domingo, 10 de abril de 2022

54. Vahído

 


    Preferí caminar un rato antes de encerrarme en la habitación del hostal. Le pedí a Leonardo que me dejara en un parque de Barajas y nos despedimos hasta la tarde siguiente. 
    La primera toma de contacto con Osorio de hora y media había sido esclarecedora con respecto a la identidad de la persona que quería que supiera la verdad sobre mis orígenes.
    La vez que Federico le dijo a Cintia "lo sé todo, querida" tenía información privilegiada que estaba dispuesto a compartir y eso fue lo que hizo en nuestro encuentro.
    
    Paseé por el camino de arena por el que otras personas con las que me cruzaba o adelantaban en mi deambular usaban para correr. Un balón de fútbol, procedente de la pista cimentada en la que unos niños jugaban, llegó a mis pies. Se la devolví con un puntapié en un auto reflejo imbuida en mis pensamientos.
    -Eres idéntica a ella -me observó embelesado, como quien descubre por primera vez la belleza de algo que le llama poderosamente la atención y queda abstraído en ella -Cogió una galleta de mantequilla que nos habían servido en la mesita auxiliar encima de una bandeja de plata y le dio un pequeño mordisco –Tenía mis reservas acerca de si te entregarían mi misiva. Entiendo que has necesitado todo este tiempo para asimilar que tus abuelos te ocultaron que tenías una familia y este es el momento de conocer la verdad… ¿Estás preparada para escuchar tu propia historia?
    La misiva tenía noventa y ocho capítulos y más de trescientas páginas. Un mes no me parecía demasiado tiempo para descifrar que escondían las memorias de Cintia.
    -No, pero necesito hacerlo para comprender algunas cosas.
    -Espero poder ayudarte…Hace años descubrí tu existencia y las razones por las que tu familia la desconocía -respiré sosegada, con ganas de llorar que contuve. De las primeras palabras de Osorio se desprendía que mis padres no me habían abandonado-. He valorado en qué modo os podía afectar lo que sé y confieso que en más de una ocasión he estado a punto contárselo a Cintia, tu hermana, pero me parecía justo que tú fueras la primera en ser conocedora de la gran mentira en la que has vivido. Eres la principal víctima de tus abuelos.
    Se terminó la galleta. Hablaba pausado, con una dicción clara y seleccionando cuidadosamente las palabras. Deparó en el manuscrito que sujetaba con ambas manos sobre mis rodillas. Entrecerró los ojos para leer la portada. 
    -¿Me dejas verlo?   
    Desconcertada estiré el brazo para darle el manuscrito que cogió con manos temblorosas.
    -¿Cómo es posible que las tengas? –preguntó obnubilado. La edad afectaba a su memoria. Unos minutos antes había reconocido haberme hecho llegar una misiva.
    -La editorial en la que trabajo me encargó que las tradujera… ¿No es la misiva que pidió que me entregaran?
    -No. Te escribí una nota con mis datos para que contactaras conmigo… Le pedí a la señora que cuidaba de tu abuela que te la entregara. Pensaba que era la razón por la que estabas aquí.
    -Todo esto es muy confuso –saqué un botellín de agua de bolso y bebí un buen sorbo. Desde que la ansiedad me desestabilizaba, era el remedio más eficaz para paliar sus efectos.
    -Solo tres personas conocíamos la existencia de estas memorias… -Se quedó pensativo- Cintia, yo y… Andrés.
    Llamó al mayordomo con un grito.
    
    Abandoné el parque acortando la distancia con la casa de Cándida. Al girar una esquina cabizbaja choqué con el cuerpo de un hombre que caminaba más rápido que yo cayendo el manuscrito al suelo. Me agaché a recogerlo al tiempo que el hombre hizo lo mismo disculpándose. Su voz era conocida pero estaba aturdida por todo lo que estaba pasando esa tarde. Al recuperar el manuscrito, las fotos que contenían y que Godelieve de Vries me legó, salieron despedidas en un corto vuelo que las esparció por la acera. El hombre las cogió y las echó un vistazo. Alcé la vista irritada. Daniel me miró contrariado antes de echarle un segundo vistazo a las instantáneas en las que Cintia se casaba dos veces con diez años de diferencia y de niña posando con nuestros padres. 
    Se las arrebaté molesta y la introduje entre las páginas de las memorias, levantándome con un movimiento brusco que hizo que me tambaleara levemente, mareada.
    -Un vida intensa -el tono acosador era el preludio que la relación entre ambos empeoraría mucho- ¿Quién eres, Sancha? 
    La pregunta me tomó por sorpresa... ¿Quién era? Para él, la mujer que había sido monja y que era traductora en Holanda de donde procedía, recién aterrizada en el hostal que regentaba su madre por motivos que desconocía.
    -Estoy ocupada.
    Se mantuvo firme delante de mí, como un muro inquebrantable.
    -Encuentra un hueco para que hablemos. Me interesa mucho lo que puedas contarme de ti. Tengo tiempo para escucharte.    
    -Aparta, por favor.
    Las piernas me temblaban. No me encontraba bien. Intenté en balde hacerle a un lado pero me cogió de ambos brazos para detenerme. Hice ademán de zafarme. Otro mareo me sobrevino y un sudor frío acompañaron unas repentinas ganas de vomitar. Me desplomé en sus brazos.
Después de eso, no recuerdo nada.    

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