domingo, 24 de octubre de 2021

32. El candidato


    No fue casualidad que Godelieve de Vries olvidara las gafas en la sala donde Huub Van Heley estaba reunido con Niek Van der Berg, tratando asuntos financieros un domingo por la tarde, ni que me pidiera que fuera a buscarlas, precisamente a mí.
     Era el último fin de semana antes de terminar el primer año de filología. Continué trabajando en el biblioteca hasta agosto y después fuí unas semanas a Almere a echar una mano en la  Asociación Católica Cristiana St. Johannes. Desde que me había independizado, a medias, regresar a casa de los Van Heley los fines de semana ya no suponía estar encerrada todo el día en la habitación como antaño. Entraba y salía cuando quería dentro de un horario establecido por los titulares de la propiedad que no me costaba cumplir y podía transitar por el resto de las estancias con libertad e incluso tenía autorización para salir al jardín.
    A los progenitores de mi padre no les gustaba que pasara parte del verano en Almere por considerarlo el lugar maldito donde se había propiciado mi rebeldía y mucho menos era de su agrado que me relacionase con Siem, del que tenían referencias facilitadas por los Bakker, y en su opinión, instigador de mi desobediencia. Tampoco aprobaban que compartiera tiempo con Diantha, por la libertad con la que había sido educada... Su percepción sobre libertad estaba distorsionada debido a arraigadas creencias religiosas. Para ellos lo normal era encerrar a su única nieta en una habitación y en un internado para protegerla del mal ajeno. Creían que así me salvaban de mí misma por esos genes indeseados de la rama materna, sin embargo me desarmaban para afrontar la vida real. Querían una nieta de diseño desprovista de conocimientos y experiencias.
    
    Abrí la puerta de la sala disculpándome por la inrrupción. Podía decirse que aquella era una de las pocas ocasiones en que Huub sonrió y además lo hacía henchido de satisfacción. Hasta podía parecer un anciano simpático y adorable sino hubiera sido él.
    -La abuela se ha dejado las gafas aquí.
    Huub cogió las lentes de encima de la mesita donde dos tazas de café sobre sus respectivos platos se enfriaban.
    -¿Conoces a Niek? Su hermana ha sido alumna en el St. Liselot.
    Le miré por cortesía, no tenía interés alguno por saber de quien se trataba. Me fastidiaba que Godelieve hubiera interrumpido mi lectura para instarme a que le llevara las gafas. Podía haber ido ella misma a recogerlas.
    -No nos han presentado tal vez este sea el momento -Niek se levantó del sillón acompañando las palabras de una sonrisa impostada. Las malas vibraciones me sobrecogieron al instante. Cuando alguien está envuelto en un halo oscuro lo capto enseguida.
    -Claro, ¡que desconsideración por mi parte! Sancha, Niek Van der Berg, mi asesor financiero.
    Tragué saliva. El chico que tomaba mi mano para depositar un beso en el dorso era el hermano de Heleentje. El gesto me ocasionó repulsión. Retiré la mano y me la limpié disimuladamente en el lateral del pantalón hasta que me las pude lavar con jabón.
    -Un placer, sin duda.
    Carecía de naturalidad asemejándose a un individuo guionizado siguiendo las pautas marcadas con anterioridad como respuesta a un patrón asimilado.
    Hice una mueca con la boca antes de despedirme. Los músculos de la cara se me tensaron. No aguantaba un solo segundo más en aquella habitación. Me asqueaba pensar en las intenciones que tenían los Van Heley provocando el encuentro.     
    A partir de esa tarde las visitas de Niek fueron frecuentes. Godelieve le invitó a comer algunos domingos, convirtiéndose esas comidas en un hábito y todas las semanas desfilaba por casa.
    En la sobremesa los Van Heley se las arreglaban para dejarnos a solas. No teníamos nada en común. Escucharle hablar con su lenguaje becqueriano resultaba soporífero. Me mostraba distante, no prestaba atención e incluso a veces bostezaba con el fin de que captara las señales que claramente indicaban que estaba perdiendo el tiempo intentando seducirme, anclado en la visión romántica de un primer encuentro que no recuerdo, en el St. Liselot para conmemorar la fundación del colegio, que se celebraba cada año, en que se narraba como el convento de las Honorables Siervas de Dios derivó en un internado de prestigio. Ese día me convertí en su objetivo y se valió de los Van Heley, encantados de que tan prometedor joven estuviera interesado en su nieta, para llegar a mí.
    El plan del matrimonio al pedirme aquel sábado de diciembre en el piso compartido que volviera a casa los fines de semana, quedó al descubierto.

2 comentarios:

  1. Si inquietante es sentirse seguida, descubrir que los personajes de un libro son reales mucho más.
    Para volverse loco.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Incluso pensé que era una broma de muy mal gusto.
    Con el paso de los días, lo normalicé.

    Un beso.
    Sancha.

    ResponderEliminar