domingo, 25 de febrero de 2024

100. El lugar

 

    Una mañana de domingo con el calor del sol arrebatándonos el frío, sacamos del coche las últimas cajas que contenían bártulos y efectos personales de mi hermana y de mi sobrina, mientras en el apartamento mis padres cuidaban de las niñas. Ilduara vencida por el sueño dormía en su cochecito después de la última toma. Aldonza decoraba su nueva habitación con los enseres que se había llevado de casa de los abuelos para extrañar menos su dormitorio. Mudarse no le entusiasmaba, pero ya no le parecía una idea descabellada.

    Cintia cerró el maletero y apoyó la caja de cartón que sostenía sobre él. Era cerca de las doce de la mañana. A esa hora, Gran Vía estaba transitada por transeúntes que disfrutaba de una temperatura atípica pero idónea para pasear o hacer recados. Atisbamos a Gonzalo y Patricia, que al vernos quedaron perplejos por el impacto, como les ocurrió a mis amigos la noche de fin de año o al resto de personas que desconocían mi existencia y se preguntaban de donde había salido.
    Aunque nos conocíamos, cuando se acercaron desconcertada en la búsqueda de una explicación, Cintia, que estaba al tanto de los encuentros y conversaciones que mantuve con ellos suplantando su identidad, nos presentó formalmente.
    -Eras tú a quien vi en el parque... -Gonzalo se sujetó la barbilla y deslizó el pulgar por el mejilla preguntándose cómo no se había dado cuenta de que no eramos la misma persona.
    -Entonces, ¿no me tomé el café contigo? -Patricia sin poderse sacudir el estupor de encima se dirigió a Cintia, que negó con la cabeza. En el fondo, que me hubiera hecho pasar por ella le divertía
    -Es una historia familiar enrevesada -aclaré-. Sospechaba que tenía una hermana gemela al tiempo que coincidí con vosotros. Me vi obligada a seguiros la corriente cuando me confundisteis con Cintia para entender que estaba pasando. Siento el engaño.
    A Patria se le escapó una risa nerviosa motivada por la incredulidad.
    -Os pido disculpas por las desconsideraciones del pasado -Cintia intervino.
    -Cerramos ese capítulo hace años -Patricia buscó en la mano de su marido el respaldo a sus palabras. Éste se la apretó con firmeza. El hechizo había terminado.
    Charlamos unos minutos más antes de que ellos retomaran sus quehaceres y nostras los nuestros. En la segunda planta de un edificio de Gran Vía, teníamos muchas cosas por hacer aún.
    
    En poco más de seis meses la vida me ha cambiado por completo. De la soledad más absoluta he pasado a estar acompañada por personas que me quieren y me lo demuestran cada día.
    Mi hermana tenía razón cuando afirmó en sus memorias que escribir sobre las cosas que nos pasan es liberador. Me he vaciado por completo de temores e incertidumbre. No pienso en el mañana, pienso en el ahora.

    Sor Gabriëlle recibirá pronto la carta que le he dirigido a Santa Coba, contándole los últimos acontecimientos que se han producido en mi vida. Sé que se alegrará de que haya encontrado mi lugar.
    Mi lugar es aquí.
   

domingo, 18 de febrero de 2024

99. Familia

 

    Mi hija adelantó su llegada dos semanas. Eligió el mejor momento para que la conociéramos y empezara a anclarse en su mente la visión de nuestros sinuosos rostros contemplados desde su corta edad.
    Cuando la tuve sobre mi pecho, recién nacida, todo quedó atrás. Mi vida anterior dejó de pesarme e inicié una nueva andadura en la que no estoy sola. Con su manita arrugada tomando contacto con mi piel,  por vez primera me sentí colmada de felicidad y no podía detener la sonrisa de complacencia que afloraba en mis labios.

    Esos días de finales de diciembre, Siem, Yani y Bered se hospedaron en el hostal de Cándida, que no admitió reservas de otros clientes para esas fechas y colgó un cartel en la puerta del establecimiento informando de que estaría cerrado hasta Reyes. Diantha y Maas ocuparon su habitación dos días más tarde. Retrasaron el viaje debido al concierto que la Folkloric Band daba en Royal Albert Hall de Londres.

    Fue idea de mi madre invitar a cenar la última noche del año a todas las personas que formaban parte de mi vida, en agradecimiento al apoyo brindado y a los cuidados dispensados durante su forzada ausencia.

    Cándida y Leonardo formalizaron su relación en Nochebuena, aprovechando que los hijos y nietos de la renovada mujer en quien se había transformado la gerente del hostal, pasarían una semana en Madrid, como sucedía cada año. Leonardo, el afable conductor que no sólo parece bonachón sino que lo es sin duda, cayó bien a los miembros de la familia, que vieron con buenos ojos que su madre y abuela tuviera una ilusión. Los últimos tiempos la habían percibido risueña cuando hablaban por teléfono con ella y Daniel les había adelantado que estaba trabando amistad con un buen tipo, que había obrado el milagro de hacerla sentir dichosa. En contrapartida,  el policía al que tanto temí meses atrás y que ahora es otro de mis sostenes, terminó la relación que mantenía con una compañera de trabajo a principios de diciembre, pero lejos de considerarlo un fracaso, su entorno, al que pertenezco, consideramos que estaba abierto a mantener relaciones largas si las circunstancias se daban y no las evitaría como antaño.

    Federico y su fiel escudero no faltaron a la velada. Andrés se sentó a la mesa como un comensal más, pese a que cuando le pedimos que lo hiciera, declinó el ofrecimiento alegando que sería más útil sirviendo la cena, agradecido por la deferencia hacia su persona.
    -André, esta noche y el resto de los días venideros ocuparás el lugar de amigo que te corresponde -Cintia abrió los brazos en cruz abarcándonos a los presente en el espacio que diseñó en el aire-. Sin ti, esto no estaría sucediendo.
    Fuimos testigos del sutil brillo de una gotita de agua en el lagrimal de sus ojos. Andrés no era de piedra, aunque llevaba años acorazado. Esa noche se permitió expresar sus emociones entre amigos.
    Acompañada por las personas importantes de mi vida, mi familia; Siem, Yany y mi querido Bered; Diantha y Maas, Cándida y Leonardo; Rodrigo y Sofía, mis libreros preferidos; Trini; Claudio Isasi que nos presentó a su mujer y Daniel, pensaba que no podía ser más feliz que en ese momento. Me engañaba.
    Al levantarme de la mesa para ir al baño, noté un líquido recorrer una de mis piernas. Mi hija había estado inquieta desde primera hora de la tarde, pero atribuí las contracciones, cada vez más fuertes, al propio nerviosismo por la reunión de la noche.
    -Hija, ¿pasa algo? -me preguntó mi madre al ver mi rostro virar en una mueca que no supo interpretar.
    -He roto aguas.
    Daniel,  sentado a mi lado se levantó de inmediato y observó el charco amarillo claro a mis pies. La expresión relajada de su tez mudó a la descomposición. Fue la señal para que los invitados acudieran a mi encuentro nerviosos y hablando a la vez. Tardamos unos minutos en organizarnos. Vista desde fuera la escena resultaba cómica.
    En el hospital, después de que me revisaran y el médico decidiera llevarme al paritorio, cogí la mano de Daniel, que había entrado conmigo en el box, mientras mis padres y mi hermana, Diantha, Siem, Cándida y Leonardo, aguardaban en la sala de espera.
    -¿Me acompañas en esto?
    Él había recibido la noticia de mi embarazo a mi lado; habíamos oído el latido del corazón de mi pequeña por primera vez juntos; se había preocupado por mi bienestar e intuía que le hubiera gustado presente en el nacimiento de su hijo. Visiblemente halagado asintió y apretó mi mano.
    Recibimos a mi hija al cabo de media hora felicitados por el equipo médico que me atendió. Fue un parto rápido. El reloj de esfera colgado en la pared frente a la cama articulada que ocupaba marcaba las 23.57 horas. 

    En la casa de los Van Heley de Haut volvimos a estar convocados todos los que noche del 31 de diciembre dejamos el segundo plato a medio comer. Me dieron el alta a los dos días. Cuando llegué a casa con mi hija durmiendo entre mis brazos me espera esa gran familia que había formado. 
    -¿Cómo se va a llamar la pequeña? -preguntó el filósofo.
    Desvié la mirada hacia mi sobrina Aldonza, que veía en mi hija la oportunidad de mostrarle todo lo que sabía.
    -Ilduara... -dijo dirigiendo sus ojos rasgados, cómplices de los de su madre y de los míos. 
    -Eira... -pronuncié dándole la vez a Cintia.
    -Olimpia.
    Ilduara Eira Olimpia Van Heley de Haut es la esperanza.



NOTAS DE INTERÉS

Royal Albert Hall: recinto musical situado en los jardines de Kensington, Londres, con aforo de hasta 9.000 mil personas. Fue creado por la reina Victoria en la década de 1870.


domingo, 11 de febrero de 2024

98.- Reconstrucción

 

    Con los testimonios de mis padres y de Federico, que han exprimido la memoria para recuperar los recuerdos tanto como les ha sido posible, y mis propias vivencias para aproximarme a la reconstrucción de una historia que todos necesitábamos entender. Los Van Heley dejaron cabos sueltos, sin o queriendo,que hemos ido atando poco a poco. No ha sido tarea fácil volver al pasado y revivir la soledad y la continuada sensación de desampara con la que crecí, pero mi familia me ha dado tanto amor en tan poco tiempo, que compensa la carencia padecida durante décadas.

Conservaron los nombres que is padre eligieron para una de sus hijas en lugar de darme una nueva identidad en Holanda. Me enterraron en Madrid para devolverme la vida en Ámsterdam. En ningún registro holandés consta el nombre de mis padres. Los Van Heley, con fines burocráticos, me adoptaron como su hija, aunque a mi me contaran que mis padres murieron en un accidente de tráfico y me criaron como lo que en realidad era, su nieta. El abogado del notario y la heredera textil, que tenía instrucciones de desvelarme la verdad sobre mi origen sólo en caso de que acudiera a él para preguntarle por las fotos que me entregó y que no descubrí hasta hace unos meses, cuando me atreví a abrir el sobre que las cobijaba, se lo relató a mi padre,  cuando contactó con él para averiguar si conocía mi existencia y éste se lo confirmó apesadumbrado. 
    
    La única vez que Federico visitó a Godelieve, sospechando que ocultaba algo, no le costó sonsacarle información a la anciana, sabiéndose ésta cercana al final de sus días terrenales y le habló de mí y del gran trabajo que habían hecho conmigo, convirtiéndome en una mujer ejemplar. Quisieron salvar a una de sus nietas de educarse en un entorno libertino y perverso y no lo hubieran conseguido si no me separaban de mi familia. Mi padre encontró la nota que Federico me dejó ese día, pidiéndome que me pusiera en contacto con él, en el album fotográfico en los que los Van Heley guardaban las instantáneas que su hijo les llevaba de Cintia cada vez que viajaba para verles. Las tres fotos que faltaban son las que les enseñé a mis padres. A mi padre le extrañó que Federico dejara una nota a su hija, la única que conocía en la casa de sus padres, cuya presencia allí le pareció aún más rara, pero en ninguna de las conversaciones que mantuvieron posteriormente sacó a relucir el tema.

    No fui al funeral de los Van Heley porque así lo dispusieron, evitando que me encontrara con mi padre. La decisión de entrar en Santa Coba, aunque desbaratara sus planes de que contrajera matrimonio con Niek Van der Berg, facilitó que descubriera el engaño. Godelieve me informó de que era viuda, días después de que se produjera el suceso y su leal abogado me informó cuatro años después de que su clienta se habías reunido, más allá de las nubes, con su marido. En esa dos ocasiones me permitieron salir de Santa Coba, la primera vez, para acompañar a Godelieve y la segunda para que visitara el nuevo hogar de la heredera.

    Los Van Heley compraron voluntades que hicieron posible que viviera alejada
de mi familia treinta y ocho años. Ahora que la he recuperado y que estoy a punto de ser madre, la vida empieza a sonreírme. Algún día, tal vez, pueda perdonarles.

domingo, 4 de febrero de 2024

97. El trébol

 

    Me mudé a la casa de mis padres la segunda semana de diciembre coincidiendo con el puente de la Constitución y ocupé una habitación que nunca más volverá a tener cerradura. Mi hermana se instalaría en el apartamento que tiene en Gran Vía con Aldonza en enero tras el periodo de adaptación necesario para que madre e hija se conocieran después del reencuentro. Cintia estaba convencida de que era hora de hacerse cargo de la educación de mi sobrina. Se había asociado con Regina en  la empresa que ésta había fundado “æ” , dedicada al asesoramiento de eventos y perspectivas eran buenas. 
Sobre esta circunstancia versaba la conversación de la comida.
    -Madre lejos de mi intención está que mi juicio hiera tu sensibilidad -la niña interrumpió el viaje del tenedor ensartando un trozo de brócoli del plato a su boca al percibir un exceso de entusiasmo en la voz de su progenitora-, pero dada la laxitud que muestras al albor de mis actos, reconsiderar abandonar la casa de los abuelos seria un acierto. Lo apropiado es tomar una decisión tan transcendental cuando la mayoría de edad me ronde.
    -Cariño, soy flexible cuando la situación lo requiere. Confío en ti sin ambages. Sé que si me equivoco, tu buen tino sabrá reconducir cualquier error cometido. Tu eres la garantía de que nos irá bien.
    Aldonza miró al techo dejando fluir un flujo de aire contenido entre sus labios, los que deberían hacer acariciando otro trocito de brócoli. 
    -A mi pequeña no le falta razón -intervino la abuela-. Podrías aplazar la decisión unos meses más, tal vez años... Nada me gustaría más que tener a mis dos hijas ya mis nietas bajo el mismo techo.
    -Me sentiría dichoso si así fuera, sin embargo entiendo que para Cintia ha llegado el momento de dar un paso más.
    -Abuelo, avanzar a destiempo es un retroceso que indudablemente podría conducirnos a la hecatombe -los rizos se le movieron a la altura de los hombros cuando desvió la cabeza hacia mí y me miró con ojos vivaces-. Tía...
    Seguía los argumentos de unos y otros en silencio, disfrutando de la comida sin esperar que mi opinión importase.
    -Si planteas la situación como si fuera un reto y haces uso de la sagacidad y astucia que derrochas,  afrontarás los obstáculos con la herramienta adecuada para superarlos. Experimenta y transforma las circunstancia a tu conveniencia. 
    -Discurriré sobre el cambio de enfoque que propones y sobrellevaré las consecuencias derivadas de una determinación precipitada a todas luces inamovible.
    -Bravo Sancha -me murmuró mi hermana.

    La explicación de por qué Cintia se personó en la mansión coincidiendo conmigo llegó delante del Monasterio de Nuestra Señora de Gracia, en cuyo cónclave se encuentra la casa donde nació Isabel I de Castilla. El enigmático regalo que Federico le mandó por nuestro cumpleaños encerraba un misterio en la carta que lo acompañaba que necesitó aclarar ese mismo día. 

    "Cuenta la leyenda que en años lejanos a los nuestros, en Irlanda, San Patricio para hacerles entender a los irlandeses la importancia de la Santa Trinidad en el cristianismo, buscó un trébol de tres hojas, sin embargo, para su sorpresa halló uno de cuatro. 
    Para las antiguas civilizaciones celtas, esta variedad tan poco frecuente simboliza buenos augurios y ahuyenta el mal. Cada una de las hojas tiene un significado: esperanza, la que nunca perdí y espero que anide en vuestros corazones; fe, la que tuve en que lograría mi propósito y deseo que os acompañe; amor, el que motivó que intentara la cruenta realidad y no os falte para que os guíe a tomar buenas decisiones y por último suerte, que me ha asistido para irme en paz cuando deba hacerlo y bien seguro os alcanzará cuando la encuentres.

    Algún día, querida, entenderás estas palabras de un viejo, que no está loca, aunque te los parezca y ese día obtendrás la respuesta a los colgantes que sobre vuestro pecho me enorgullecería que descansaran."
    
    Me mostró la misiva manuscrita por Federico que extrajo de su bolso. La releí después de que Cintia la hubiera hecho audible en su voz.    
    -Imagínate, pensé que se estaba despidiendo con un jeroglífico que lo lograría descifrar sola... -me dio una cajita pequeña forrada en papel de seda rosa que guardaba con la nota idéntica a la suya-. Al verte sentada junto a él, comprendí porque había utilizado el plural. Aunque la carta iba dirigida a mi, es para las dos.
    Abrimos las cajitas a la vez. En el interior de una cadena pendía un trébol en oro rosa con las cuatro hojas en forma de corazón unidas en el centro por un pequeño diamante ocupaba el espacio.
    Mi hermana cogió mi colgante y me lo puso mientras susurraba: esperanza, fe, amor, suerte.
    Le puse su colgante en un ritual improvisado reproduciendo las mismas palabras.
    -Además de la sangre, nos une esto -observó tocando su trébol.
    Al unisono, mirándonos a los ojos, repetimos el mantra que Federico había creado para nosotras.
    Esperanza, fe, amor, suerte.
    
    

sábado, 3 de febrero de 2024

96. La puerta cerrada

    

    En la habitación en la que nos instalaron era doble y llevaba por nombre Isabel. Cuarenta metros distribuidos en salita de estar con chimenea antecediendo al dormitorio con dos camas grandes que compartían el mismo cabecero rectangular de piel blanca, baño con jacuzzi y con vistas a un patio con césped y cuatro caminos adoquinados que se unían en el centro, donde una fuente con forma de copa se alzaba. Ambas nos sentimos en un lugar especial, quizás porque para el abuelo Dado y Federico también lo había sido, aunque esto no lo supimos hasta la vuelta.

    Pasamos las horas entre paseos mañaneros por el pueblo, degustaciones gastronómicas y conversaciones delante del fuego de la chimenea. Cada minuto compartido fue vital para comenzar a sentir que éramos hermanas.
    -Mamá me ha hablado de ti, de lo que pasó ese día y de cómo cada siete de noviembre hace de tripas corazón para que no me dé cuenta que celebrar mi cumpleaños supone rememorar la desaparición de una hija. En el fondo siempre ha creído que estabas en alguna parte y que algún día te recuperaría. Razón no le falta. Cuando le pregunté porque no me lo había contado antes fue contundente: porque nunca te había interesado en la habitación cerrada hasta hoy.
    -¿Están preparados para conocerme?
    -Te han estado esperando toda nuestra vida. El latido del corazón de una madre no se equivoca. Lo sé ahora que lo soy y tu lo sabrás cuando nazca tu hija -me acarició el vientre con ternura. Estábamos encima de la ama en pijama-. Mi sobrina.
    Le hablé de los Van Heley,  a los que no conoció porque nunca volvieron a Madrid tras nuestro nacimiento y se negaron a recibir a la familia de su hijo en su casa de Amsterdam; del apoyo incondicional de Diantha y Siem; de mi estancia en Santa Coba; de Jenkin y la relación tóxica que mantuvimos y de cómo se había desentendido de mi hija.
    -Cuando quieras nos damos el cambiazo y le pongo en su sitio... -espetó de improvisto.
    Me eché a reír sin dudar que si hubiéramos crecido juntos, hubiéramos intercambiado nuestras identidades solo para divertirnos.
    -¿Sigues enamorada?
    Negué enérgicamente con la cabeza mordiendo una chocolatina. No mentía. Todo el amor que alguna vez sentía hacia él se había evaporado.
    -¿Y tu de Etiénne? 
    -Como el primer día.
    Brindamos con las chocolatinas en alto y nos las terminamos pensando en lo que pudo haber sido y no fue. 

    Laura de Haut salió de la Art Gallery, situada en el centro de Ámsterdam frente a uno de los canales que atraviesa la ciudad, donde su padre, Eduardo de Haut, exponía su obra pictórica invitado por la propietaria de la galería, Broem Aarden, con la que coincidió en Nueva York en otra sala de exposiciones, que impresionada por las coloridas impresiones mezcladas con azúcar, sal gruesa, pimienta, arena y serrín con las que el abuelo Dado manifestaba sus emociones. 
    Ewout Van Heley salió del restaurante italiano donde había comido con unos amigos. Eran la dos y cinco de un día lluvioso de octubre de 1985. Laura había cumplido veinte años y Ewout estaba en el primer trimestre de los veintitrés.
    Al bajar el escalón que antecedía a la galería, se torció el tobillo al pisar una baldosa suelta del suelo y la ropa se le hubiera teñido de agua si Ewout no hubiera intercedido evitando que cayera sobre un charco. La sostuvo por los brazos. Se miraron durante esos segundos eternos que te convierten en sabio y tuvieron la certeza de que se habían encontrado sin haberse buscado.
    Ewout la acompañó al hotel donde Laura se hospedaba con su padre y se aseguró de que aquella no fuera la última vez que se vieran. Mi padre, después de licenciarse en ciencias económicas había empezado a trabajar en una importante empresa de productos de higiene personal y ese viernes en que descubrió los ojos más verdes que había contemplado nunca, no dudó que haría lo posible por conservar a su propietaria a su lado. Se cartearon durante un años. Godelieve y Huub, que educaron a su hijo con el mismo despotismo y rectitud que a mí, observaron que la actitud de su heredero había variado y atribuyeron el estado de felicidad permanente en que vivía, al amor. Que el joven Van Heley se enamorara de una mujer que ellos no conocían les alarmó sobremanera porque desbarataba sus planes de casarle con su candidata, la hija de unos amigos bien posicionados económicamente.
    Ewout se rebeló contra sus padres y sus padres, al conocer el motivo de la desobediencia, la españolita qué a saber donde habría conocido, plantaron en su interior la semilla de uno odio que fue creciente con los años. Nunca le perdonaron que su hijo la hubiera elegido a ella y decidiera irse a vivir a Madrid, alejándolo de sus propósitos. Se casaron al cabo de dos años y al poco tiempo nacimos mi hermana y yo. La muestra de cariño entre Federido y Dado, colmó el vaso con la última gota de paciencia que les quedaba y me secuestraron.

    Treinta y ocho años más tarde de todo aquello, un uno de diciembre, con la mano agarrada a la de Cintia, entré en el salón de la residencia de la joven pareja que había apostado por su amor, gobernada por los temores. Mi hermana les había contado que la hija que creían perdida estaba viva y que una serie de casualidades habían fraguado mi regreso.
    Hubieron muchas lágrimas, congoja y rabia hacia quienes no habían permitido que fuéramos una familia. Mi madre, con sesenta y dos años conservaba la belleza de la única foto que tenía de ella. Habíamos heredado sus rasgos. Me tocó las mejillas con manos inseguras repitiendo: eres tú, hija, eres tú... Me atrapó entre sus brazos temblorosa para que no volviera a separarme de ellos. Mi padre, en el que no hallé ningún parecido con sus progenitores, se enjuagó las lágrimas en el puño del jersey gris que cubría su cuerpo. Comedido en las muestras de afecto por lo que sus padres nos habían hecho,  le cogí la mano mientras seguía abrazada a mi madre para que dejara de sentirse culpable por las acciones de otros.
    Es uno de los instantes irrepetibles de mi vida. Lo que más había deseado al fin era una realidad palpable. Tenía una familia.
    Al cabo de un rato, más serenos. Mi madre tomó mi mano.
    -Ven hija -con su mano apretando la mía salimos del salón escoltadas por mi padre y por Cintia y me condujo escaleras arriba delante de una puerta con cerradura. Me entregó la llave para que la abriera. Lo hice. Una habitación en tonos blancos y crema había aguardado mi llegada treinta y ocho años-. Es tu dormitorio, ya es hora de que lo ocupes. Por favor, quédate con nosotros. No quiero más puertas cerradas en casa.    
    La puerta está abierta desde entonces.