La primera
toma de contacto con Osorio de hora y media había sido esclarecedora con
respecto a la identidad de la persona que quería que supiera la verdad sobre
mis orígenes.
La vez que Federico le dijo a Cintia "lo sé
todo, querida" tenía información privilegiada que estaba
dispuesto a compartir y eso fue lo que hizo en nuestro encuentro.
Paseé
por el camino de arena por el que otras personas con las que me cruzaba o
adelantaban en mi deambular usaban para correr. Un balón de fútbol, procedente
de la pista cimentada en la que unos niños jugaban, llegó a mis pies. Se la
devolví con un puntapié en un auto reflejo imbuida en mis pensamientos.
-Eres idéntica a ella -me observó embelesado, como quien
descubre por primera vez la belleza de algo que le llama poderosamente la
atención y queda abstraído en ella -Cogió una galleta de mantequilla que
nos habían servido en la mesita auxiliar encima de una bandeja de plata y le
dio un pequeño mordisco –Tenía mis reservas acerca de si te
entregarían mi misiva. Entiendo que has necesitado todo este tiempo para
asimilar que tus abuelos te ocultaron que tenías una familia y este es el
momento de conocer la verdad… ¿Estás preparada para escuchar tu propia
historia?
La misiva tenía noventa y ocho capítulos y más de trescientas
páginas. Un mes no me parecía demasiado tiempo para descifrar que escondían las
memorias de Cintia.
-No,
pero necesito hacerlo para comprender algunas cosas.
-Espero
poder ayudarte…Hace años descubrí tu
existencia y las razones por las que tu familia la desconocía -respiré sosegada,
con ganas de llorar que contuve. De las primeras palabras de Osorio se
desprendía que mis padres no me habían abandonado-. He
valorado en qué modo os podía afectar lo que sé y confieso que en más de una
ocasión he estado a punto contárselo a Cintia, tu hermana, pero me parecía
justo que tú fueras la primera en ser conocedora de la gran mentira en la que
has vivido. Eres la principal víctima de tus abuelos.
Se terminó la galleta. Hablaba pausado, con una dicción clara y seleccionando
cuidadosamente las palabras. Deparó en el manuscrito que sujetaba con ambas
manos sobre mis rodillas. Entrecerró los ojos para leer la portada.
-¿Me dejas verlo?
Desconcertada
estiré el brazo para darle el manuscrito que cogió con manos temblorosas.
-¿Cómo es posible
que las tengas? –preguntó obnubilado. La edad afectaba a su memoria. Unos
minutos antes había reconocido haberme hecho llegar una misiva.
-La editorial en
la que trabajo me encargó que las tradujera… ¿No es la misiva que pidió que me
entregaran?
-No. Te escribí
una nota con mis datos para que contactaras conmigo… Le pedí a la
señora que cuidaba de tu abuela que te la entregara. Pensaba que era la razón
por la que estabas aquí.
-Todo esto es muy
confuso –saqué un botellín de agua de bolso y bebí un buen sorbo. Desde que la
ansiedad me desestabilizaba, era el remedio más eficaz para paliar sus efectos.
-Solo tres
personas conocíamos la existencia de estas memorias… -Se quedó pensativo-
Cintia, yo y… Andrés.
Llamó
al mayordomo con un grito.
Abandoné el parque acortando la distancia con
la casa de Cándida. Al girar una esquina cabizbaja choqué con el cuerpo de un
hombre que caminaba más rápido que yo cayendo el
manuscrito al suelo. Me agaché a recogerlo al tiempo que el hombre hizo
lo mismo disculpándose. Su voz era conocida pero estaba aturdida por todo lo
que estaba pasando esa tarde. Al recuperar el manuscrito, las fotos que
contenían y que Godelieve de Vries me legó, salieron despedidas en un corto vuelo
que las esparció por la acera. El hombre las cogió y las echó un vistazo. Alcé
la vista irritada. Daniel me miró contrariado antes de echarle un segundo
vistazo a las instantáneas en las que Cintia se casaba dos veces con diez años
de diferencia y de niña posando con nuestros padres.
Se
las arrebaté molesta y la introduje entre las páginas de las memorias,
levantándome con un movimiento brusco que hizo que me tambaleara levemente,
mareada.
-Un
vida intensa -el tono acosador era el preludio que la relación entre ambos
empeoraría mucho- ¿Quién eres, Sancha?
La
pregunta me tomó por sorpresa... ¿Quién era? Para él, la mujer que había sido
monja y que era traductora en Holanda de donde procedía,
recién aterrizada en el hostal que regentaba su madre por motivos que
desconocía.
-Estoy
ocupada.
Se
mantuvo firme delante de mí, como un muro inquebrantable.
-Encuentra
un hueco para que hablemos. Me interesa mucho lo que puedas contarme de ti.
Tengo tiempo para escucharte.
-Aparta, por favor.
Las piernas me temblaban. No
me encontraba bien. Intenté en balde hacerle a un lado pero me cogió de ambos
brazos para detenerme. Hice ademán de zafarme. Otro mareo me sobrevino y un
sudor frío acompañaron unas repentinas ganas de vomitar. Me desplomé en sus
brazos.
Después de eso, no recuerdo nada.
Después de eso, no recuerdo nada.
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