Estrené la cuarta semana, en tierra cada vez menos extraña, ilusionada.
Quería volver a casa y retomar la rutina, no sin la certeza de que nada sería igual y la incertidumbre de lo que me esperaba, sin embargo, cada día transcurrido, jornada a jornada, la esperanza y las expectativas de abrigar la normalidad acostumbrada crecían.
Desconocía que me deparaba el futuro, nadie puede saberlo, ni siquiera concebía que existiese a medio plazo, sólo alcanzaba a visualizar el minuto siguiente. Lo único que tenía claro es que quería ver a mi familia. Me conformaba con hacerlo de lejos, a escondidas, sin que supieran que la hija y hermana perdida les observaba.
Delante de la puerta del bajo del hostal donde Cándida vive, dudé entre interrumpir la amena diatriba, a tenor de la algarabía que se oía desde fuera o dejar que Leonardo y su anfitriona siguieran litigando sobre asuntos sin importancia. Les gustaba llevarse la contraria y enfatizar exageradamente a la hora de exponer sus argumentos. Mis visitas a la mansión era el pretexto que usaban para tomarse un café, las dos sobremesas en el mostrador del vestíbulo, a partir de la tercera, en el comedor de la casa de Cándida, donde ella sugirió que estarían más cómodos.
-¿Qué se traen esto dos entre manos? -me susurró Trini con curiosidad inquiriendo lo comunicativa que estaba su amiga con un hombre que no era huésped del hostal.
-Si no me equivoco, una amistad -respondí en tono cómplice.
-Dios lo quiera.
Emplazaba a Leonardo un cuarto de hora antes de partir hacia la mansión, convencida de que esperaba esos minutos que pasaba con Cándida, desde el mismo momento en que se despedían.
-¿Esperando al chófer, Miss Daisy?
El inesperado comentario que me hizo ahogar una sonrisa, llevaba implícito una de las indirectas con las que Daniel me asediada con asiduidad.
-Ojo avizor, sin duda.
-Eufemismo de fisgón, supongo -del bolsillo delantero del tejano negro sacó un juego de llaves-. ¿Ibas a llamar o sólo escuchabas detrás de la puerta?
Me aparté del vano de la entrada instintivamente, ofendida, aunque imaginé que era la impresión que le hubiera dado a cualquier otra persona.
Soltó una carcajada al ver mi reacción defensiva.
-Tranquila. Aquí el único entrometido soy yo -cogió la llave que casaba con el bombín con el pulgar y el índice-. No me lo reproches. Con vidas tan interesantes e intensas como la que advierto que tienes, me preocupo y ocupo de profundizar un poco más.
Abrió la puerta y me cedió el paso con un movimiento de cabeza. Me había puesto de mal humor.
-Esperaré a Leonardo fuera.
-Como guste... madre.
Me dirigí hacia la salida con mal sabor de boca.
En las palabras de Daniel aprecié una advertencia entreverada. Indagaría sobre lo que creía que ocultaba hasta satisfacer su curiosidad. Me planteé aclararle que la mujer de las fotografías que había visto era mi hermana para que me dejara en paz y evitar que, en su afán de saber más, me relacionara con el accidente de Jenkin si las pesquisas le derivaban a Amsterdam. Con lo descreído que era dudé que creyera que tenía una gemela.
La estancia de esa tarde en la mansión me hizo olvidar la disyuntiva en la que me hallaba. Cada uno de los eslabones de la cadena estaba en su sitio, restaba ensartar el broche que uniera un extremo con el otro.
-Has sido desdichada por mi indiscreción.
-Los Van Heley era estrictos y de trato difícil. Su doble moral es responsable de haber separado a una familia.
-Aún así... -se le entristeció la mirada. Federico tenía una espina clavada que no lograba quitarse, ni siquiera lo intentaba. Creía que la merecía.
-Federico, no cargue con culpas que no le corresponden... -entrecrucé los dedos de las manos-. Me he pasado toda la vida idealizando a unos padres muertos. Quiero conocerlos, pero antes debo solucionar algunos asuntos y encauzar otros que podrían ser motivo de decepción para ellos.
Federico bosquejó una sonrisa.
-Recuperar a la hija perdida será una alegría. Permíteme que te ayude a que seáis una familia completa.
Asentí agradecida. Federico Osorio necesitaba liberarse de culpas.
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