El hombre rubio de ojos
claros me sostenía con los brazos sobre sus rodillas ancladas al suelo. Su buen
reflejo hizo que me sujetara a tiempo cuando me desplomé evitando una caída
brusca.
Una mujer le
dio una botella pequeña de agua precintada al salvador aconsejándole que me
humedeciera la nuca y que luego me hiciera beber.
El salvador siguió las indicaciones y en
pocos minutos noté como el frío líquido bajaba por la garganta hasta desembocar
en el estómago.
-¿Estás bien, Cintia?
Cintia, ese fue el nombre que pronunció mientras
me ayudaba a incorporarme. Los curiosos que fueron
llegando alertados por los cuchicheos de la congregación de personas que nos
rodeaban, despejaron la zona al
cerciorarse de que me recomponía deseándome una pronta recuperación.
Las pulsaciones se me aceleraron y un
ligero mareo me sobrevino. Conocía al hombre que permanecía a mi lado, con su
brazo rodeándome la cintura. Con quince años menos era el chico que posaba con
mi hermana en la foto que tenía del día de su boda y que Godelieve me legó con
las otras dos instantáneas. Mi salvador era el ex marido de mi gemela y creía
que yo era ella.
Cintia... Tenía que ser una coincidencia que se
llamara igual que la protagonista de la novela
que traducía al neerlandés y que tan mal cuerpo me
ponía. Mis diatribas eran producto de la imaginación, no la realidad. Una coincidencia sin más.
-Al menos esta vez no te has golpeado
con un aspersor.
El salvador bromeó. Desencajada comencé
a encajar fragmentos en una historia de la que aún me
quedaba mucho por conocer. Por insólito que resultase, todo indicaba que Cintia
además de mi hermana era la autora de "Memorias de una
jeta". No era una novela de ficción, narraba sus propias vivencias. Gonzo, así
es como Patricia Ruíz de Azua, a la que mencionaba brevemente en el manuscrito, se refería a su marido Gonzalo, ex marido
de mi hermana, con el que se casó para cumplir un sueño de la niñez,
divorciarse, con el fin de sentirse libre como el hámster que dejó escapar
atendiendo a la súplica que detectó en la mirada del pequeño roedor. Era absurdo.
El gran drama en la existencia de Cintia Van Heley de Haut fue el supuesto rechazo de un
ratón.
Cintia paseando por el jardín con su segundo
marido, un adinerado nonagenario paciente y
encantador, no tuvo tanta suerte como yo y al desmayarse se golpeó la cabeza
con un aspersor, lo que le produjo una amnesia transitoria que alargó
deliberadamente en el tiempo.
Gonzalo, el salvador, con la referencia
irónica a ese hecho me confirmó la conexión entre la
novela y yo.
Los ojos se me empañaron. Acababa de
descubrir la gran mentira de los Van Heley. En mi mente
se proyectó la foto de la niña rubia idéntica a mí con una pareja. No eran sus
tíos, como pensaba, eran sus padres… mis
padres.
Vivían.
Los Van Heley eran un cavernarios.
ResponderEliminarEspero que no se salieran con la suya.
Un beso.
Tampoco yo me salí con la mía.
ResponderEliminarUn beso.
Sancha.