domingo, 17 de octubre de 2021

31. El ex marido



    Recuperé el conocimiento paulatinamente, despertando de un sueño de tiempo impreciso entre los murmullos de varios visitantes del parque, que se habían detenido frente a nosotros,  guardando  las distancias para no abrumarme.  
    El hombre rubio de ojos claros me sostenía con los brazos sobre sus rodillas ancladas al suelo. Su buen reflejo hizo que me sujetara a tiempo cuando me desplomé evitando una caída brusca.
    Una mujer le dio una botella pequeña de agua precintada al salvador aconsejándole que me humedeciera la nuca y que luego me hiciera beber.
    El salvador siguió las indicaciones y en pocos minutos noté como el frío líquido bajaba por la garganta hasta desembocar en el estómago.
    -¿Estás bien, Cintia? 
    Cintia, ese fue el nombre que pronunció mientras me ayudaba a incorporarme. Los curiosos que fueron llegando alertados por los cuchicheos de la congregación de personas que nos rodeaban,  despejaron la zona al cerciorarse de que me recomponía deseándome una pronta recuperación. 
    Las pulsaciones se me aceleraron y un ligero mareo me sobrevino. Conocía al hombre que permanecía a mi lado, con su brazo rodeándome la cintura. Con quince años menos era el chico que posaba con mi hermana en la foto que tenía del día de su boda y que Godelieve me legó con las otras dos instantáneas. Mi salvador era el ex marido de mi gemela y creía que yo era ella. 
    Cintia... Tenía que ser una coincidencia que se llamara igual que la protagonista de la novela que traducía al neerlandés y que tan mal cuerpo me ponía. Mis diatribas eran producto de la imaginación, no la realidad. Una coincidencia sin más.
    -Al menos esta vez no te has golpeado con un aspersor.
    El salvador bromeó. Desencajada comencé a encajar fragmentos en una historia de la que aún me quedaba mucho por conocer. Por insólito que resultase, todo indicaba que Cintia además de mi hermana era la autora de "Memorias de una jeta". No era una novela de ficción, narraba sus propias vivencias. Gonzo, así es como Patricia Ruíz de Azua, a la que mencionaba brevemente en el manuscrito, se refería a su marido Gonzalo, ex marido de mi hermana, con el que se casó para cumplir un sueño de la niñez, divorciarse, con el fin de sentirse libre como el hámster que dejó escapar atendiendo a la súplica que detectó en la mirada del pequeño roedor. Era absurdo. El gran drama en la existencia de Cintia Van Heley de Haut fue el supuesto rechazo de un ratón.
    Cintia paseando por el jardín con su segundo marido, un adinerado nonagenario paciente y encantador, no tuvo tanta suerte como yo y al desmayarse se golpeó la cabeza con un aspersor, lo que le produjo una amnesia transitoria que alargó deliberadamente en el tiempo.    
    Gonzalo, el salvador, con la referencia irónica a ese hecho me confirmó la conexión entre la novela y yo.    
    Los ojos se me empañaron. Acababa de descubrir la gran mentira de los Van Heley. En mi mente se proyectó la foto de la niña rubia idéntica a mí con una pareja. No eran sus tíos, como pensaba,  eran sus padres… mis padres.
    Vivían.

 

   

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