La mañana que me citaron en el hospital para una revisión, una semana después de la intervención, el cirujano me preguntó si había tomado algún alimento o bebida que provocara la dilatación del útero y la hemorragia. Me explicó que el riesgo de aborto era más probable durante las diez primeras semanas que una vez superado la dieciséis, como había sido en mi caso.
Le conté que en el momento que empezaron los pinchazo tomaba una infusión.
-¿De qué era?
Antje depositó encima de la mesa de centro que flanqueaba el sofá blanco del salón en tonos tostados de su casa, una tetera que contenía el líquido. Al servirlo en la taza, el aroma de la meta me inundó las fosas nasales con su frescor como luego haría en el paladar. La anfitriona me sirvió dos tazas mencionando que le gustaba mucho la marca de la infusión porque potenciaba el sabor de loas hierbas en su distintas variedades.
-Menta - poleo -dije confusa.
La expresión del ginecólogo varió ligeramente. Un gesto casi imperceptible que fue fundamental para darme cuenta de que no había cuidado lo bastante al bebé.
-La infusión que tomó contiene pelugona y monterpeno, son sustancias tóxicas que en estado de gestación pueden producir daños de tipo renal, hepático e incluso neurológico. También puede provocar mal formaciones en el feto. Es posible que influyera en la causa que desencadenó la hemorragia.
Con la nota anónima que dejaron en le buzón, estaba segura que los Van der Berg, en las manos, arremolinada en el sofá del apartamento, me esforcé por recordar las tres últimas semanas en la que la rutina diaria había estado salpicada por hechos inesperados. La llamada de Antje invitándome a su casa para ponernos al día me sorprendió. Ahora sé que fue un pretexto. Analicé los matices de su voz de ese día. La percibí afectuosa, con un deje serio que adjudiqué al cansancio de las guardias. En nuestro encuentro se mostró cariñosa, tal vez en exceso y habladora. La incontinencia verbal no me llamó la atención entonces, supuse que se debía a que le apetecía que pasáramos un ratos juntas por el aprecio que me constaba que me tenía desde años atrás. Cuando empecé a encontrarme mal, su actitud fue el mismo de otras veces en las que me había acompañado al hospital para cerciorarse de que me recuperaría. Esa vez esperaba lo que sucedió horas después.
"Antje sabe que ere la amante de su marido y que parirás un bastardo suyo."
Leí y releí el mensaje... ¿Y si no era un farol? ¿Y si Heleentje había inventado una historia que Antje había creído? ¿y si le había enseñado la fotos que me hizo llegar con la nota? Aún en ese extremo, que Antje tomara la drástica decisión de provocarme un aborto era inconcebible. Se habría dejado llevar por el despecho y habría actuado como la mujer sin escrúpulos que nunca hubiera pensado que podría ser. La Antje sensata y reflexiva a la que admiraba y a la que quería parecerme de niña, habría sido engullida por la ira. No se diferenciaría tanto de Heleentje. Sólo había una manera de despejar las dudas: enfrentándome a ella.
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