Daniel, que detestaba que se dirigieran
a él por diminutivo de su nombre porque así es como le llamaba su ex novia, me
contó Cándida en una sobremesa en el taller del patio restaurando una mesa, me
llevó en volandas a su coche, aparcado en las proximidades de la esquina donde chocamos. Con el lado derecho de mi cuerpo pegado a su pecho, advertí, en
estado de semi inconsciencia, los latidos acelerados de su corazón y la
respiración entrecortada. Estaba tenso. Me dejó en el asiento del copiloto
asegurándose de haberme abrochado bien el cinturón de seguridad y en poco más
de diez minutos entrábamos por la puerta del servicio de urgencias más cercano
al barrio.
No sé el tiempo que transcurrió desde
que me exploraron en el consultorio del médico que me atendió hasta que una
enfermera se apiadó de Daniel, estableciendo algún tipo de parentesco entre él y yo y dejó que me acompañara en la sala de observación
donde permanecía reclinada sobre una camilla articulada enganchada a una
botella de suero con más de la mitad del líquido suministrado.
Entró sigiloso, creyendo que dormía al
verme con los ojos cerrados y me observó unos instantes hasta que los abrí y le
miré.
-Hola -vocalizó cohibido- ¿cómo estás?
-Hola -vocalizó cohibido- ¿cómo estás?
-Bien -cansada, débil y con mucho sueño.
Fui escueta-. Nos podíamos haber ahorrado venir al hospital. En unos minutos me
hubiera repuesto.
Su presencia me ponía de mal talante. No podía evitar ser arisca.
Su presencia me ponía de mal talante. No podía evitar ser arisca.
-Testaruda -toda maniobra de contención
desapareció en un instante- ¿No aprendiste nada en el convento?
"Es de bien nacido ser
agradecido"... No solo se había preocupado por llevarme al hospital, sino
que permanecía allí conmigo. Claudiqué a su favor, por una vez.
-Gracias -a regañadientes ejercí de bien nacida-. Te puedes ir. Aún puedes sacarle partido a la tarde.
Una sonrisa sarcástica suavizó los rasgos de su rostro.
-Gracias -a regañadientes ejercí de bien nacida-. Te puedes ir. Aún puedes sacarle partido a la tarde.
Una sonrisa sarcástica suavizó los rasgos de su rostro.
-Soy tu penitencia. Nos iremos juntos a
casa cuando te den el alta -apoyó una mano sobre el colchón-. He hablado con
Cándida para contarle dónde estábamos y me ha pedido que cuide de ti -cruzó los
brazos sobre el pecho. Tanta actividad me ponía nerviosa-. Esto lo hago por
ella. Te ha tomado afecto... habrá visto la parte de ti que me ocultas o no le
has mostrado la parte que he descubierto.
La duda estaba sembrada en tierra abonada. En su lugar, también hubiera dudado de alguien que dijera haber sido cura y apareciera casándose en dos fotos con varios años de diferencia. Ni por asomo hubiera barajado la posibilidad de un gemelo idéntico.
La duda estaba sembrada en tierra abonada. En su lugar, también hubiera dudado de alguien que dijera haber sido cura y apareciera casándose en dos fotos con varios años de diferencia. Ni por asomo hubiera barajado la posibilidad de un gemelo idéntico.
Aborté un bostezo.
-Conclusiones precipitadas -le espeté.
-Cuéntamelo... hermana -su prepotencia
era desquiciante.
Refunfuñé desviando la cabeza hacia la
pared de enfrente para evitar el contacto visual.
El
médico, un joven andaluz de ojos claros y cabello y barba rubios, entró con un
portafolios.
-Tenemos los
resultados... -dejó descansar el portafolios en horizontal sobre la sábana
bajera arrugada-. Los niveles de hemoglobina son bajos y hay déficit de hierro.
Tener anemia es normal en su estado. Es importante seguir una dieta variada y
equilibrada, rica en hierro... La carne, las legumbres, los huevos le aportará
la proporción óptima para favorecer niveles saludables -consultó el
portafolios-. El malestar, el sueño y las náusias son habituales en los
primeros dos o tres meses. Los mareos son consecuencia de una mala
alimentación.
-¿Estoy incubando algún virus o bacteria?
-¿Estoy incubando algún virus o bacteria?
El joven de la bata blanca y rizos
cortos sonrió extrañado.
-Está gestando un bebé -miró a Daniel un
segundo antes de volver a prestarme atención-. Van a ser padres.
Daniel arqueó las
cejas en perfecta sincronía y se dio media vuelta mesándose bigote y barba con
el pulgar y el índice de la mano, repetidas veces. Luego soltó una carcajada
que reflejaba el estupor.
-Pueden marcharse a casa -firmó el
informe, lo extrajo de la carpeta y se lo dio a Daniel-. Cuídese.
A solas otra vez, Daniel seguía sonriendo incrédulo y yo me quedé en estado hipnótico. Embarazaba. Iba a tener un hijo del hombre al que había tirado por el balcón sin querer... Un descuido con consecuencias que no podía valorar.
A solas otra vez, Daniel seguía sonriendo incrédulo y yo me quedé en estado hipnótico. Embarazaba. Iba a tener un hijo del hombre al que había tirado por el balcón sin querer... Un descuido con consecuencias que no podía valorar.
-Enhorabuena madre. Has ascendido en la jerarquía eclesiástica.