domingo, 14 de mayo de 2023

61. Diez minutos


    Le bastó escribir mi nombre completo en la barra del buscador para que en los diez primeros resultados saliera relacionado con Ster Edities. Clicó sobre el enlace de la web de la editorial, navegó por la página visitando varias secciones hasta interesarse por la literatura europea e hispánica y repasó los títulos de autores españoles y latinos, localizándome en la ficha informativa de uno de los libros como responsable de la traducción. Sonrió satisfecho. Me había encontrado. 
    Lo siguiente que hizo tres semanas después de compartir espacio en el auditorio del Theater Ámsterdam fue llamar a la editorial y pedir que le comunicaran conmigo.    
    -Preguntan por ti –Zoë sostuvo el teléfono en la mano como quien sostiene un zapato maloliente.          Acababa de llegar al departamento editorial, donde tenía mi propio habitáculo para trabajar. Dejé el bolso sobre el escritorio y cogí el auricular interrogando extrañada a la secretaria de área que se encogió de hombros. De haberse tratado de una llamada interna Zoë me hubiera dado el nombre de la persona que quería hablar conmigo.
    -Diga.
    -Estoy en la cafetería de enfrente. Te espero.
    Colgó sin darme derecho a réplica. Fue escueto y directo… ¿si enfrente del trabajo no hubiera habido una cafetería, dónde me hubiera emplazado?
    Sonreí ilusionada por la iniciativa. El paso por Santa Coba había apaciguado el candor de los quince y veintipocos años. Tenía un mayor control sobre mis emociones. Jenkin apenas me ponía nerviosa unos segundos.
    Dejé pasar quince minutos. Si estaba allí a temprana hora de la mañana, no se iría sin verme. Nos intuimos cuando entré por la puerta del local. El me miró sin saber si sería yo y yo le miré desconociendo donde estaría sentado.
    Caminé hacia él mientras se levantaba para recibirme con los dos protocolarios besos que se dan dos amigos que se han visto el día anterior.
    -Pasabas por aquí casualmente, me has visto entrar en el edificio hace veinticinco minutos y has pensado que si me llamabas vendría…
    Se echó a reír risueño al tiempo que nos sentábamos. Reparé en que solo conocía sus sonrisas comedidas y que nunca le había visto rejuvenecer riendo.
    -Lees demasiados libros.
    -Es una parte esencial de mi trabajo.
    Apoyó los brazos sobre la mesa. Tenía unas manos bonitas de uñas cortas redondeadas. La alianza embellecía su dedo.
    -Sí, te he visto entrar, pero no es casual que buscara aparcamiento en la zona. Sabía dónde encontrarte y quería verte.
    -Si añades que internet ha sido tu aliado, la historia adopta un matiz actual que en unos años derivará en contemporáneo.
    Tess se acercó a la mesa. Conocía a los seis empleados de la cafetería que trabajan por turnos porque allí es donde acababan algunas de las jornadas laborales o donde desayunaba a media mañana si no me había dado tiempo de hacerlo en casa.
    -¿Café con leche? -me preguntó sabedora de mis preferencias.
    -Gracias, Tess -asentí con la cabeza.    
    Jenkin también tomaba un café con aspecto de haberse quedado frío.
    -¿Cómo estás?
    Una pregunta sencilla para la que adoptó un semblante serio que encerraba vestigios del ayer.
    Los diez minutos que estuvimos frente a frente fueron el preludio a posteriores y contados encuentros con la misma duración a lo largo de los meses. Llegaron las llamadas con excusas tontas para oírnos la voz. Antes de ser amantes, fuimos amigos.         El día que la relación cambió, perdí su amistad.

           

           

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