La consecuencia de elegir la misma manzana en uno de los puestos del mercado resultó funesta.
Se me antojó una pieza concreta del montón expuesto y al hacer amago de cogerla me faltaron cincuenta centímetros para conseguir el objetivo. Una manos masculina me tomó la delantera y me resigné a perder la fruta por el que Eva se condenó en el paraiso. El embarazo me provocaba el deseo espontáneo de devorar con ansía cualquier alimento del que la vista se encaprichara. Seguí de reojo el recorrido de la manzana hasta ser introducida por el sujeto de al lado en una bolsa de plástico.
-No me lo creo... ¿Sancha?
El usurpador acomodó en la cara una sonrisa helada como el iris de sus ojos azules. Impostado por naturaleza entendí que me había divisado antes de que me apercibiera de su presencia.
-¿Me cobra, por favor? -me dirigí al tendero entregándole la bolsa.
Soltó una carcajada maléfica, de las que tienen sonoridad de ultratumba. Hay personas a las que se odian en un instante. Niek es una de ellas.
-¿Te has cansado del celibato? -la sorna en su voz delataba su disposición a un enfrentamiento verbal. No caería en su juego -No te pegaba nada lo de ser monja. a los viejos los engañaste, pero yo no me tragué tu repentina vocación monjil.
"Los viejos" también se tragaron la falsedad del elegido.
-Cuidado con la manzana al comértela, no te muerdas la lengua -le lancé una mirada taimada que cogió al vuelo- ya sabes, por lo del veneno.
Le di las gracias al tendero al devolverme el cambio y me diluí entre la gente. En una de las calles de De Pij, Jenkin detuvo el coche al verme pasar con las bolsas de la compra y adoptando el papel de protector que asumió desde que le dije que esperaba un hijo, me llamó la atención para regañarme, después de saludarme con un par de besos.
-No cargues peso.
-¿Vuelves o vas al gimnasio?
Llevaba una sudadera gris y un pantalón de chándal del mismo color.
-Esta noche he tenido guardia. No tenía sueño y he ido a nadar. Te acerco a donde vayas -no permití que cogiera las bolsas aferrándome a las asas. Yo sola me bastaba.
-Puedo sola. No pesa. Ve a descansar.
Puso su mano de médico sobre mi vientre abultado. Interés o preocupación, no sé que asomó primero a sus ojos.
Charlamos ajenos a que estábamos siendo observados.
Niek me había seguido desde el mercado hasta allí. Vio a un hombre que le resultaba conocido detener el coche y bajarse para saludarme. Nos hizo una foto y la mandó al instante con un mensaje:
"¿Quién es?
Su hermana contestó de inmediato.
"Jenkin Brouwer, médico en el St. Liselot. ¿La remilgada esa no se había metido a monja?" ¿Estás ahí ahora?"
"Nos tomó el pelo a todos. Sí".
"No pierdas detalle."
Las fotos que nos hizo aquella mañana servirían a Niek para vengarse de mi por la humillación que sintió al rechazarle y a Heleentje para regocijarse en mi desgracia.
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