Hay una razón que explica qué hacía una tarde de febrero sentada en el salón de los Brouwer tomando una infusión con al señora de la casa.
Días antes, tal vez un par de semanas, el mal se cernió sobre mi cabeza... una vez más. El encuentro en el mercado con Niek fue la antesala de lo que acontecería más adelante. Los Van der Berg, únicamente conocían una forma de felicidad y no era otra que provocando desgracias en las vidas de los demás y si la víctima era yo, el regocijo y ensañamiento era absoluto.
Heleente se hizo la encontradiza en unos de los pasillo de la segunda planta del hospital donde Antje trabaja. Recopiló información sobre cuándo y que turnos hacia para cruzarse con ella por casualidad.
Deambuló por los pasillos fingiendo haberse perdido con la melena rubia ondulada hasta los hombros y los labios pintados de rojo pasión, color que la emponderaba, hasta ver a su objetivo salir de una habitación, donde había cambiado el suero de un paciente.
-¿Antje? -La llamó dubitativa como si no la reconociera o se sorprendiera de verla en su puesto de trabajo.
La mencionada se giró aplicándose gel hidroalcohólico en las manos que había cogido el carrito pegado a la pared.
-Heleentje, ¿cómo estás? -no mostró entusiasmo. No veía a la antigua alumna del St. Liselot desde que se graduase, sin embargo algún rumor había circulado por sus oídos sobre la vida desordenada de la que hacía gala.
-Perdida -soltó una risa nerviosa -he venido a visitar a una amiga a la que han operado del húmero, pero todos los pasillos son iguales.
-Traumatología está en la primera planta, el primer pasillo a la derecha si bajas en ascensor.
-Gracias ha sido una suerte que estuvieras aquí... -pausa intencionada -¿Cómo está Jenkin? Tu no ha cambiado apenas.
A Antje no le gustó que mencionara el nombre de su marido con tanta familiaridad.
-Todo está bien - cogió otra botella de suero-. Si me disculpas...
-¡Claro! Perdona... -se quedó parada delante de ella en actitud pensativa- ¿Tienes tiempo para un café? -bajó el tono de voz como si fuera a hacerle una confidencia-. Quiero comentarte un asunto delicado.
-Dame media hora y nos vemos en la cafetería.
Una hora fue el tiempo que la señora Brouwer tardó en reunirse con Heleentje, que había aprovechó para almorzar mientras esperaba.
-¿Cómo está tu amiga?
-¿Quién?
-Tu amiga, a la que han operado.
-Ah, ella... Bien. En un par de días le dan el alta.
Heleentje mentía mal aunque su ego le hacía creer qeu no tenía rival.
A Antje la actitud de su interlocutora no le cuadraba y empezó a sospechar qeu tramaba algo.
-Recordarás a Sancha Van Heley, del St. Liselot.
-Por supuesto.
-M hermano Niek y ella tuvieron una relación hace algún tiempo. Iban a casarse pero ella canceló la boda para explorar otros mundos... Te puede imaginar que le dejó destrozado, tenían plantes de futuro y proyectos, pero ella, con un personalidad bastante voluble, decidió dejarle tirado... El caso es que el otro día Niek la vio en De Pij, después de muchos años y le llamó la atención que el hombre que estaba con ella, con quien parecía tener una afinidad más allá de la amistosa le sonaba mucho -inició un tamborileo con la manicura morada de sus uñas encima de la mesa-. Les hizo unas fotos y me las mandó por si yo sabía quien era. Me quedé petrificada, no me lo podía creer... El hombre era Jenkin.
Heleentje buscó en su móvil las instantáneas qeu le parecieron comprometidas y se las mostró a su interlocutora. Lo que Antje vio fue la Jenkin saludando con dos besos a Sancha, una conversación son sonrisas y la mano de su marido sobre el vientre que evidenciaba un embarazo. Se mostró indiferente.
-Sancha es una buena amiga de la familia. Las muestra de cariño entre nosotros son habituales... Ya ves, te has preocupado en balde.
-Aún así, tened cuidado con ella. Desde los años del St. Liselot tenía fijación por Jenkin. No os confiéis. Es una mujer de objetivos y no le importa pisar cabezas. La conozco bien, créeme.
-Cuídate, Heleenjte.
Antje se levantó de la mesa y se marchó con la tranquilidad que había mantenido durante la conversación. Heleenjte había intentado envenenarla estérilmente... Jenkin y Sancha... Era inconcebible.
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