Niek no me perdió de vista llegar a mi apartamento. Entró en el edificio y constató por mi nombre escrito en buzón que vivía allí.
Me reincorporé al trabajo a los dos días de salir del hospital. Tenía algunas molestias al caminar, pero prefería ir a la editorial a trabajar que hacerlo desde casa, donde las paredes se me caían encima. Un día al abrir el buzón encontré un sobre blanco sin remitente con mi nombre mecanografiado. Extraje una hoja doblada por la mitad y las fotos que Heleentje le mostró a Antje. La hoja estaba escrita con un editor de texto. Nadie firmaba la misiva. No hizo falta rubrica, la impronta era clara.
"Antje sabe que eres la amante de su marido y que parirás un bastardo suyo."
Demasiada coincidencia que desde la mañana en que se me antojaron unas manzanas todo empezara a ir mal. Me convencí que Niek era el autor de las fotos y del mensaje en consenso con su hermana, el cerebro del plan urdido para hundirme. El día que nos hicieron las fotos era el mismo en que coincidimos en el mercado. Me siguió. Un hormigueo me recorrió la columna vertebral al pensar que había estado en el edificio donde vivía y que la vida aplacible que tenía corría el riesgo de dejar de serlo. El apartamento ya no era un lugar seguro.
Cuando esa semana oír decir a un compañero de trabajo que vendía su casas, tuve que claro que podría ser mi hogar... Y así fue.
Nada me ha producido mayor dolor que ver la desilusión reflejada en los ojos de Siem al visitarme en el hospital. Me habían practicado un legrad a causa del abortó espontáneo que sufrí.
Antje, en el rol de alma caritativa, una vez más estuvo a mi lado, pero esa vez para asegurarse de que había destruido el vínculo que creía que me unía a su marido, despechada por una inexistente deslealtad que nos atribuyó.
Mi mejor amigo entró en la habitación fingiendo que nada andaba mal y se sentó sobre la cama muy cerca de mí para ampararme entre sus brazos. Rompí a llorar mientras él me consolaba engulléndose su propio dolor.
-No he cuidado lo sufiente de él...
La última ecografia de hacía dos semanas desvelaba que esperábamos un niño, no alegramos tanto como si hubiera sido una niña. Ninguno de los tres tenía preferencia por el sexo del bebé.
-No es culpa tuya. Ni lo pienses.
Posó sus labios sobre mi frente unos segundos. Diantha no tardó en llegar sosteniendo un café en la mano y Jenkin lo hizo al cabo de un rato. Le hizo un comentario en voz baja a Antje, que nos contemplaba complacida y se aproximó a nosotros.
-Podéis intentarlo más adelante.
Siem y yo no miramos compungidos. La desazón que sentíamos tenía altura de rascacielos y no veíamos más allá del dolor que se adhería como una tela de araña. Quien empezó a tragar saliva y a tener un exceso de pigmentación roja en la cara fue Antje. Los celos habían obrado en lugar del sentido común. Se tambaleó ligeramente al darse cuenta de cariz que había tomado la situación.
-Antje... -Diantha, de pie junto a ella la sujetó por la cintura.
-Es cansancio. Estoy bien -se recompuso - No tenía idea de que Sancha y Siem fueran pareja.
Diantha no aludió al tipo de relación que teníamos. Se pronunció sobre los hechos objetivos.
-Estaban ilusionados con el bebé. Esto es un duro golpe para todos.
-Salgo un momento afuera para refrescarme un poco. Aquí hace mucho calor.
Ninguno de los que presenciamos la salida de Antje de la habitación imaginamos que el súbito malestar de la señora Brouwer se debía a la culpa y al arrepentimiento. El hijo de Siem y Yani había dejado de habitarme y cuando me enteré de la razón, supe que nunca le perdonaría. Antje mostró su naturaleza.
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