Le bastó escribir mi nombre completo en la barra del
buscador para que en los diez primeros resultados saliera relacionado con Ster
Edities. Clicó sobre el enlace de la web de la editorial, navegó por la página
visitando varias secciones hasta interesarse por la literatura europea e
hispánica y repasó los títulos de autores españoles y latinos, localizándome en
la ficha informativa de uno de los libros como responsable de la traducción.
Sonrió satisfecho. Me había encontrado.
Lo siguiente que hizo tres semanas después de compartir
espacio en el auditorio del Theater Ámsterdam fue llamar a la editorial y pedir
que le comunicaran conmigo.
-Preguntan por ti –Zoë sostuvo el teléfono en la
mano como quien sostiene un zapato maloliente. Acababa de llegar al departamento editorial, donde
tenía mi propio habitáculo para trabajar. Dejé el bolso sobre el escritorio y
cogí el auricular interrogando extrañada a la secretaria de área que se encogió
de hombros. De haberse tratado de una llamada interna Zoë me hubiera dado el
nombre de la persona que quería hablar conmigo.
-Diga.
-Estoy en la cafetería de enfrente. Te espero.
Colgó sin darme derecho a réplica. Fue escueto y
directo… ¿si enfrente del trabajo no hubiera habido una cafetería, dónde me
hubiera emplazado?
Sonreí ilusionada por la iniciativa. El paso por
Santa Coba había apaciguado el candor de los quince y veintipocos años. Tenía
un mayor control sobre mis emociones. Jenkin apenas me ponía nerviosa unos
segundos.
Dejé pasar quince minutos. Si estaba allí a temprana
hora de la mañana, no se iría sin verme. Nos intuimos cuando entré por la
puerta del local. El me miró sin saber si sería yo y yo le miré desconociendo
donde estaría sentado.
Caminé hacia él mientras se
levantaba para recibirme con los dos protocolarios besos que se dan dos amigos
que se han visto el día anterior.
-Pasabas por aquí casualmente, me
has visto entrar en el edificio hace veinticinco minutos y has pensado que si
me llamabas vendría…
Se echó a reír risueño al tiempo que
nos sentábamos. Reparé en que solo conocía sus sonrisas comedidas y que nunca
le había visto rejuvenecer riendo.
-Lees demasiados libros.
-Es una parte esencial de mi
trabajo.
Apoyó los brazos sobre la mesa. Tenía unas manos
bonitas de uñas cortas redondeadas. La alianza embellecía su dedo.
-Sí, te he visto entrar, pero no
es casual que buscara aparcamiento en la zona. Sabía dónde encontrarte y quería
verte.
-Si añades que internet ha sido tu
aliado, la historia adopta un matiz actual que en unos años derivará en
contemporáneo.
Tess se acercó a la mesa. Conocía a
los seis empleados de la cafetería que trabajan por turnos porque allí es donde
acababan algunas de las jornadas laborales o donde desayunaba a media mañana si
no me había dado tiempo de hacerlo en casa.
-¿Café con leche? -me preguntó
sabedora de mis preferencias.
-Gracias, Tess -asentí con la
cabeza.
Jenkin también tomaba un café con
aspecto de haberse quedado frío.
-¿Cómo estás?
Una pregunta sencilla para la que
adoptó un semblante serio que encerraba vestigios del ayer.
Los diez minutos que estuvimos
frente a frente fueron el preludio a posteriores y contados encuentros con la
misma duración a lo largo de los meses. Llegaron las llamadas con excusas
tontas para oírnos la voz. Antes de ser amantes, fuimos amigos. El día que la
relación cambió, perdí su amistad.
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