-¿Qué haces aquí?
El hijo de Cándida salía distraído del baño con un artilugio blanco entre las manos vestido con unos tejanos y una camiseta de algodón color cereza al tiempo que yo entraba por la puerta abierta de la habitación deteniéndome en el acto. Por las mañanas trabajaba en la traducción del libro en la biblioteca municipal del barrio mientras en el hostal se llevaban a cabo labores de limpieza.
-He arreglado la cisterna. Ya no pierde agua. La válvula está rota -me señaló lo que llevaba entre las manos conciliador y afable como respuesta a mi tono exasperado.
La pregunta no iba dirigida al hijo sabueso de Cándida, con el que hubiera tenido la deferencia de ser educada por el aprecio que empezaba a tenerle a su madre, sino al sabueso que invadía un espacio en el que me sentía protegida. Cándida me dijo que mandaría a alguien a que revisara la cisterna sin mencionar que esa persona sería su hijo el policía.
Eché un vistazo rápido al dormitorio. Todo estaba en aparente el orden. El madero, como Cándida se había referido a la policía, observaba mis reacciones con atención. Analizar conductas y actitudes ajenas es una costumbre adquirida en su profesión de la que no puede desprenderse. Sin el uniforme parecía un hombre joven corriente, pero solo podía ver al agente y sospechar que el arreglo del inodoro era el pretexto para inrrumpir en mi territorio y buscar información sobre la huésped de su madre, curioseando entre mis pertenencias, aprovechando mi ausencia. Me estaba volviendo paranoica.
-Preferiría haberte abierto la puerta -pasé delante de él y de la cama para dejar la mochila con el portátil y el bolso encima del escritorio que había junto a la ventana. Desprendía un aroma a limón y menta. Jenkin olía a madera, abedul y lavanda. Seleccionaba fragancias fuertes acorde a su madurez, seguridad y al poder de seducción que fue desarrollando a lo largo de los años. Le gustaba gustar y yo detestaba que gustase tanto.
-Cuando no estoy de servicio ayudo a Cándida en el mantenimiento del hostal. Estabas informada de que vendrían a arreglar la cisterna y tenía su consentimiento para entrar -apostilló menos amable que en la intervención anterior, dirigiéndose al baño para sacar una caja de herramientas sosteniendo en la otra mano la válvula sustituida.
Le mire con desmesurada altivez. No me gustaba. Era miembro del cuerpo de seguridad del Estado. Sus colegas holandeses me estarían buscando. Era raro que aún no hubieran dado con mi paradero.
Mi mirada era altiva. No me gustaba. Era miembro del cuerpo de seguridad del Estado.
-¡Estáis aquí! -Cándida se asomó por la puerta con la respiración entrecortada -. Has entrado tan rápido que no me ha dado tiempo de decirte que mi hijo estaba en en el baño por lo del váter.
-Tu huésped se ha molestado conmigo por haber entrado en su habitación -la palabra que me vino a la mente fue chivato.
-Normal que no le guste encontrarse hombres en su cuarto... -bajó el tono de voz desviando la cabeza hacia su hijo -ha sido monja, ¿sabes?
La indiscreción de Cándida hizo que su hijo amagara una carcajada y me mirara con escepticismo. Me incomodó. Me enervó los nervios.
-Ahora que caigo... No os he presentado. Sancha, Daniel; hijo, Sancha.
Daniel esbozó una leve sonrisa enmarcada por una barba cuidada tan oscura como el color de su pelo.
-Como ya os conocéis bajemos a comer... y nada de tengo que irme o no tengo hambre. Comeremos los tres juntos.
Me cedió el paso después de que saliera su madre de la habitación. Percibí cierta sorna en la voz.
-Tu primero.
Le agradecí el gesto con un movimiento de cabeza y fingida cortesía.
"Hostal Cándida" no era un lugar seguro. Debía mudarme.
Tal y como lo describes el policia tiene potencial. Tengo curiosidad por ver como es y si se parece a lo que imagino.. .¿No tendrás alguna foto?
ResponderEliminarBesos.
No hay foto pero si te haces la encontradiza, lo conocerás.
ResponderEliminarVisítame. Para que salgas de dudas.
Un beso.
Sancha.