Con los testimonios de mis padres y de Federico, que han exprimido la memoria para recuperar los recuerdos tanto como les ha sido posible, y mis propias vivencias para aproximarme a la reconstrucción de una historia que todos necesitábamos entender. Los Van Heley dejaron cabos sueltos, sin o queriendo,que hemos ido atando poco a poco. No ha sido tarea fácil volver al pasado y revivir la soledad y la continuada sensación de desampara con la que crecí, pero mi familia me ha dado tanto amor en tan poco tiempo, que compensa la carencia padecida durante décadas.
Conservaron los nombres que is padre eligieron para una de sus hijas en lugar de darme una nueva identidad en Holanda. Me enterraron en Madrid para devolverme la vida en Ámsterdam. En ningún registro holandés consta el nombre de mis padres. Los Van Heley, con fines burocráticos, me adoptaron como su hija, aunque a mi me contaran que mis padres murieron en un accidente de tráfico y me criaron como lo que en realidad era, su nieta. El abogado del notario y la heredera textil, que tenía instrucciones de desvelarme la verdad sobre mi origen sólo en caso de que acudiera a él para preguntarle por las fotos que me entregó y que no descubrí hasta hace unos meses, cuando me atreví a abrir el sobre que las cobijaba, se lo relató a mi padre, cuando contactó con él para averiguar si conocía mi existencia y éste se lo confirmó apesadumbrado.
La única vez que Federico visitó a Godelieve, sospechando que ocultaba algo, no le costó sonsacarle información a la anciana, sabiéndose ésta cercana al final de sus días terrenales y le habló de mí y del gran trabajo que habían hecho conmigo, convirtiéndome en una mujer ejemplar. Quisieron salvar a una de sus nietas de educarse en un entorno libertino y perverso y no lo hubieran conseguido si no me separaban de mi familia. Mi padre encontró la nota que Federico me dejó ese día, pidiéndome que me pusiera en contacto con él, en el album fotográfico en los que los Van Heley guardaban las instantáneas que su hijo les llevaba de Cintia cada vez que viajaba para verles. Las tres fotos que faltaban son las que les enseñé a mis padres. A mi padre le extrañó que Federico dejara una nota a su hija, la única que conocía en la casa de sus padres, cuya presencia allí le pareció aún más rara, pero en ninguna de las conversaciones que mantuvieron posteriormente sacó a relucir el tema.
No fui al funeral de los Van Heley porque así lo dispusieron, evitando que me encontrara con mi padre. La decisión de entrar en Santa Coba, aunque desbaratara sus planes de que contrajera matrimonio con Niek Van der Berg, facilitó que descubriera el engaño. Godelieve me informó de que era viuda, días después de que se produjera el suceso y su leal abogado me informó cuatro años después de que su clienta se habías reunido, más allá de las nubes, con su marido. En esa dos ocasiones me permitieron salir de Santa Coba, la primera vez, para acompañar a Godelieve y la segunda para que visitara el nuevo hogar de la heredera.
Los Van Heley compraron voluntades que hicieron posible que viviera alejada
de mi familia treinta y ocho años. Ahora que la he recuperado y que estoy a punto de ser madre, la vida empieza a sonreírme. Algún día, tal vez, pueda perdonarles.
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