Como si me estuvieran narrando un
cuento susurrado al oído delante de una hoguera en una fría noche de invierno,
escuché el relato de Federico con el corazón en un puño cerrado con tanta
firmeza que oprimía el órgano.
Los Van Heley se hospedaron en casa de
mis padres unos días en el cuarto mes de embarazo de mi madre. En una comida
familiar, a la que Federico asistió como amigo del abuelo Dado y de la familia,
Godelieve y Huub fueron testigos de una inesperada escena que les desencajó las
mandíbulas.
Federico y Dado, a los que la edad no
les había hecho perder el espíritu intrépido de la juventud, sellaron sus bocas
con la ternura de la añoranza y las ganas que nunca se desvanecieron, ignorando
que los Van Heley presenciaban sofocados la muestra de cariño entre los dos
amantes, al ocurrírseles salir al jardín, donde los amigos creyeron que tendrían cierta intimidad. El matrimonio compartió una mirada circunspecta que pactaba su
silencio. Armar un escándalo, bajo su exclusiva lupa escrutadora, por el
obsceno acto de lujuria protagonizado por dos viejos verdes con matices
reventón, no obedecía a su forma de gestionar los asuntos, que sin incumbirles,
se apropiaban. No permitirían que sus nietas crecieran bajo la perversión e
influencia de un consuegro degenerado y promiscuo.
-En los siguientes meses a esas
vacaciones insistieron en que Laura diera a luz en una clínica privada de
Madrid que ellos mismos habían elegido y que el parto fuera asistido por un
ginecólogo de su total confianza que se desplazaría desde Ámsterdam unas
semanas antes de que nacierais para atender a tu madre -respiró pesadamente
antes de continuar-. Tus padres cedieron aunque hubieran preferido tus abuelos
se mantuvieran al margen.
-Los Van Heley eran persistentes.
Objetivo que se proponían, objetivo que perseguían hasta su consecución.
El detalle parecía que no se le
escapaba a Federico en las pocas ocasiones en que había tratado con ellos.
-El día que nacisteis se produjeron una
serie de extraños acontecimientos que hizo del momento más feliz para unos
padres, el más triste de su existencia -Federico entrecerró los ojos colocando
los recuerdos en orden cronológico- Llevaron a Laura al paritorio, al cabo de
unas dos horas, el médico holandés que atendió el parto comunicó a la familia que una de
las niñas, al colocarse para salir, había comprimido el cordón umbilical de su
hermana impidiendo el paso de sangre y oxígeno de la nonata. Esto ocasionó
lesiones en el cerebro por el que la segunda recién nacida fue trasladado a la
uci… -Suspiró-. Al cabo de unas horas, les notificaron tú pérdida.
-El director de la clínica se prestó a
un plan ruin a cambio de una compensación económica, supongo.
Federico apretó los labios negando mis
palabras con la cabeza.
-No exactamente, pero sí actúo por
intereses de otra índole. Miró hacia otro lado a cambio de que no le
denunciaran por practicar abortos ilegales en la clínica, lo que hubiera
supuesto años de cárcel y el cierre del centro. Tus abuelos eran retorcidos en
sumo grado, no te desvelo nada que no sepas. Has tenido que lidiar con ellos.
Investigaron varias clínicas privadas de Madrid con el fin de llevar a cabo su
plan y encontraron la más afín a sus intereses. Delito por delito, silencio por
silencio.
El guion llevaba la firma de los Van
Heley. Sólo a ellos se les ocurriría convertir a mi hermana en mi asesina. La
compresión del cordón umbilical en parto de gemelos es un riesgo que se dan en
algunas ocasiones, según la información que he podido recabar al respecto y fue
la causa fabulada que hizo constar en el informe médico un ginecólogo
ambicioso, tapadera de los Van Heley para secuestrarme sin levantar sospechas.
Esas
horas en las que estuve, según la versión oficial y registros de la clínica, en
cuidados intensivos, prohibieron la entrada a los miembros de la familia,
incluida mi madre, que desesperada y recién parida intentó levantarse de la
cama para verme, suplicando a la enfermera que la llevaran conmigo. Me había
oído llorar con la capacidad pulmonar de un bebé sano y un genio que no hacía
temer por mi integridad.
Mis
padres nunca vieron mi cuerpo inerte.
Los Van Heley se encargaron de los
trámites y me dieron sepultura.
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