domingo, 24 de septiembre de 2023

86. La explicación

 
        A veces se emplean años de la vida a esperar que lo que más se desea llegue y cuando al fin ocurre, las prioridades son otras. El desencanto desplaza a la ilusión y la esperanza se esfuma.

    Indiferencia es el estado de ánimo con el que asistí al relato de lo acontecido a Jenkin después de que su cuerpo chocara con un toldo en el descenso hacia la acera. No me interesaba que detallara el camino recorrido hasta estar sentado aún espacio de distancia de mí en el sillón del salón. Aún así le escuché sin interrumpirle. Dejé que hablara, que creyera que si le permitía darme explicaciones era porque le ofrecía la oportunidad de reconquistar el feudo perdido. El doctor ignoraba que ya no era la mujer débil de antes y que las decisiones que tomara en adelante, iban a ser firmes.
        
    Esa tarde en que todo cambió, la politie contactó con Antje para comunicarle que Jenkin había sufrido un accidente. Le aseguraron que la vida de su marido no corría peligro, paro Antje, en su papel de esposa abnegada, se plantó en el hospital en veinte minutos. Allí le contaron cómo se había producido la caída. Dos palabras le empezaron a dar vueltas en la cabeza: balcón y caída... ¿Qué hacía Jenkin en el balcón de una casa que no era la suya? Con este runrún taladrándole el cerebro entró en la habitación donde su marido, con dos vertebras rotas y varias contusiones leves, descansaba. Clavó las pupilas, cuchillos puntiagudos, sobre su rostro y formuló seca y áspera,  imitando el esparto, la cuestión cuya respuesta sospechaba:
    -¿Estabas con ella?
    Un Jenkin asombrado balbuceó mientra las dudas le invadían... ¿Quién creía Antje que era ella? ¿Cómo sabía que había un ella?¿Le habría visto alguna vez conmigo en algún lugar público y había sacado conclusiones? ¿Qué le motivaba a pensar que tenía una aventura con otra mujer con lo discreto que eran nuestros encuentros?
    -No sé no sé qué ideas te estás te estás haciendo, pero pero no son objetivas... Debería haberte contado que alquilé un apartamento para trabajar tranquilo, pero no sabía no sabía cómo te lo ibas a tomar... -tragó saliva visiblemente pálido-. Los niños son inquietos y me cuesta concentrarme cuando trabajo en casa.
    -Se acabó -sentenció Antje antes de abandonar a su marido.
    -El doctor Brouwer se quedó pensativo. A la politie no le mencionó mi presencia en el apartamento porque confesar que tenía una amante le parecía bochornoso y la mujer que le acababa de dejar se enteraría de que había estado llevando una doble vida.
    Cuando al cabo de tres días salió del hospital se mudó al apartamento de Apollbuurt. Antje cambió la cerradura de la puerta, recogió sus pertenencias de mala gana y las dejó apiladas en la entrada. Unos días más tarde recibió la demanda de divorcio con cláusulas abusivas a la que cedió para que su esposa no cumpliera la amenaza de propagar el motivo real de su separación: infidelidad continuada. La familia, los amigos y compañeros creyeron la versión pactada entre ambos a través de los abogados: desgaste en la convivencia.    
    -Soy la alternativa a la soledad -decepcionada y dolida mis ojos se vistieron de la repulsa que sentí al terminar su relato.
    -No liefde -intentó acercarse a mí. Reculé asqueada hasta toparme con el brazo del sofá. Se dio por vencido-. Nos hubiéramos divorciado de todas formas, nuestro matrimonio tenía el recorrido agotado.
    Me levanté con el corazón hecho trizas conteniendo las ganas de llorar.
    -Vete.
    -Pero liefde, hablemos -se puso de pie en actitud conciliadora. 
    -¡No llames liefde!¡Vete!
    Fui hacia la puerta y la abrí. Al otro lado el rostro alarmado de Daniel por mis gritos me serenó.
    -¿Va todo bien? -preguntó mirando a Jenkin que se acercó a nosotros.
    -¿Y éste quién es? -el doctor se creía con derecho a inmiscuirse en mi vida.
  -Un amigo -hice pasar a Daniel al vestíbulo. Los dos hombres se miraron desafiantes-. Por favor, vete.
    Jenkin se detuvo unos segundos delante de mí en el trayecto hacia la salida. La dulzura de su mirada me hubiera ablandado en otras circunstancias y hubiera accedido a su súplica.
    Me apoyé en la puerta cerrada tras su marcha y exhalé el aire contenido.