La emoción empañó mis ojos al cruzar el jardín y si no hubiera tenido guardaespaldas velando mis intenciones, se me habrían saltado las lágrimas después de abrir la puerta de casa y volver a ver mis cosas. Mi mirada voló hacía mi rincón favorito, donde mi sofá me aguardaba.
El intruso echó un vistazo lento desde la entrada asintiendo con la cabeza hasta encontrarse con mis ojos.
-Tu casa se parece a ti. Es agradable y acogedora -se echó a reír dejando la maleta a un lado del vestíbulo.
Subí a la primera planta con Daniel a un paso cargando la maleta que no había permitido que yo cogiera. En mi habitación todo estaba en orden. Tenía una sensación rara mientras recorría las estancias. Había pasado tantas semanas fuera que los muebles y mis efectos personales parecían los de otra persona.
-Al parecer por aquí no han pasado mis homólogos.
-Ni los ladrones.
De nuevo en el comedor extraje la barra de pan de la mochila y los envases de pavo y queso y se los mostré con aire resignado. No había imaginado que la primera noche en casa estaría acompañada.
-No contaba con tener invitados así que nos tendremos que conformar con esto. Veré si en la cocina hay algo más que no esté caducado.
-Eres ordenada incluso cuando tienes que salir corriendo -cogió de encima de la mesa auxiliar del salón el marco con forma de árbol de cuyas cuatro ramas pendían fotos de Siem y Yani con Berend, Diantha con Maas y una imagen tomada en el puerto de Almere más de diez años atrás en la que aparecíamos los tres amigos.
-¿Quiénes son?
Una sonrisa acudió a mis labios. Cuánto los echaba de menos.
-Mi familia.
-Eso me lo tienes que contar.
-Ya veremos.
El frigorífico me devolvió un profundo hedor a podrido. Metí la comida estropeada , frutas, verduras, huevos y yogures, en una bolsa de basura que tiré más tarde y rescaté un par de refrescos y galletas saladas.
Nos sentamos en el sofá, con la barra de pan partida en cuatro trozos rectangulares sobre una bandeja. Los cinco primeros minutos comimos en silencio. Teníamos tanta hambre que los mordiscos que arrancábamos al pan nos llenaron los carrillos.
La conducta de Daniel había variado radicalmente desde la noche de la cena en el bajo de Cándida, lo que hacía que tuviera mis reservas acerca de sus pretensiones. Desde que despegáramos de Madrid era amable y se mostraba relajado. Los reproches del jueves anterior fueron sustituidos por el buen humor. Cada indirecta, cada sarcasmo aludiendo a mi situación terminaba con una sonrisa amplia o una carcajada que me enervaba. ¿Tan poco empatizaba con mis circunstancias que no concebía que el futuro inmediato me aterrara?
En dos meses no le había visto reír tantas veces seguidas.
Daniel disfrutaba de sus sarcasmos mientras yo divagaba sobre cual sería la causa y donde acabaría aquel viraje inesperado.
-Y bien
-Y bien, ¿qué?
-Háblame de tu familia... La de Ámsterdam.
Estaba agotada y no quería dilatar la hora de irme a dormir, así que sin dar detalles le conté que Diantha y Siem eran mis "hermanos" aunque no nos unieran lazos de sangre y que vivían en Londres.
Se contentó con poco y no preguntó nada más. Estaba tan cansado como yo.
Al día siguiente me esperaban sorpresas.
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