sábado, 3 de junio de 2023

68. Normalidad

 

        Desvelado el misterio sobre la identidad de quién y el motivo por el que "Memorias de una Jeta" llegó a mis manos, terminé la traducción con talante renovado y lo mandé a la editorial.
    A los pocos días Ster Edties hizo el abono en mi cuenta del trabajo realizado. Transferí la cantidad cobrada a la cuenta bancaria que abrí al llegar a Madrid para disponer de efectivo y lo retiré íntegramente. Se lo devolvería a su legítimo propietario.
    Sin otro proyecto a la vista, sustituí las jornadas en la biblioteca por paseos mañaneros de hora y media. Aprendí a cocinar recetas españolas con Cándida, que me pidió que fuera su pinche. En Amsterdam preparaba platos sencillo que no requerían potencia el sabor. Cocinando con mi mentora, sobre todo guisos y platos de cuchara, descubrí un laboratorio en el que experimentaba con ingredientes para obtener la textura y el sabor adecuados. Cocinar por placer es un método de relajación efectivo.    
    Me acerqué a "El hidalgo". Sofía me saludó pizpireta registrando los nuevos libros recibidos y Alonso me recibió con la afable sonrisa tatuada en sus labios adivinando por la expresión de mi cara que se había resuelto el enigma que envolvía las memorias de Cintia. Me comprometí a contárselo todo un día, rondándome por la cabeza la idea de volver a Amsterdam y afrontar lo que allí me esperara. No podía seguir viviendo pensando que en cualquier momento la politie me localizaría. Ese estado de inquietud no era buena para el bebé. Su bienestar era lo más importante.
    Visité la mansión a hora desacostumbrada. Federico había salido con el chófer a atender unos asuntos y volvería al medio día. No estaría tanto tiempo allí. La persona a la que quería ver en esa ocasión me abrió la puerta.
    -Esto le pertenece.
    De pie en el porche le entregué un sobre que abrió ceñudo y al ver el contenido me devolvió alarmado. No lo acepté.
    -Los favores no se cobran se agradecen -aparté el sobre de mi alcance.
    -Hice lo que consideré correcto.
    -La recompensa en cambio es pequeña.
    -¿Le gustaría tomarse una taza de chocolate?
    -Me encantaría.
    Nos sentamos en la cocina, donde conocí a María, la cocinera rebelde que se negó a que la antigua señora de la casa la llamara Marie.  Al principio se mostró esquiva, distante y desconfiada. Poco a poco se fue convenciendo de que yo no era Cintia haciéndome pasar por una hermana gemela inexistente.
    Les pedí que me contaran cosas sobre mi hermana. En las memorias se autodefinía como una persona caprichosa y alocada cuya aspiración era mantener el estatus económico que le venía de cuna, aunque para ello tuviera que casarse con un hombre que triplicaba su edad. Las dos nos habíamos criado en casas acomodadas, ella con el cariño de unos padres y yo con la indiferencia de unos abuelos, sin embargo, nuestro concepto de libertad distaba mucho. Para Cintia consistía en vivir holgadamente.
    El chocolate nos lo tomamos con unas galletas hechas por María, que encontró un hueco para sentarse con nosotros mientras que el guiso que elaboraba se cocinaba a fuego lento.
    -Cuando terminé de leer las memorias llegué a la conclusión de que la señora, a pesar de haber vivido rodeada de amor y de personas que la cuidaron, se sentía carente de cariño. Como si las atenciones recibidas no fueran suficientes y viviera en un mundo artificial. Ese desafecto que percibía y no se ajustaba a la realidad la hacían actuar como lo hacía.
    La reflexión de Andrés coincidía con la mía. Cintia tenía un vació en su interior, que en mi opinión logró llenar en parte cuando se enamoró de Étienne y al quedarse embarazada de su hija. En esas dos ocasiones se sintió útil: hacía feliz a su amante y se cuidó durante el embarazo para que su hija naciera sana.
    En la cocina de la mansión comprendí que cuando mi hermana le dio a elegir a Yuco, su hámster, entre marchare o quedarse con ella y el roedor salió por la puerta de la jaula abierta, se quedó huérfana de amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario