Las cebollas cortadas en rodajas de cuatro centímetros de grosor y las patatas aliñadas con un poco de sal, pimienta negra a discreción y romero acompañaron los filetes de lubina al horno.
En dos días volvía a casa, pero antes desvelaría a las personas que habían hecho la estancia en Madrid agradable, los enigmas resueltos de mi vida.
Mientras cortaba el hojaldre en rectángulos largos para la appeltaart me entretuve recordando cómo había conocido a cada uno de los invitados de esa noche. Al pisar la capital, Popucho, al que le agradaba que le llamáramos por su nombre, evitado durante años porque era como se dirigía a él la mujer que le dejó por otro hombre, me llevó al hostal de Cándida, que en la fugaz conversación telefónica que tuve con ella se mostró cortante, y al registrarme en el mostrador su amabilidad no sufrió viraje. A Leonardo quise perderle de vista al bajar del taxi por su conducta vigilante, desconociendo que sería una pieza fundamental más adelante. A Daniel y a Claudio les conocí el mismo día. El policía entró sigilosamente en el comedor de su madre mientras desayunábamos provocando que me atragantara. Sus ojos marrones a pocos centímetros de los míos, aún los conservo en la memorias, preguntándome si estaba bien. Con el profesor de filosofía coincidí en la cena que Cándida brindó a sus dos únicos huéspedes de esa noche. El primero me atemorizó por su profesión y desarrollé una irracional animadversión hacia él. Al segundo le atribuí la osadía de inmiscuirse en mi asuntos. Me sentí amenazada por ambos.
Alonso se ganó mi simpatía desde aquella tarde temprana en que me saludó con la mano desde el interior de "El hidalgo". A Sofía la conocí cuando entré a preguntar por la edición de Memorias de una jeta. La ilusión y complacencia de su mirada me trasladó a la época en que tenía su edad y quería ser libre. Ella anhelaba ser escritora.
A las cuatro de de la tarde estaba en la cocina del bajo preparando el menú que degustarían los comensales. Cándida me cedió su casa para celebrar el encuentro entusiasmada. Después de comer juntas planeando la noche, mientras yo me esmeraba en el cocinado, ella se encargaba de preparar la mesa con detalle. Viendo la determinación con la que entraba y salía del habitáculo culinario, ponía y quitaba elementos varios, probando combinaciones de manteles y servilletas, vajilla y cubiertos, canturreando, me percaté de que el acontecimiento no sólo era importante para mí, para ella era un rato de distracción con Leonardo. Cualquier excusa era idónea para pasar tiempo juntos, aunque ninguno de los dos se atreviera a proponer al otro dejarse de pretextos y reconocer que les apetecía compartir todos los días un momento de esparcimiento.
El primero en llegar fue Daniel, sobre las siete de la tarde, para echar una mano en lo que hiciera falta. Estuvo interrogando a su madre sobre el taxista con el que últimamente estaba muy habladora. Desde la cocina oyendo las evasivas de Cándida, sonreí pensando que la voz temblorosa respondía a los sentimientos que empezaba a albergar por Popucho, que fue el segundo en hacer acto de presencia con una bandeja de canapés elaborados por el mismo con sumo mimo.
-¿Para qué se ha molestado, hombre? -Cándida dejó la bandeja en el centro de la mesa pequeña dispuesta delante del sofá como si el detalle fuera solo para ella.
-Es lo menos que podía hacer.
-Voy a la cocina a ver si Sancha necesita ayuda.
-No desatiendas al compañero. Me ocupo yo... ¿Leonardo, una cerveza?
-Mejor un zumo, si no es molestia - Leonardo se sentó mientras Cándida retiraba el papel de aluminio que cubrían los canapés.
-Marchando.
Al entrar en al cocina me preguntó dubitativo si había zumo.
-Tu madre ha comprado botellines esta mañana. Hay en la nevera y en la despensa.
-Parece que conoce bien los gustos del conductor...
-Es una anfitriona excepcional... -me lavé la manos y me las sequé con un paño-. Es un buen hombre... Y sensible. Cuidado con el tercer grado.
Interpreté en la tez divertida de Daniel que estaba dispuesto a avasallarles a preguntas en el comedor.
-Voy a comprobarlo.
Por suerte para la pareja, Claudio golpeó la puerta con los nudillos al poco rato, trayendo consigo una caja con dos botellas de vino blanco que casaban a la perfección con la lubina.
Alonso y Sofía cerraron diez minutos antes la librería para ser puntuales a la cita de las ocho en el hostal. Salí de la cocina para saludarles con el delantal puesto. Cándida asomó la cabeza por la puerta de entrada para pedirle a Trini que echara el cerrojo y se uniera a nosotros. Era otra de mis invitadas.
Ver a un grupo tan variopinto, departiendo y riendo, me puso nerviosa. Esa noche iban a cambiar muchas cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario