué en su mejilla toda la rabia contenida. Se llevó la mano a la cara desconcertada.
    Sor Justine tiró de mi brazo para apartarme de ella temerosa de que se iniciara una pelea entre lobas mientras las alumnas que iban llegando desaceleraban el paso para ir sus habitaciones.
    -Esto es inadmisible. Ve a tu habitación Sancha. Y vosotras, señoritas, haced lo mismo, ¡Deprisa!

 

 

2 comentarios:

  1. Como a ti, no me entusiasma que fisgoneen en mi vida aunque se esconda una noble causa.

    Feliz del regreso.

    Un beso.

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