Hay personas que por su peculiaridades alcanzan la categoría de personajes. Claudio Isasi es una de ellas. Se hospeda en el hostal desde hace años, al que considera, cito textualmente "un segundo hogar", los tres o cuatro días a la semana que pasa en el durante el curso escolar. Fijó su residencia habitual en Salamanca cuando él y su mujer, artesana de la arcilla, se cansaron de vivir en la capital de forma permanente y volvieron a su lugar de origen, donde ella abrió un taller de cerámica, en el que además de elaborar todo tipo de pieza, enseña a trabajar la mezcolanza de tierra y agua a quienes desean crear con sus manos.
Cándida nos presentó la segunda noche que pasé en Madrid en el comedor de su casa, a la que ambos estábamos invitados a degustar una crema de setas aromatizadas con especias y tarta de queso casera. Una cena más ligera que el cocido y embutidos de la jornada anterior con la que me estrené como comensal asidua de la gerencia.
El sexagenario amenizó la velada con su incontinencia verbal rociada con la abrumadora forma en que disfruta cada segundo que la vida le concede. Para Claudio es preciso contemplar cuidadosamente el entorno para analizarlo con la misma delicadeza y manifestarse o reservar las palabras.
Ni mi hermetismo ni mi ausencia les pasaron inadvertidos. Me limité a comer en silencio mientra sus comentario me llegaban bajo volumen sin escuchar lo que ninguno de los dos decía. De tanto en tanto detecté alguna mirada piadosa por parte de ambos disculpando mi estanqueidad que me alentaba a que participase si creía conveniente aportar mi punto de vista, pero o me apetecía nada. Mi mente estaba en Ámsterdam, con el miedo en el cuerpo y pensamientos atropellados aumentado la ansiedad que me zarandeaba.
Pocos días después de ese primer encuentro coincidimos en el vestíbulo. Isasi charlaba con Trini con su maletín marrón en la mano y un pañuelo de lino aceituna al cuello que cubría para evitar afonías. La voz es su herramienta de trabajo y la protege de las temperaturas bajas, aunque sea primavera. Bajé las escaleras, les saludé y me dirigí hacia la puerta, empeñada en pasar desapercibida; empequeñeciéndome para que mi tránsito se asemejara a un débil soplo de aire, pero no lo logré. No había alcanzado la salida cuando el profesor de filosofía me preguntó si podía acompañarme un tramo del camino ya que los dos íbamos en la misa dirección. Sus ojillos grises y la sonrisa afectuosa envuelta en una barba tan blanca como su pelo que me dispensó me enterneció de tal manera que no encontré un pretexto para negarme y acepté el ofrecimiento. Hubiera deseado que cada hombre mayor que me trataba con afabilidad fuera mi abuelo en lugar del insondable Huub Van Heley.
Salimos a la calle. Eran la ocho. Los vehículos circulaban sin dejar hueco al silencio; los viandantes nos adelataban o se alejaban de nosotros en sentido contrario. Claudio se tomó un par de minutos antes de abordar el asunto que quería despachar conmigo, dando un sutil rodeo.
-De un viaje a Ámsterdam, hará unos veinte años, recuerdo con especial agrado el latido de las calles con los numerosos artistas que ofrecen su espectáculo como manifestación de su modo de entender la vida. Mi hijo era estudiante de Erasmus y nos sirvió de guía improvisado para mostraros los istios que frecuentaba cuando disponía de algo d tiempo libre -carraspeó un poco-. Es tan observador como yo y nos mueve el mismo interés: conocer la naturaleza de las personas a través de sus actitudes... No es agradable que a uno lo observen, incluso resulta molesto cuando alguien nos mira, en gran medida, porque desconocemos la intención que hay detrás de esa inspección visual... ¿te incomoda ser el centro de atención de otra persona?
-Me inquieta. Prefiero ser invisible.
-Todos hemos deseado serlo alguna vez -emitió una breve y ahogada carcajada-. No quisiera importunarte pero... ¿tienes pesadillas con frecuencia?
Nuestras miradas se encontraron. La suya en la búsqueda de una reacción susceptible de un análisis que me acercara a su entendimiento. La mía temerosa e interrogativa ante la vulnerabilidad de una privacidad invadida.
-A tu cama de la mía les separa un tabique. El silencio de la noche provoca al nitidez de los sonidos.
-Lamento haberle despertado -me ajusté la chaqueta de lana gris al cuerpo notando un leve escalofrío que no era debido al aire fresco que a esa hora acaecía.
-Controlarlo todo es imposible. Tengo el sueño ligero y el oído fino... -se cambió el maletín de mano-. En mi opinión y haciendo uso de símil, las pesadillas son los carruajes en que transitan las emociones cuando Morfeo nos acoge en su seo, tirados por la ansiedad, el estrés o el miedo -hizo una pausa reflexiva-. Los trayectos son tortuosos y en consecuencia desagradables en sumo grado, pero nos advierten de que debemos cambiar el enfoque de lo que nos preocupa o angustia para encontrar la solución adecuada o tomar las decisiones correctas... Sea cual sea el origen de tus noches agitadas, contémplalo como si fuera ajeno a ti y te será más fácil ponerle remedio.
Devolverle la vida a Jenkin era imposible.
-Aquí se separan nuestros caminos... de momento. Espero que nos acompañemos en otra ocasión. Considérate mi reto -dejó en mi retina una sonrisa antes de cruzar la carretera para cambiar de manzana.
Girando la esquina para dirigirme a la biblioteca determiné que evitaría ora coincidencia con el profesor de filosofía, considerándolo un entrometido. Me equivocaba.
Vuestra historia empezó con una mirada, o su historia contigo, y ese día en la consulta te demostró que era vulnerable a ti. Con unos años más, te hubieras dado cuenta.
ResponderEliminarUn beso.
Acertada percepción.
ResponderEliminarDespués de todo, hubiera preferido
que no me hubiera visto distinta.
Un beso.
Sancha.