sábado, 30 de diciembre de 2023

91. Volver a empezar

 

    Pasé del frío otoño de Ámsterdam, con días con temperaturas por debajo de los diez grados, al cálido otoño de España en apenas ocho horas.
    Las calles cubiertas de hojas en tonalidades ocre y rojizo anaranjado desprendidas de los árboles sonaron bajo mis pies como papel arrugándose entre las manos, al bajar del coche.

    Cándida se había llevado una taza de café al iniciar el turno de las tres. No le había dado tiempo de tomárselo después de la comida, como acostumbraba, en casa. Sobre las cinco menos veinte de la tarde levantó la cabeza al oír pasos en el vestíbulo. Los rizos cortos que adornaban su cabeza se movían acompañando el gesto. Había desterrado el pelo recogido en la nuca liberando la tirantez del cabello. Tan favorable cambio de peinado repercutía sobre un rostro relajado y amable. Formó una "o" perfecta con la boca del tamaño de una pelota de ping pong al tiempo que abandonaba su puesto detrás del mostrador para correr hacia mí y abrazarme con desproporcionado ímpetu.
    -Pero niña, ¿cómo no me avisas?
    Sus ojos me recorrieron de arriba abajo deteniéndose en mi hija. Volvió a estrecharme estrechamente.
    -Espero que haya alguna habitación disponible.
    -Tonterías, te quedas en casa... y no repliques. Eres mi invitada.
    Cuando Cándida ordena más vale hacerle caso.
    
    Leonardo entró con mi equipaje, nos sorteó y fue directamente al bajo. Se detuvo para sacar un juego de llaves del bolsillo de la cazadora y abrió la puerta desapareciendo en el interior de la vivienda con normalidad. Durante mi ausencia se habían producido cambios de los que me ocuparía de conocer los detalles.
    
    Me instalé en el dormitorio con ventana a la calle de María, la hija de Cándida, que vive en Bruselas. Guardé algunas prendas en el armario empotrado blanco de dos puertas. No iba a quedarme demasiado tiempo. Mi estancia allí era provisional. Alquilaría un apartamento para que mi hija tuviera un hogar. Eventualmente tendría que viajar a Ámsterdam por motivos laborales. El señor Visser se habían mostrado compresivo cuando le comuniqué que me mudaba a Madrid. Me garantizó que mi contrato con la editorial no se alteraría.
   
    Establecí un horario de trabajo para las mañanas. Las tardes las dedicaba a caminar una hora después de la comida. A veces visitaba "El hidalgo" y charlaba en la trastienda con Alonso o Sofía, que había iniciado el segundo año de carrera.

    Coincidí con Patricia Ruíz de Azua en unos grandes almacenes. Fui a comprarle ropita a mi hija, que llegaría a principios de enero. En el primer embarazo no había tenido ocasión de disfrutar de una jornada de compras como aquella, eligiendo prendas tan pequeñitas que se me hacía imposible que se ajustara a un recién nacido. Me emoción seleccionando bodys, calcetines, camisetas y pijamas con multitud de estampados y coloridos. Aunque mi niña no caminaría hasta que se acercara el años, no pude resistirme a comprar unos zapatitos que se ajustaban al pie con velcro.
    Salí de la tienda infantil entusiasmada. Tan ensimismada estaba imaginando cómo le quedaría la ropa a mi pequeña que no me percaté de que Patricia me llamaba... es decir, llamaba a mi hermana. Vio pasar mi reflejo por el escaparate que miraba de una zapatería y me llamó la atención sin que yo respondiera al nombre de Cintia.
    Nos saludamos cordialmente, ella cargada con sus bolsa y yo con las mías. El bolso que llevaba a modo de bandolera disimulaba mi vientre. Patricia Ruíz de Azua me caía bien, pero representaba una amenaza desde que vivía en Madrid.
    -Hace un par de semanas comimos en el mismo restaurante. Te marchaste con Regina antes de que pudiera saludarte.
    La fuerza con la que sostenía las bolsas disminuyó de los dedos y una de ellas cayó al suelo. Me agaché a recogerla preocupada porque Patricia hubiera estado bajo el mismo techo que Cintia. Si se producía otro encuentro entre ambas y entablaban conversación, mi hermana podía pensar que o bien, Patricia deliraba, que le estaba tomando el pelo o que otra mujer se hacía pasar por ella. Había demorado el momento de tomar contacto con mi familia porque temía enfrentarme a la situación. Mis padres creían que estaba muerta y mi hermana es probable que desconociera que tenía una gemela. La gran mentira de los Van Heley no pasaría por sus vidas de puntillas, les causaría impotencia y dolor.
    -Una pena -sonreí por dentro.
    -Nos llamamos y quedamos -me dijo mirando la hora en el móvil.
     Me intranquilizó sobre manera.
    Tenía que actuar ya. 

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