domingo, 12 de noviembre de 2023

90. Paternidad

 

    En esos días en los que Daniel permaneció en Holanda agendé una cita con mi ginecóloga para una revisión rutinaria. No había visitado a ningún facultativo desde que en Madrid me dieran la inesperada noticia del embarazo y no había tenido un seguimiento médico que indicara que todo estaba en orden. Tranquila por el giro de los acontecimientos, podía permitirme hacer planes a corto plazo.

    Visitamos el Cuyp por la mañana. Daniel adquirió varios frascos de mermelada casera y arenques envasados para Cándida, que al enterarse de cuál había sido el destino elegido por su hijo y quien la compañía, dio un pequeño grito que mostraba su alegría y una vez más le encomendó que me cuidara. 

Sobre las dos de la tarde nos comimos unos bocadillos de salmón en el Sarphatipark frente al lago. Allí permanecimos un rato al amparo de un castaño contemplando a los patos en su hábitat natural. Algunos turistas les hacían fotos que olvidaría al regresar a sus hogares. 
    -Los animales viven expuestos en un escaparate permanente -cogí una hoja del suelo a la que le di vueltas por el tallo-. No pueden elegir pasar desapercibidos. Son el centro de atención por pertenecer a otra especie.
    -Se acostumbran a que los observen y huyen cuando desconfían de los osados que intentan tocarles. El peligro agudiza los sentidos en animales y humanos -se puso en pie y extendió la mano en mi dirección para ayudar que me levantara-. ¿Vamos?

    Caminamos hasta la consulta a unos veinte minutos de donde nos encontrábamos. Era agradable volver a tener compañía aunque supusiera admitir lo sola que había estado los últimos años. Mi vida se había limitado a reunirme con Jenkin en apartamento y en un par de ocasiones me premió con una escapada a Leeuwarden. No quedaba con compañeros del trabajo fuera del horario laboral, ni iba a comidas o cenas de empresa porque mi presencia en cualquier parte era una amenaza para el doctor Brouwer. Asumí sus absurdos temores.
    Cuando la enfermera mención mi nombre le pedí a Daniel que entrara conmigo. Sorprendido por la petición accedió de inmediato.  Juntos oímos el vigoroso latido de la pequeña. Nos miramos embargados por un extraño vínculo que nos unió unos minutos, entusiasmados por la imagen que nos devolvía el monitor. Mi hija crecía sana dentro de mí. Respiré aliviada. Sin embargo, Daniel se sumergió en un silencio atípico que duró lo que tardamos en llegar a la parada de autobús. Sin querer, había comenzado a conocerle y la opacidad que mostraba era producto de la gestión de sentimientos encontrados.
    Levantó la cabeza, miró al frente y empezó a hablar.
   -Silvia no me contó que estaba encinta -su voz monótona ahondó en una herida abierta-. Me enteré después de que abortara. Encontré la factura de la clínica dónde interrumpió el embarazo arrugada dentro del bolsillo de un abrigo suyo que llevé a la tintorería. No me lo hubiera contado que había abortado sino le hubiera enseñado la factura. Para ella no era el momento de tener hijos. Priorizó su carrera profesional a la maternidad -sus ojos, en un rostro desencajado buscaron los míos-. Me hubiera gustado saber que iba a ser padre.  Que compartiera conmigo lo que planeaba hacer. Se deshizo de lo mejor de los dos.
    Entendí su actitud protectora y su insistencia en no excluir a Jenkin de mi vida sin que supiera el nexo que nos uniría siempre, pese a que lo que menos me apeteciera era tenerle que tratar.
    -Se lo contaré.
    Mi intención le satisfizo.

    Cité al doctor Brouwer una mañana de finales de agosto en la cafetería de enfrente de la editorial. Tenía una reunión de trabajo, así que aproveché mi estancia en Ámsterdam para quedar con él. Durante este tiempo me había llamado y escrito mensajes que ignoré. Sus mentiras me cansaban.
    Me esperaba sentado a la misma mesa que aquella vez en que me encontró y como entonces, nuestras vistas se cruzaron cuando entré en el local. Se levantó para saludarme, sin embargo mi respuesta fue un gélido hola. Evité cualquier contacto físicos. Un beso en la mejilla o el roce de nuestra piel ya no me despertaba un sentimiento febril incontrolado, al contrario, me incomodaba sondando la repugnancia. Tess me sirvió un zumo de naranja recién exprimido. Jenkin pidió un segundo café.
    -¿Cómo estás? -trazó una sonrisa embaucadora que en otros tiempos me deshacía hasta perder la voluntad.
    -Embarazada.
    La blusa de gasa celeste que llevaba puesta era holgada, pero aún así evidenciaban un vientre abultado. Tal vez lo atribuyó a un distensión abdominal producida por gases. La sonrisa desapareció a cámara lenta de su cara, tomando el relevo una expresión agridulce.
    -¿Estás segura?
    Me hirió profundamente, una vez más. Ni los años en que había nutrido la esperanza con sus mentiras, ni las concesiones, ni mi entrega habían sido suficientes para que creyera en mí.
    -Si tan deshonesta me crees, no veo motivo alguno para continuar con la conversación. Esta historia terminó hace tiempo. Ni te imaginas el peso que mi quito de encima.
    Se pasó ambas manos por el pelo nervioso consciente de que había quemado el último cartucho. 
    -Has desaparecido dos meses, podrías haber conocido a otro hombre... Ese tipo que estaba en tu casa...
    Me terminé el zumo de un sólo sorbo recobrando la seguridad anulada en nuestra relación.
    -Adiós, doctor Brouwer.
    Estaba preparada para volver al lugar al que pertenecía.



DATOS DE INTERÉS

Sarphatipark: pequeño parque ubicado en el barrio De Pijp. Debe su nombre al doctor y urbanista Samuel Sarphati, responsable de la expansión de Ámsterdam hacía el sur en e siglo XIX.

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