Una mañana de domingo con el calor del sol arrebatándonos el frío, sacamos del coche las últimas cajas que contenían bártulos y efectos personales de mi hermana y de mi sobrina, mientras en el apartamento mis padres cuidaban de las niñas. Ilduara vencida por el sueño dormía en su cochecito después de la última toma. Aldonza decoraba su nueva habitación con los enseres que se había llevado de casa de los abuelos para extrañar menos su dormitorio. Mudarse no le entusiasmaba, pero ya no le parecía una idea descabellada.
Cintia cerró el maletero y apoyó la caja de cartón que sostenía sobre él. Era cerca de las doce de la mañana. A esa hora, Gran Vía estaba transitada por transeúntes que disfrutaba de una temperatura atípica pero idónea para pasear o hacer recados. Atisbamos a Gonzalo y Patricia, que al vernos quedaron perplejos por el impacto, como les ocurrió a mis amigos la noche de fin de año o al resto de personas que desconocían mi existencia y se preguntaban de donde había salido.
Aunque nos conocíamos, cuando se acercaron desconcertada en la búsqueda de una explicación, Cintia, que estaba al tanto de los encuentros y conversaciones que mantuve con ellos suplantando su identidad, nos presentó formalmente.
-Eras tú a quien vi en el parque... -Gonzalo se sujetó la barbilla y deslizó el pulgar por el mejilla preguntándose cómo no se había dado cuenta de que no eramos la misma persona.
-Entonces, ¿no me tomé el café contigo? -Patricia sin poderse sacudir el estupor de encima se dirigió a Cintia, que negó con la cabeza. En el fondo, que me hubiera hecho pasar por ella le divertía
-Es una historia familiar enrevesada -aclaré-. Sospechaba que tenía una hermana gemela al tiempo que coincidí con vosotros. Me vi obligada a seguiros la corriente cuando me confundisteis con Cintia para entender que estaba pasando. Siento el engaño.
A Patria se le escapó una risa nerviosa motivada por la incredulidad.
-Os pido disculpas por las desconsideraciones del pasado -Cintia intervino.
-Cerramos ese capítulo hace años -Patricia buscó en la mano de su marido el respaldo a sus palabras. Éste se la apretó con firmeza. El hechizo había terminado.
Charlamos unos minutos más antes de que ellos retomaran sus quehaceres y nostras los nuestros. En la segunda planta de un edificio de Gran Vía, teníamos muchas cosas por hacer aún.
En poco más de seis meses la vida me ha cambiado por completo. De la soledad más absoluta he pasado a estar acompañada por personas que me quieren y me lo demuestran cada día.
Mi hermana tenía razón cuando afirmó en sus memorias que escribir sobre las cosas que nos pasan es liberador. Me he vaciado por completo de temores e incertidumbre. No pienso en el mañana, pienso en el ahora.
Sor Gabriëlle recibirá pronto la carta que le he dirigido a Santa Coba, contándole los últimos acontecimientos que se han producido en mi vida. Sé que se alegrará de que haya encontrado mi lugar.
Mi lugar es aquí.