sábado, 12 de marzo de 2022

50. El recado



    Leonardo vino a buscarme al hostal sin que hubiéramos quedado. Cándida me informó a través de la línea telefónica que comunicaba la recepción con las habitaciones que el taxista aguardaba en el vestíbulo.
    Cuando bajé me encontré a la gerente y al taxista discurriendo sobre como conseguir que las albóndigas quedasen esponjosas, ella sentada detrás del mostrador, él bañado en colonia pour homme, con las manos en los bolsillos. Empecé a sospechar que era el pretexto de Leonardo para volver a ver a Cándida, a quien me constaba tenía en buen concepto. Le seguí la corriente por si estaba en lo cierto. Su departir me hizo sonreír. A ambos un desengaño amoroso los había golpeado y ambos se habían propuesto blindarse contra cualquier tipo de sentimiento hacia el sexo opuesto para evitar flaquear nunca más. No contaban con que hay mecanismos internos incontrolables que nos hacen caer una y otra vez.
    -Afuera llueve a cántaros. Le he dicho a Leonardo que mejor esperase aquí dentro -Cándida refulgía de esplendor. Estaba ilusionada. Su explicación sonó a excusa.
    La claridad con la que había amanecido no hacía presagiar la tormenta que se desencadenó por la tarde. El cielo se había tornado de un predominante gris plomizo.
    -Ha hecho muy bien. No podemos correr el riesgo de que Leonardo enferme -exageré la entonación.
    -No, no, de ninguna manera -apuntó Cándida sobrecogida, imaginándose al taxista en cama acatarrado.
    -Le espero en la puerta.
    Me adelanté para que se despidieran tranquilamente, más que con el don de las palabras, con el de la mirada en el lenguaje cómplice que comenzaban a crear.
    Cuando Leonardo me alcanzó al poco, habló en susurros.
    -Tengo que contarle algo... -sus ojos desprendían entusiasmo-. ¿Vamos a El Temple?
    No respondí. El estómago se me descompuso. Lo seguí pegada a la pared de los edificios bajo cuyas cornisas nos refugiamos hasta llegar a la cafetería.
        
    Ocupamos el extremo más retirado de la barra, mi interlocutor con un zumo de piña por "su alto contenido en vitamina C, que protege contra virus y bacterias”, según entendí con el corazón acelerado, y yo una manzanilla para paliar la acidez que ascendió por el esófago culminando en la garganta.
   -Ayer recibí una llamada -consultó su reloj comprobando que faltaban unos minutos para las siete- sobre esta hora... "pregunto por el señor Popucho" me dijo un hombre muy fino y educado... "le atiende, dígame" -Leonardo adoptó voz grave para interpretar el papel del interlocutor de la tarde anterior-. "Mi nombre es Andrés, le llamo de parte del señor Osorio" -los gases se amotinaron en el lado derecho del abdomen amenazantes- "las cámaras de seguridad de la propiedad donde reside, captaron hace unos días su vehículo aparcado en la calzada de enfrente. El señor Federico está interesado en entrevistarse con la joven que descendió del vehículo y se acercó a la verja.
    -¿Quiere verme?
    -Espere, que la cosa no queda ahí -se aclaró la voz con ayuda del zumo-. "¿Nos podría ayudar a localizarla?". Le conté que la relación que se establece entre usuario y taxista es confidencial y no podía desvelar información sobre los mismos... La verdad es que no hay para tanto, pero no perdí ocasión de hacerme el interesante... -se rió-. El hombre se hizo cargo... "En caso de que vuelva a necesitar sus servicios, trasmítale, por favor, que el señor Federico Osorio estaría encantado de recibirla en su casa cualquier tarde a las cuatro y compartir conversación y refrigerio con ella".
    Me quedé blanca.
    Leonardo preocupado cogió la taza con la manzanilla y me la dio a beber.
    -La acompaño al hostal.
            El ex marido me mi hermana estaría encantado de recibirme en la mansión. En las memorias Cintia dejaba entrever que seguían manteniendo una relación afectuosa con él a través del mayordomo, Andrés, la persona que había contactado con Leonardo, que sujetándome por la cintura, después de pagar las consumición, me acompañó hasta la puerta, donde empecé a recuperar el color al respirar el aire impregnado de lluvia. 
    Localizar el propietario del taxi les había resultado sencillo deteniendo las imágenes captadas por las cámaras desde varios ángulos, en la que debía verse claramente, la licencia que el taxi exhibía en la luna. Una llamada al departamento correspondiente del ayuntamiento de Madrid y el teléfono de Popucho a su abasto.
    Si Federico Osorio hubiera querido que mi hermana le visitase, se lo hubiera pedido directamente. No había margen de error, el anciano conocía mi existencia.  

    

 

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