domingo, 28 de marzo de 2021

14.- Heleentje



    -Deseo que no regreses nunca.
    Heleentje saboreó cada palabra que se desprendió por su boca mientras la camilla salía por la puerta de la habitación que ocupaba en el internado. Ella y otras compañeras, alentadas por le sonido de las sirena de la ambulancia que aparcó en la entrada principal, fueron testigos de como dos enfermeros seguían los pasos apresurados de una de las hermanas por los pasillos de la planta baja del edificio de secundaría donde se ubicaban los dormitorios.

    A Antje, a quien no le pasó desapercibido el comentario entre los murmullos de las las alumnas, le amonestó con mirada grave. En los dos años que llevaba trabajando en el St. Liselot se había formado una opinión sobre las alumnas del centro y a Heleentje la había catalogado como una chica conflictiva, egocéntrica y egoísta que manipulaba la voluntad de su entorno infundiendo miedo. No le gustaba la prepotencia con la que trataba a todo el mundo ni que se creyera, superior que al resto porque su familia amasara cantidades ingentes de dinero. Había desarrollado un ego preocupante que amenazaba la integridad de quien le cayera mal.
        -Todo está bien, cariño. No me separaré de ti.
        Antje me tranquilizó con su melodiosa voz cargada de ternura. No tenía edad para ser mi madre, apenas nos separaban en el tiempo diez años, pero cuando pensaba en la mujer que Godelieve y Huub detestaban, la imaginaba con la bondad infinita de la prometida del doctor Brouwer. Antje desbordaba un afecto maternal al margen de su dedicación profesional. Cuánto me equivocaba.
        Diantha me apretó la mano y compuso una sonrisa que advertí nerviosa. La conocía bien, estaba asustada como yo, espectadora de mi empeoramiento hora tras hora en los últimos días.
         -Nos vemos pronto.  

        Ese día, el odio que Heleenjte me tenía alcanzó el pico más álgido, convirtiéndome en el blanco de su ira. Lo vi en sus ojos, oculta tras la puerta entre abierta mientras el doctor me palpaba el vientre. Envidió que Jenkin me anduviera con las yemas de los dedos siendo consciente de la satisfacción, pese al dolor, que me producía y ansió estar en mi piel: estremecerse con el calor de su cuerpo.
    Se declaró mi rival, aunque ninguna de las dos podría hacerle sombra a Antje, ni se me hubiera ocurrido en la vida enajenar al doctor Brouwer cuyo interés en las alumnas no iba más allá del estrictamente profesional. Sus pacientes del St. Liselot, carecían de género y físico.
        Éramos crías enamoradizas. Heleenjte se sentía una mujer en toda su dimensión con sobrada capacidad para ganarle la partida a la propia Antje. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por conseguir cautivar a Jenkin, solo para demostrar qeu no se le resistía ninguna empresa por ardua que fuera y aunque significara destruir vidas ajentas.    

    En su mente de psicópata se proclamó mi rival como si alguna de las dos hubiera tenido en aquellos años la posibilidad de acaparar la atención del doctor más allá de lo estrictamente profesional.
    Éramos unas crías enamoradizas pero Heleenjte se creía una mujer adulta con capacidad de ganarle la partida a la propia Antje, que aún sabiendo que aquella endemoniada criatura perseguía los objetivos hasta darlos alcance, no la tomaba en serio.
    El tiempo las haría tal para cual. 



sábado, 20 de marzo de 2021

13.- Almere


        Se giró en nuestra dirección al oír pronunciar su nombre a Diantha y unos ojos verde cristalino en una tez aniñada que
le confieren un aire bondadoso complementaron una afable sonrisa. 
        Nos miramos unos segundos. Él con aplomo, yo expectante e inquieta. Me asustaba enfrentarme al mundo del que los Van Heley me habían apartado. Conocer a otras personas me colmaban de inseguridades y el temor a no ser aceptada o no gustar a los demás me atormentaba.

    Las instalaciones de la Asociación Católica Cristiana St. Johannes tenían una superficie de unos doscientos metros. El local era propiedad de un matrimonio de jubilados que lo cedió, desinteresadamente, para el desarrollo de actividades benéficas, en la zona Almere Haven, la parte más antigua del municipio, muy cerca del parque Almeerderhout que atravesábamos para acortar la distancia entre las casa de los Bakker y el recinto. 
        Diantha me contó de camino a la asociación la mañana que tomé contacto con ella, que los voluntarios eran el enlace entre los particulares que donaban alimentos y ropa y los usuarios, personas con dificultad económicas en situaciones precarias. La idea de abandonar el encierro en que vivía me entusiasmó cuando mi amiga me lo propuso a consecuencia de una de las muchas conversaciones que teníamos en el dormitorio que teníamos.  
        -Lo que necesitas es respirar... -sentenció sentadas sobre mi cama en nuestro dormitorio del St. Liselot College. Pasaba los fines de semana en el internado. Los Van Heley no soportaban mi presencia a pesar de que no me dejaran salir de la habitación de su casa y solo nos viéramos a la hora de las comidas. Mi amiga, con su familia. A su regreso me contaba lo que había hecho y yo la escuchaba sin imaginar un mundo fuera de aquellas paredes o de los muros de la residencia de los Van Heley-. Este verano te vienes conmigo a Almere.
        -Hay un par de escollos...
        Desconozco si Godelieve y Huub habían sido tan estrictos en la educación de mi padre como lo eran conmigo o el hecho de haber nacido mujer era un añadido a su rectitud, pero me ilusionaba pensando que no iban a poder mantenerme encerrada siempre. Algún día sería mayor de edad y tomaría mis propias decisiones. Soñaba despierta con ese momento. Qué ingenua era subestimando su supremacía.
         -Déjalo en mis manos. Te aseguro que pasarás el verano de tu vida.
        De haber tenido elección, hubiera preferido  quedarme en el internado cuando llegaban las vacaciones. En el colegio podía salir a pasear por el jardín y deambular por las estancias abiertas al alumnado. Las normas eran menos estrictas que las de los Van Heley, que cerraban con llave la puerta de mi dormitorio para que no merodeara por la casa y si salía del él era bajo supervisión. Asomada a la ventana en las interminables horas de enclaustramiento que se ralentizaban hasta la eternidad, alguna vez pensé en lo fácil que sería terminar con las restricciones de cuajo. Tan fácil como caer accidentalmente desde el primer piso al porche de la parte trasera del jardín. Lo que me frenó fue que el golpe no fuera certero y tuviera que depender aún más de los Van Heley. Soñar con la mayoría de edad me mantuvo viva.
        -Bienvenida Sancha.
     La sonrisa que Siem esbozó fue esperanzadora. La vida podía ser distinta, al menos durante el verano y tuve la certeza de que mi orden de prioridades e intereses iba a cambiar. En Almere descubriría quién era sin limitaciones impuestas por mis tutores. Me iban a encontrar con una desconocida a quien desde mucho tiempo atrás deseaba conocer.

          

NOTAS DE INTERÉS          

          

Almere Haven: el distrito más antiguo de Almere.

Almeerderhuut: parque grande situado en Almere Haven.  

 


 


domingo, 14 de marzo de 2021

12.- Los Van der Berg


        Por las venas de los hermanos Van der Berg corre sangre turbia. La maldad es factor genético en la estructura de sus ADN de carga elevada.
    A Heleentje y a mi nos desterraron en el St. Liselot Katholieke College por motivos distintos. A ella para corregir una rebeldía insostenible para unos padres cuyos argumentos para excusar las diabluras de su hija en su círculo social se agotaron y con ellos la paciencia. Heleentje no era rebelde como la consideraban en su familia, atesoraba una protervia patológica tan extrema que sentía verdadero placer haciendo daño y se extasiaba infligiendo asiduamente. A mi me desterraron para olvidarme. Por los comentarios que mis compañeras hacían sobre sus abuelos en la comidas o en los momentos que teníamos de recreo, asumí que los míos eran inusualmente férreos. Estaba segura de que hubieran deseado que yo también fuera en el coche en que mis padres perecieron para no verse en la obligación de cuidarme o pagar para que otros lo hicieran. El temor a rendir cuentas ante el Altísimo por la falta de conmiseración hacia su nieta huérfana la condonaron eligiendo uno de los colegios más prestigiosos de Ámsterdan, al que asistían las hijas de familias con sobrada solvencia. Los Van Heley eran una de ellas. La venta de la fábrica de tejidos Vries supuso el enriquecimiento del matrimonio.

            Heleentje se erigió mi enemiga.
        Le era antipática a cuenta de Jenkin, del que todas las alumnas estábamos enamoradas secretamente e incluso en alguna de las hermanas detecté rubor en las mejillas en su presencia los martes y jueves, los días que pasaba consulta en el internado. Consagrarse a Dios ni ciega ni despoja del buen gusto y Jenkin a los veintinueve años, además del único hombre con el que teníamos contacto durante la semana, era escultural. El príncipe azul de nuestros sueños.

          El precursor de nuestros pecados sustituyó al doctor Vermeer cuando éste se jubiló. Algunas compañeras fingían malestar para que el joven doctor Brouwer las auscultarse, entre ellas, Heleentje, que no perdía ocasión de pasarse por la enfermería sin previo aviso y sin importarle que sus insinuaciones y flirteos molestaran a Antje, que además de ser nuestra enfermera tenía relación sentimental con el doctor. Para Antje esas actitudes ligeras no pasaban de ser chiquilladas a las que no daba importancia. Ella también había tenido amores platónicos en su infancia y adolescencia y todos ellos habían terminado en el olvido.

        Niek, el mayor de los dos hermanos, nietos e hijos de banqueros por tradición familiar, era el candidato elegido por Godelieve y Huub para que contrajera matrimonio con un buen partido. La versión diplomática y sibilina de su hermana enmascaraba la ambición tras la imagen de joven ejemplar que creó para fingir lo que no era. Su educación y amabilidad eran poses de las que se servía para ocultar al depredador. Su mirada era tan impávida como la de Heleentje y cuando tenían un objetivo o lo conseguían, entrecerraban los ojos cegados por la luz de la vileza.
    Casi me arruinan la vida.

 


sábado, 6 de marzo de 2021

11.- El policia


          -¿Qué haces aquí?
       El hijo de Cándida salía distraído del baño con un artilugio blanco entre las manos vestido con unos tejanos y una camiseta de algodón color cereza al tiempo que yo entraba por la puerta abierta de la habitación deteniéndome en el acto. Por las mañanas trabajaba en la traducción del libro en la biblioteca municipal del barrio mientras en el hostal se llevaban a cabo   labores de limpieza.
        -He arreglado la cisterna. Ya no pierde agua. La válvula está rota -me señaló lo que llevaba entre las manos conciliador y afable como respuesta a mi tono exasperado. 

        La pregunta no iba dirigida al hijo sabueso de Cándida, con el que hubiera tenido la deferencia de ser educada por el aprecio que empezaba a tenerle a su madre, sino al sabueso que invadía un espacio en el que me sentía protegida. Cándida me dijo que mandaría a alguien a que revisara la cisterna sin mencionar que esa persona sería su hijo el policía.

        Eché un vistazo rápido al dormitorio. Todo estaba en aparente el orden. El madero, como Cándida se había referido a la policía, observaba mis reacciones con atención. Analizar conductas y actitudes ajenas es una costumbre adquirida en su profesión de la que no puede desprenderse. Sin el uniforme parecía un hombre joven corriente, pero solo podía ver al agente y sospechar que el arreglo del inodoro era el pretexto para inrrumpir en mi territorio y buscar información sobre la huésped de su madre, curioseando entre mis pertenencias, aprovechando mi ausencia. Me estaba volviendo paranoica. 
        -Preferiría haberte abierto la puerta -pasé delante de él y de la cama para dejar la mochila con el portátil y el bolso encima del escritorio que había junto a la ventana. Desprendía un aroma a limón y menta. Jenkin olía a madera, abedul y lavanda. Seleccionaba fragancias fuertes acorde a su madurez, seguridad y al poder de seducción que fue desarrollando a lo largo de los años. Le gustaba gustar y yo detestaba que gustase tanto.
       -Cuando no estoy de servicio ayudo a Cándida en el mantenimiento del hostal. Estabas informada de que vendrían a arreglar la cisterna y tenía su consentimiento para entrar -apostilló menos amable que en la intervención anterior, dirigiéndose al baño para sacar una caja de herramientas sosteniendo en la otra mano la válvula sustituida.
        Le mire con desmesurada altivez. No me gustaba. Era miembro del cuerpo de seguridad del Estado.  Sus colegas holandeses me estarían buscando. Era raro que aún no hubieran dado con mi paradero.    
        Mi mirada era altiva. No me gustaba. Era miembro del cuerpo de seguridad del Estado.
       -¡Estáis aquí! -Cándida se asomó por la puerta con la respiración entrecortada -. Has entrado tan rápido que no me ha dado tiempo de decirte que mi hijo estaba en en el baño por lo del váter. 
       -Tu huésped se ha molestado conmigo por haber entrado en su habitación -la palabra que me vino a la mente fue chivato.
       -Normal que no le guste encontrarse hombres en su cuarto... -bajó el tono de voz desviando la cabeza hacia su hijo -ha sido monja, ¿sabes?
    La indiscreción de Cándida hizo que su hijo amagara una carcajada y me mirara con escepticismo. Me incomodó. Me enervó los nervios. 
        -Ahora que caigo... No os he presentado. Sancha, Daniel; hijo, Sancha.
        Daniel esbozó una leve sonrisa enmarcada por una barba cuidada tan oscura como el color de su pelo.
    -Como ya os conocéis bajemos a comer... y nada de tengo que irme o no tengo hambre. Comeremos los tres juntos.    
    Me cedió el paso después de que saliera su madre de la habitación. Percibí cierta sorna en la voz.
    -Tu primero.
    Le agradecí el gesto con un movimiento de cabeza y fingida cortesía.
    "Hostal Cándida" no era un lugar seguro. Debía mudarme.