domingo, 13 de marzo de 2022

51. La decisión



    La cena de compromiso con los Van der Berg se fijó para un jueves. Huub me advirtió por teléfono, una vez más por si no había quedado claro, al comunicarme con la frialdad habitual, el día y la hora de la reunión familiar que cuidase lo que apreciaba.
    Ese verano decliné hospedarme en la residencia de los Bakker. Por las mañanas me desplazaba desde Amsterdam a Almere para ir a la asociación St. Johannes y al caer la tarde volvía a casa. Dormía mal, comía poco y durante el día estaba irascible y torpe con pensamientos obsesivos martilleándome la cabeza sin tregua que derivaban en el mismo hombre: Niek.
     Las ojeras, la pérdida de peso y la apatía de los últimos días alarmaron a mis amigos que no entendían la razón por la que no compartía con ellos mis inquietudes, distanciándome de las dos únicas personas que siempre han estado a mi lado, pese al empeño de alejarlas de mi vida para que no fueran la diana sobre la que que los Van Heley tiraran vilmente sus dardos. 
    -Aquí nos esquivas -Diantha se sentó por sorpresa junto a mí en el banco del parque donde iba al medio día con un recipiente de comida que apenas probaba,  al que me había seguido después de terminar la jornada en la asociación. En las tardes estivales aún daba clases particulares a los mellizos Smiths, que habían cumplido once años-. No puedo mejorar las vistas, pero tengo oídos.
    Estaban al tanto del encuentro con Jenkin en la calle y el acercamiento entre ambos. Aunque estaba convencida de que no volvería a pasar semejante manifestación de deseo incontrolable, sentía que había traicionado a Antje, faltándole al respeto y rememorar el momento aumentaba la culpabilidad. Para ellos la situación era normal y el responsable de una deslealtad que no se había producido, era quien estaba casado, no yo. 
    -Oídos pacientes, espero.
    Fijó la vista en el tapeware que destapé con la ensalada mustia preparada de madrugada.
    -¿Solo vas a comer eso? -suspiró reprobadora-. Te estás consumiendo dentro de la ropa. No te distingo de tu sombra -se puso de pie con energía-. Ven a casa a comer... Si lo prefieres llamo a Siem e improvisamos.
    -No tengo apetito -volví a tapar la ensalada desganada-. Tengo que deciros algo. Si el viernes estáis disponibles os lo cuento.
    -No tienes que pedir cita para hablar con nosotros... Estás rara. Te aíslas como lo estabas antes del primer verano aquí. No eres quien te costó tanto ser y cada vez te pareces más a quien fuiste y no te gustaba.
    No quería ser quien los Van Heley pretendían, ni vivir una vida estereotipada.
    Tomaría la decisión adecuada para todos y después dejaría que la vida siguiera su curso. 

    En el atardecer del viernes, paseamos un rato por la playa hablando sobre banalidades que rompieran el hielo de mi hermetismo. Diantha y Siem me allanaron el camino para que no me costase tanto intervenir, expectantes. 
    Nos sentamos a orillas del mar. Quise que fuera el mismo lugar donde empecé a despertar, a conocer a una extraña, a descubrir quién era bajo un tapiz azul marino oscuro salpicado de lunares blancos fosforescentes.
    A principios de septiembre iniciaría una nueva etapa. Un periodo de tránsito necesario. Noté que me observaban mientras admiraba el horizonte, la unión perfecta entre mar y cielo. Dibujé el símbolo del infinito sobre la arena. Respiré profundamente y me atreví a mirar unas caras que suplicaban que no alargara aún más el silencio. Era el momento.
    -Me caso.

 

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