martes, 15 de agosto de 2023

82. Ámsterdam

 

    Se valió de su profesión para averiguar el número de vuelo, la plaza que yo ocuparía y de salida del avión. Un golpe de suerte fue responsable de que el asiento al lado del mio estuviera disponible cuando compró el billete.

    Tras el relato en la cena sobre lo sucedido a Jenkin, mientras el resto de comensales reaccionaban atónitos y él me increpaba, decidió viajar a Ámsterdam. Y no lo haría con discreción, escondiéndose y siguiéndome a cierta distancia, sin junto a mí, literalmente, sin separarse un segundo para no perderme de vista. Se me adhirió como una lapa.

    No hablamos demasiado. Apenas intercambiamos unas frases. Daniel estaba dicharachero y pizpireta, como si se hubiera tragado a Sofía de un bocado, muy distinto a como se marchó la noche de autos. Estaba ansiosa por llegar al destino y según iba avanzando la tarde, la tranquilidad con la que había hecho el equipaje y me había despedido de mis nuevos amigos, me abandonó poco a poco.
    -Mi madre se alegrará de hayamos compartido viaje.
    Movía los dedos sobre el asiento con agilidad.
    -No me mencionó que tenías intención de ir a Ámsterdam -la desgana se podía percibir en el tono apagado de mi voz.
    -No lo sabe. Le dije que pasaría unos días fuera de Madrid con una amiga, pero no dónde -su amplia sonrisa me pareció bonita-. ¿Es seguro para el bebé que vueles?
    Al ver mi mano que rezaba mi vientre ligeramente la expresión risueña de su rostro mudó a un sería cargada de preocupación.
    -Tan seguro como viajar en coche, tren o barco... Si no te importa... -me puse los auriculares conectados al móvil para escuchar música.
    Asintió con la cabeza dada por zanjada la conversación. Al poco sacó un libro del bolsillo de su mochila y se entretuvo leyendo.
    
    Cuando aterrizamos, por deferencia a Cándida, le guié a la cinta transportadora por los pasillos del aeropuerto. Allí recogimos nuestras pertenencias y nos dirigimos a la salida. No detuvimos. Una suave brisa nos recibió. Aspiré el aire de la noche cerrando inconscientemente los ojos.
    -¿Estás bien?
    -Perfectamente... ¿Dónde te hospedas?
    Si era necesario le acompañaría hasta la habitación para asegurarme de que se quedaba allí dentro.
    -¿Tienes gato?
   -De tenerlo habría muerto por inanición.
    -Ya serían dos cadáveres sobre tu conciencia -se echó a reír. Me irritaba. 
    -Sesgar tu vida no me causaría el menor remordimiento... Voy a coger un taxi, ¿dónde te dejo?
    -En tu casa... tengo alergia al pelo de gato pero como no tienes... No tengo reserva en ningún hotel.
    No podía tener la cara más dura.
    -Buscaremos uno o un hostal... -saqué el móvil del bolso resuelta.
    -Son casi las once, no hablo palabra de neerlandés y eres la única persona que conozco aquí -el deje lastimero no me apenó en absoluto. Que se las arreglara como pudiera.
    -Con tu lengua afilada no tendrás problema en hacerte entender.
    -Cándida no esperaría menos de ti.
    Me dirigí a uno de los taxis disponibles con Daniel pisándome lo talones. Mientras el conductor me ayudaba a meter el equipaje en el maletero le miré por encima de la puerta.
    -Esta noche -declaré.
    Sonrió complacido.
    Habían cumplido su objetivo.

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