domingo, 27 de marzo de 2022

53. Sorpresa

                                                                         


    Los observé un rato desde la puerta de la sala de estar sin que se dieran cuenta. Parecían un matrimonio de ancianos aparentemente inofensivos: Huub resolvía un crucigrama con las piernas cruzadas; Godelieve costumizaba una camisa de seda rosa a la que cambiaba los botones originales por otros más grandes fucsias. Su ferviente catolicismo no les eximía de llevar al demonio dentro ni de comportarse como alimañas para conseguir sus propósitos con un equivocado sentido de la moral.
    Mi entrada les tomó de imprevisto, haciendo que sus cuerpos se sobresaltasen ligeramente al saludarles. No me esperaban hasta la cena con los Van der Berg de la noche siguiente, a la que tenían claro que asistiría por la cuenta que les traía a mis allegados. Si hubiera sido tan ruin como ellos, no habría ido la tarde anterior a concretar detalles sobre el compromiso y les hubiera avergonzado delante de sus invitados. No merecían la deferencia, pero no aspiraba a igualar su maldad.      
    -Al fin apareces.
    Godelieve rompió el silencio sin mirarme. Para ellos eran invisible. Les era indiferente. Una obligación que estaban a punto de sacudirse de encima.
    -He estado ocupada con los preparativos de mañana.
    Acaparé la atención de ambos que mostraron conformidad relajando los músculos de la cara con relieves.
    -Acogemos con agrado que te impliques como corresponde.
    -He entendido qué es mejor para todos.
    Huub asintió con la cabeza poblada por unos filamentos blancos y una concavidad en los labios cambiando la posición de las piernas.
    -Íbamos a tomarnos un café, ¿nos acompañas? -la voz de Godelieve se dulcificó.
    -No tengo tiempo. He venido a despedirme.
    El semblante de los Van Heley mudó como si hubieran mordido un limón demasiado ácido.
    -¿Antepondrás la testarudez al bienestar del prójimo? -Huub recuperó la dureza que tan bien conocía.
    -Queríais que me comprometiera y es lo que haré. Mañana ingreso en un convento. Yo elijo a quien servir y obedecer.
    Huub mal dobló el periódico y lo hizo a un lado al tiempo que Godelieve dejó caer la camisa de entre sus dedos sobre las rodillas.
    -Si es una treta para eludir...
    -Sobre tretas podríais dar lecciones pero no alcanzaría vuestra maestría... Es una decisión macerada -interrumpí a Godelieve elevando la voz exasperada-. Ni me casaré con Niek ni me someteré a su voluntad con vuestro beneplácito. En la fe -obvié decir "en mis misma", suavizando el tono estratégicamente- hallaré la paz de la que carezco y vosotros la tranquilidad de que mis pasos serán correctos y no me desviaré del camino deseado.
    -¿Estás segura de querer tomar los votos? ¿No flaquearás en tu determinación? -inquirió Huub frustrado y medio convencido.
    -Es un propósito firme.
    Huub y Godelieve se miraron serios. No contaban con el giro que habían dado los acontecimientos, sin embargo  que ingresara en un convento equivalía a que la jerarquía monástica tomara el control de mi vida por ellos.
    -Si es lo que deseas...
    -Fervientemente.

    -¿Te casas? -A Siem y Diantha se les congeló la expresión unos segundos. Asimilado lo que acababan de oír, mi amiga de la infancia conjugó el verbo.
    Estaban informados de la persistencia de los Van Heley en que Niek formara parte de la familia de la manera que ellos consideraban que debía hacerlo y de los tejemanejes para ocasionar un acercamiento entre ambos. Lo primero que se les pasó por la cabeza es que estaba cediendo a sus deseos, descartando otras opciones.
    Aclaré sus dudas.
    -No es el tipo de boda que pensáis, ni con quien creéis -el alivio que percibí fue sincero. Como a mí, y aún no conociendo al elegido personalmente, al menos en el caso de Siem, Niek les desagradaba. Cogí un puñado de arena y empecé a pasármela de una mano a la otra. La suave textura me relajó-. Es una forma de decirlo. Lo que me rondaba por la mente y que me ha mantenido distanciada de vosotros es la decisión que he tomado. Llevo días sin encontrarle sentido a mi vida e incómoda conmigo misma. Necesitaba aclararme y resolver lo que me pasaba... -solté la arena y me sacudí las manos-. La próxima semana ingreso en un convento.
    -Retirada espiritual temporal... -adujo titubeante Siem convencido de que no sería así.
    Me conocía hasta el punto de saber que mis decisiones no eran producto de la precipitación, aunque podrían ser equivocadas.
    Negué con la cabeza.
    -Elección de vida.
    -¿Te vas a hacer monja? -Diantha cruzó las piernas sobre la arena.
    -Novicia de momento.
    -Monja...
    Una sor presa.

sábado, 19 de marzo de 2022

52. La merienda


    La verja tardó en abrirse unos cinco segundos.
    Avancé por el camino de gravilla insegura, con un nudo opresor en el pecho y la vista borrosa fija hacia donde se dirigían mis pies.
    Desde la parte de atrás de la mansión vislumbré a los San Bernardo correr en mi dirección. Cuando me dieron alcance nos detuvimos al tiempo. Me observaron orientado el hocico hacia mí para olisquearme en la búsqueda de cualquier resquicio de aroma familiar. Desconozco si me confundieron con Cintia, pero permitieron que les acariciara el lomo e incluso les gustó que tomara la iniciativa de hacerlo. Juntos recorrimos la distancia que se interponía hasta el porche, donde nos separamos. Al llegar a la entrada, la puerta se abrió y al otro lado apareció Andrés, a quien la antigua señora había rebautizado como André, porque le parecía más sofisticado que los empleados de la mansión adoptaran la versión francesa de sus nombres. El mayordomo no era dado a reflejar emoción alguna que le delatase, pero en esa ocasión el asombro que percibí podía deberse al parecido con mi hermana o a que no albergaba esperanzas de que el taxista me trasladara el mensaje y acudiese a la mansión. Se retiró cediéndome el paso.    
    -El señor Federico le espera. Acompáñeme, por favor.
    Osorio me esperaba. Que intuyera que aceptaría la invitación podría inducirle a pensar  que buscaba respuestas.
    Seguí a Andrés por el vestíbulo de ochenta metros que se ajustaba a la descripción leída en el manuscrito, con unas escaleras centrales de mármol al fondo que ascendían a otras estancias de la finca. Los dormitorios de la planta baja los ocupaban Federico y Cintia, que dormían separados, y en el pasillo paralelo el servicio.
    El mobiliario era antiguo y los retratos que decoraban las paredes me sonaban sin haberlos visto antes. La mansión era como la imaginaba.
    Nos detuvimos delante de una puerta cerrada que Andrés golpeó con los nudillos antes de entrar. Era la salita del te, donde Federico recibía las visitas.
    -La invitada ha llegado, señor.
    Me indicó que pasara con un movimiento afirmativo de la cabeza y se aproximó hacia el señor.
    -Por fin nos conocemos -se enderezó con dificultad ayudado por el mayordomo, que le sostenía por un brazo.
    -No se levante, por favor.
    Me acerqué a él apresurada. Me pareció tan frágil que temí que por no perder la cortesía sufriera un accidente desafortunado.
    Tendió la mano hacia mí. Se la estreché agradeciendo en silencio que tomara las riendas de la situación. Puso su otra mano sobre la mía con gesto paternal... o de abuelo a nieta... ¿Qué supondría mi presencia para él? 
    -Celebro recibirte. Tenemos asuntos sobre los que conversar, aunque me temo que no podamos tratarlos hoy todos. Estoy sujeto a achaques de la edad y me fatigo con extraordinaria facilidad -asentí comprensiva-. Andrés, por favor, que nos traigan la merienda -el mayordomo acomodó a Federico en la butaca y salió servicial de la sala. Su mirada satisfactoria me alivió-. Lo sé todo, querida.                                             

domingo, 13 de marzo de 2022

51. La decisión



    La cena de compromiso con los Van der Berg se fijó para un jueves. Huub me advirtió por teléfono, una vez más por si no había quedado claro, al comunicarme con la frialdad habitual, el día y la hora de la reunión familiar que cuidase lo que apreciaba.
    Ese verano decliné hospedarme en la residencia de los Bakker. Por las mañanas me desplazaba desde Amsterdam a Almere para ir a la asociación St. Johannes y al caer la tarde volvía a casa. Dormía mal, comía poco y durante el día estaba irascible y torpe con pensamientos obsesivos martilleándome la cabeza sin tregua que derivaban en el mismo hombre: Niek.
     Las ojeras, la pérdida de peso y la apatía de los últimos días alarmaron a mis amigos que no entendían la razón por la que no compartía con ellos mis inquietudes, distanciándome de las dos únicas personas que siempre han estado a mi lado, pese al empeño de alejarlas de mi vida para que no fueran la diana sobre la que que los Van Heley tiraran vilmente sus dardos. 
    -Aquí nos esquivas -Diantha se sentó por sorpresa junto a mí en el banco del parque donde iba al medio día con un recipiente de comida que apenas probaba,  al que me había seguido después de terminar la jornada en la asociación. En las tardes estivales aún daba clases particulares a los mellizos Smiths, que habían cumplido once años-. No puedo mejorar las vistas, pero tengo oídos.
    Estaban al tanto del encuentro con Jenkin en la calle y el acercamiento entre ambos. Aunque estaba convencida de que no volvería a pasar semejante manifestación de deseo incontrolable, sentía que había traicionado a Antje, faltándole al respeto y rememorar el momento aumentaba la culpabilidad. Para ellos la situación era normal y el responsable de una deslealtad que no se había producido, era quien estaba casado, no yo. 
    -Oídos pacientes, espero.
    Fijó la vista en el tapeware que destapé con la ensalada mustia preparada de madrugada.
    -¿Solo vas a comer eso? -suspiró reprobadora-. Te estás consumiendo dentro de la ropa. No te distingo de tu sombra -se puso de pie con energía-. Ven a casa a comer... Si lo prefieres llamo a Siem e improvisamos.
    -No tengo apetito -volví a tapar la ensalada desganada-. Tengo que deciros algo. Si el viernes estáis disponibles os lo cuento.
    -No tienes que pedir cita para hablar con nosotros... Estás rara. Te aíslas como lo estabas antes del primer verano aquí. No eres quien te costó tanto ser y cada vez te pareces más a quien fuiste y no te gustaba.
    No quería ser quien los Van Heley pretendían, ni vivir una vida estereotipada.
    Tomaría la decisión adecuada para todos y después dejaría que la vida siguiera su curso. 

    En el atardecer del viernes, paseamos un rato por la playa hablando sobre banalidades que rompieran el hielo de mi hermetismo. Diantha y Siem me allanaron el camino para que no me costase tanto intervenir, expectantes. 
    Nos sentamos a orillas del mar. Quise que fuera el mismo lugar donde empecé a despertar, a conocer a una extraña, a descubrir quién era bajo un tapiz azul marino oscuro salpicado de lunares blancos fosforescentes.
    A principios de septiembre iniciaría una nueva etapa. Un periodo de tránsito necesario. Noté que me observaban mientras admiraba el horizonte, la unión perfecta entre mar y cielo. Dibujé el símbolo del infinito sobre la arena. Respiré profundamente y me atreví a mirar unas caras que suplicaban que no alargara aún más el silencio. Era el momento.
    -Me caso.

 

sábado, 12 de marzo de 2022

50. El recado



    Leonardo vino a buscarme al hostal sin que hubiéramos quedado. Cándida me informó a través de la línea telefónica que comunicaba la recepción con las habitaciones que el taxista aguardaba en el vestíbulo.
    Cuando bajé me encontré a la gerente y al taxista discurriendo sobre como conseguir que las albóndigas quedasen esponjosas, ella sentada detrás del mostrador, él bañado en colonia pour homme, con las manos en los bolsillos. Empecé a sospechar que era el pretexto de Leonardo para volver a ver a Cándida, a quien me constaba tenía en buen concepto. Le seguí la corriente por si estaba en lo cierto. Su departir me hizo sonreír. A ambos un desengaño amoroso los había golpeado y ambos se habían propuesto blindarse contra cualquier tipo de sentimiento hacia el sexo opuesto para evitar flaquear nunca más. No contaban con que hay mecanismos internos incontrolables que nos hacen caer una y otra vez.
    -Afuera llueve a cántaros. Le he dicho a Leonardo que mejor esperase aquí dentro -Cándida refulgía de esplendor. Estaba ilusionada. Su explicación sonó a excusa.
    La claridad con la que había amanecido no hacía presagiar la tormenta que se desencadenó por la tarde. El cielo se había tornado de un predominante gris plomizo.
    -Ha hecho muy bien. No podemos correr el riesgo de que Leonardo enferme -exageré la entonación.
    -No, no, de ninguna manera -apuntó Cándida sobrecogida, imaginándose al taxista en cama acatarrado.
    -Le espero en la puerta.
    Me adelanté para que se despidieran tranquilamente, más que con el don de las palabras, con el de la mirada en el lenguaje cómplice que comenzaban a crear.
    Cuando Leonardo me alcanzó al poco, habló en susurros.
    -Tengo que contarle algo... -sus ojos desprendían entusiasmo-. ¿Vamos a El Temple?
    No respondí. El estómago se me descompuso. Lo seguí pegada a la pared de los edificios bajo cuyas cornisas nos refugiamos hasta llegar a la cafetería.
        
    Ocupamos el extremo más retirado de la barra, mi interlocutor con un zumo de piña por "su alto contenido en vitamina C, que protege contra virus y bacterias”, según entendí con el corazón acelerado, y yo una manzanilla para paliar la acidez que ascendió por el esófago culminando en la garganta.
   -Ayer recibí una llamada -consultó su reloj comprobando que faltaban unos minutos para las siete- sobre esta hora... "pregunto por el señor Popucho" me dijo un hombre muy fino y educado... "le atiende, dígame" -Leonardo adoptó voz grave para interpretar el papel del interlocutor de la tarde anterior-. "Mi nombre es Andrés, le llamo de parte del señor Osorio" -los gases se amotinaron en el lado derecho del abdomen amenazantes- "las cámaras de seguridad de la propiedad donde reside, captaron hace unos días su vehículo aparcado en la calzada de enfrente. El señor Federico está interesado en entrevistarse con la joven que descendió del vehículo y se acercó a la verja.
    -¿Quiere verme?
    -Espere, que la cosa no queda ahí -se aclaró la voz con ayuda del zumo-. "¿Nos podría ayudar a localizarla?". Le conté que la relación que se establece entre usuario y taxista es confidencial y no podía desvelar información sobre los mismos... La verdad es que no hay para tanto, pero no perdí ocasión de hacerme el interesante... -se rió-. El hombre se hizo cargo... "En caso de que vuelva a necesitar sus servicios, trasmítale, por favor, que el señor Federico Osorio estaría encantado de recibirla en su casa cualquier tarde a las cuatro y compartir conversación y refrigerio con ella".
    Me quedé blanca.
    Leonardo preocupado cogió la taza con la manzanilla y me la dio a beber.
    -La acompaño al hostal.
            El ex marido me mi hermana estaría encantado de recibirme en la mansión. En las memorias Cintia dejaba entrever que seguían manteniendo una relación afectuosa con él a través del mayordomo, Andrés, la persona que había contactado con Leonardo, que sujetándome por la cintura, después de pagar las consumición, me acompañó hasta la puerta, donde empecé a recuperar el color al respirar el aire impregnado de lluvia. 
    Localizar el propietario del taxi les había resultado sencillo deteniendo las imágenes captadas por las cámaras desde varios ángulos, en la que debía verse claramente, la licencia que el taxi exhibía en la luna. Una llamada al departamento correspondiente del ayuntamiento de Madrid y el teléfono de Popucho a su abasto.
    Si Federico Osorio hubiera querido que mi hermana le visitase, se lo hubiera pedido directamente. No había margen de error, el anciano conocía mi existencia.  

    

 

domingo, 6 de marzo de 2022

49. El último verano



    Descubrí a un hombre jovial y detallista, más allá de lo que se permitía ser en el desarrollo de su profesión, en que imperaba la reserva y una actitud distante, sin perder la cordialidad para no estrechar lazos con los pacientes. Con el tiempo supe que era cariñoso y mucho después, cruel.
    Subimos al piso en ascensor. Me entró calor en un espacio tan reducido.
    Entramos a la vivienda donde esperaba encontrar a mis compañeras para sentirme menos incómoda, pero según iba avanzando por el pasillo, con Jenkin a mi espalda, me di cuenta de que estábamos solos. El calor se acentuó.
    -Solo puedo ofrecerle zumo de melocotón.
    -Cuando tengas mi edad preferirás que te tuteen. Los formalismos nos hacen mayores siendo jóvenes.
    Nos tomamos el zumo sentados frente a la terraza. Él ocupaba uno de los sofás de dos plazas dispuestos en perpendicular. Yo ocupé el otro.     Me contó cosas de su vida relacionas con la decisión de estudiar medicina. Le escuché embelesada, sin creerme que estuviera en casa hablando conmigo como si lo hubiéramos hecho otras veces.
    -¿Qué vas a hacer ahora?
    Antes de terminar la carrera había enviado currilums a varias editoriales y periódicos. Solo un par de ellas se habían interesado en conocerme personalmente a través de una entrevista y me habían dado respuesta.
    -Iba a mudarme a Haarlem, donde me han ofrecido un contrato de prácticas en una editorial, pero no se sí finalmente podré incorporarme a la plantilla.
    La voz se me quebró al final de la frase. Agaché la cabeza apesadumbrada. Los Van Heley se ocupaban de diseñar mi vida a su antojo.
    -¿El disgusto de esta tarde es por el posible cambio de planes?
    Me atreví a sostenerle la mirada... Le amaba.
    -Diferencias generacionales.
    -Entiendo -se terminó el zumo de melocotón y dejó el vaso sobre la mesa de centro de madera-. Me consta que la relación con tus abuelo es distante -el interés de mi mirada se renovó-. Hay detalles... gestos que no pasan desapercibidos. Ni Antje ni yo éramos ajenos a la melancolía que arrastrabas, sobre todo a la vuelta de las vacaciones de verano -se detuvo pensativo, rescatando un recuerdo de la memoria-, exceptuando un año en que llegaste feliz... pletórica.
    -El último curso.
    Asintió con la cabeza.
    El peor de todos los que había cursado en el St. Liselot. Revivir la mañana de un lunes en que el doctor Brouwer me consoló cuando me eché a llorar en su consulta porque me creyó cuando negué que hubiera tenido encuentros íntimos con un chico dentro del centro, me avergonzó. Los Brouwer, tomando conciencia del desapego entre abuelos y nieta, intentaron compensar las carencias afectivas que tenía con dedicación y cariño. Me cuidaron en la medida de lo que les era posible, dada su posición respecto de mí, para que la esquivez de mis tutores no me ocasionara un trauma. Les daba pena. Jenkin se dio cuenta de que ciertos momentos del pasado me escocían y cambió de tema.

    Veinte minutos más tarde le despedía en la puerta.
    -¿Mejor ahora?
    -Sí.
    Nos miramos unos segundos mudos, deseando hacer lo que nos estaba vetado... Pero pasó. Me besó y yo no supe reaccionar. Me quedé parada. No sabía que tenía que hacer. Estaba contra la pared del vestíbulo con sus labios amasando los míos y el corazón palpitando más allá de lo razonable. Le correspondí, aunque me pareciera una osadía, pero un momento como ese no volvería a repetirse más. Aquello era una situación puntual. Ambos queríamos que ocurriese, lo sé, me lo demostró con la ternura con la que me puso las manos sobre las mejillas, logrando que me estremeciera. Apoyó su frente contra la mía. Suspiró henchido de impotencia que es lo que sigue a los besos anhelados y prohibidos. El nuestro era solo para esa vez. No tendría réplica, o eso pensábamos, porque no estaba bien. No era justo para Antje.
    -Me ha aguantado las ganas desde...
    -El último verano -le interrumpí.
    -¿Lo sabías?
    -Ahora sé que sí.
    Nos despedimos con un beso casto y un abrazo largo.
    Esa es la despedida que me hubiera gustado para el final de nuestra historia, pero le tiré por el balcón... fue sin querer. Nuestro recorrido terminó en una papilla sobre la acera.


NOTAS DE INTERÉS

Harlem: ciudad ubicada en el extraradio de Ámsterdam, en el nordeste de Holanda. En su origen fue un puerto de comercio del Mar del Norte rodeado por una muralla defensiva. Hoy en día, aún conserva el estilo medieval