Al volver de las vacaciones estivales me miró distinto, con un interés desacostumbrado y desconcertante.
No sé que cambió cuando sentada en la consulta desvió la vista del ordenador y me vio. Escudriñó más allá de la frontera de la piel. Vio a la mujer que le amaba, sin saberlo aún, obviando a la niña que se marchó al terminar el curso.
Ese verano se había casado con Antje.
La alianza que definía su nuevo estado civil dolió menos de lo que supuse que lo haría cuando atendí a los rumores que circulaban en el colegio que le convertían en un hombre casado antes de finalizar el año. El hecho de que estuviera soltero, aunque comprometido, alentaba mi imaginación y esperanza. Al menos me consoló que Antje fuera la señora Brouwer, por la estima que le tenía. Ingenua como era, envejecería recordando a mi amor platónico con nostalgia aunque otros amores llegaran. Me di de bruces con la realidad.
Todos los inicios de curso nos sometían a un reconocimiento médico. Aquel sería el último año de internado antes de ir a la universidad y estaba decidida a olvidarme de Jenkin, a dejar de fantasear en noches de insomnio con una relación imposible; a suspirar pensando en él y a sonrojarme si estaba cerca. Me preparé mentalmente para cuando dejara de verle después de la graduación e incluso deseé que ese momento llegara para no seguir sufriendo su ausencia. De pronto me miró de esa forma intencionada sembrando la duda, llenándome de ellas y desbaratando cualquier propósito de enmienda. Me confundió. Me confundí.
-¿Ha disfrutado de las vacaciones señorita Van Heley?
Diantha me invitó a pasar el verano con ella y su familia en Almere, donde sus padres tenían una segunda residencia en la que pasaban las vacaciones y algunos fines de semana. Los Van Heley se hubieran opuesto a que su nieta se apartara de la vida contemplativa y se divirtiera como cualquier otra joven de su edad sin la intervención de la señora Bakker, que les habló del programa de voluntariado de la Asociación Católica Cristiana St. Johannes de Almere en el que sus hijos colaboraban todos los años.
-El trato con personas desfavorecidas, a nivel económico social, genera en los chicos empatía y respeto hacia el prójimo y fomenta en su conciencia la necesidad de ayudar sin juzgar ni sentenciar a nadie. Aprenden a discernir lo importante de lo banal y a apreciar lo que tienen. Sancha pondrá en práctica los valores que le enseñan y experimentará una transformación espiritual sólida que le será de gran utilidad para labrarse un futuro. Cuidaremos de ella.
Negar a la madre de Diantha, mi mejor y única amiga desde los cuatro años, que colaborase en la asociación tras una magistral exposición hubiera sido impropio de personas con su alto grado de conmiseración. Le dieron las gracias a la señora Bakker por pensar en mí para llevar a cabo tan loable proyecto, permitiéndome que viajara con la familia a Almere, a poco más de veinte minutos de Ámsterdam. No me alejaría demasiado de sus tentáculos.
En la consulta del St. Liselot, sonreí levemente al pensar en Siem Aldershof sin darme cuenta. No me pasó desapercibida la mirada cómplice que Antje, mientras me tomaba la tensión, le lanzó a su marido para que se retrajera con ella a la adolescencia y a los primeros amores. Jenkin le correspondió con una mirada inundada por el desencanto que luego depositó en mí.
Respondí a su pregunta sobre las vacaciones.
-Sí, doctor.
NOTAS DE INTERÉS
Asociación Católica Cristiana St. Johannes: licencia literaria de la autora.
Almere: municipio de nueva creación, que data de 1975, en la provincia de Flevoland.
Flevoland: provincia holandesa considerada la isla artificial más grande del mundo, unida a tierra por firme por puentes.
Esto es efecto del influjo de los astros, que se alinean para sumergirnos en un mar de dudas.
ResponderEliminarLa importancia de los pequeños gestos.
Un beso.
Lo atribuyo más a un proceso bioquímico.
ResponderEliminarSean los astros o la química, el cambio es desconcertante.
Un beso.
Sancha.