domingo, 20 de febrero de 2022

48. El eclipse


    Vivir en Madrid no me disgusta.
    A las dos semanas de instalarme en la capital, con las aguas turbias en aparente calma, recobré la determinación con la que me armé para dejar el hábito y recuperar la vida a la que renuncié para proteger a quienes quiero de los mal ideados Van Heley, que no lograron empañar la felicidad de Siem al lado de Yani y del hijo de ambos. La decisión estaba tomada desde el primer día que pisé el suelo del convento, sin embargo, a medida que iba conociendo a las hermanas, en las muchas horas que pasábamos juntas, lamentaba engañarlas fingiendo una fe que no existía y temí defraudarlas con mi marcha. No me juzgaron, aceptaron que mi camino era otro; que me había equivocado.

    Añoro el sillón celeste de casa en Haarlemmermeer que coloqué delante de la ventana que da al pequeño jardín que precede la entrada, donde me sentaba a leer los manuscritos que me encargaban traducir. Lo encontré buscando muebles por internet para decorar mi hogar con un estilo eclético. En un instante decidí que formaría parte de mi rincón favorito.
    Los días que había estado recorriendo Madrid con Leonardo al volante me habían valido para despejarme y retomar la traducción de las memorias convencida de que no se trataba de un trabajo más, sino del pretexto de una persona anónima, ignoraba hasta qué punto ajena a mí, para que conociera la existencia de mi familia, a través de Cintia. Finalizar el encargo tal vez era clave para que esa persona que estaba interesada en extraerme del oscurantismo, desvelara su identidad y completara el resto de la historia. El primer paso estaba dado, el segundo me correspondía darlo a mí.
    Desde la distancia divisé a Alonso Quijano y Claudio Isasi charlando animadamente delante del escaparate de El hidalgo. Ambos llevaban tantos años en el barrio, que el grado de cordialidad que advertí entre ellos, solo podía obedecer a una amistad forjada a lo largo del tiempo en múltiples conversaciones.
    El profesor de filosofía desvió la cabeza en mi dirección, me atisbó con un pie dentro del hostal, al que llegaba a la hora de la comida, y me hizo una señal con la mano para que me acercara a ellos. Crucé la calle y recorrí los escasos cien metros que nos distanciaban. El librero se alegró de verme.
    -Las noches en el hostal son tan silenciosas que a veces pienso que soy el único huésped de Cándida. Me complace que tu presencia corrobore que estoy equivocado.
    Me guiñó un ojo. Imaginé a un Isasi adolescente, más interesado en nutrirse intelectualmente que en causar en el género opuesto algún tipo de estímulo que derivase en un acercamiento social. No había seguido su sugerencia de observar mis inquietudes como si fuesen foráneas, pero lo cierto es que centrarme en esclarecer los misterios que me rodeaban había ahuyentado las pesadillas. Me costaba menos conciliar el sueño y las horas que dormía, descansaba. El profesor no se equivocaba en su planteamiento.
    -¿Qué tal va la traducción?
            Alonso también utilizó un tono cómplice para preguntarme soterradamente si había novedades respecto al anónimo. Ambos dábamos por hecho que el manuscrito era el vehículo que me conduciría hacia mis orígenenes.
    -Avanzando poco a poco.
    -De los pasos firmes se obtienen laureles.
    Alonso no me guiñó el ojo, movió la cabeza varia veces afirmativamente convencido. Tenía una voz melodiosa, perfecta para narrar cuentos y leyendas entorno a una hoguera, o delante de una chimenea en una habitación con la luz apagada.    
    -Departíamos sobre cuál es el punto más apropiado para divisar en todo su esplendor el eclipse de luna que se producirá al atardecer -Claudio se mesó la barba con los dedos, reflexivo-. Mi buen amigo cree que desde cualquier punto alto fuera de la ciudad, sin embargo, en mi opinión bastaría con alejarse de la urbe lo suficiente hasta dejar atrás la polución que invade la atmósfera.
    -A mayor altitud, mayor visibilidad -apostilló Quijano- ¿para ti cuál es el lugar idóneo?
    A mi mente acudió un grato recuerdo. Sonreí nostálgica.
    -Una vez vi un eclipse de luna en el claro de un bosque en Almere. Cuando oscureció al interponerse la tierra entre el sol y la luna, los animales diurnos dejaron de oírse pasándole el testigo a los nocturnos. Incluso percibimos que el olor a pino y abeto se acentuaba. Fue fascinante.
    Vacaciones de verano, aún estudiaba la carrera y colaboraba con la Asociación St. Johannes. Siem sugirió que fuésemos a la zona boscosa de der onverzettelijken para contemplar desde allí el eclipse del que desde hacía un par de días se hablaba en los medios de comunicación. Diantha y algunos amigos nos acompañaron.
    -¿Eso fue antes o después de interesarte por la vida contemplativa? -de la librería salió Daniel con una caja de herramientas seguido por Sofía-. No me mires como si te apeteciera rodearme el cuello con las manos ejerciendo presión con los dedos... -me leyó el pensamiento-. La edad es un factor determinante que regula la intensidad de las emociones.
    -La sensibilidad es otro componente a tener en cuenta, aunque quienes carecen de ella no le den importancia y a menudo la obvien.
aAlonso, Claudio y Sofía nos miraron a uno y otro desconcertados por la diatriba.
a-Ven con nosotros esta tarde -Sofía se dirigió a mi emocionada-. Saldremos sobre las seis -miró a Claudio y Daniel buscando la confirmación de la hora.
    -Creo que no...
    -No puedes rechazar un ofrecimiento tan tentador como pasar tiempo con una encantadora estudiante, un profesor utópico y un policía considerado -Daniel me interrumpió pasando por delante de mí para ponerse a mi lado -a los tres nos gustará disfrutar de tu compañía.
    Usó el sarcasmo como arma arrojadiza contra mí. Miré a Sofía atenta a las cuitas entre el policía y la traductora. Alonso y Claudio también nos observaron con curiosidad.
    -Creo que no... se me ocurre mejor forma de pasar la tarde.
   Clavé unos ojos inquisidores en el sujeto cuya profesión le obligaba a llevar uniforme y arma de fuego. 
    -Buena elección, amiga- Claudio se balanceó sobre sus pies.
    -Nos vemos -Daniel se despidió de nosotros y se encaminó hacia el hostal con paso firme. Me aventaja en seguridad sobre sí mismo y aplomo. Si mostrara algún tipo de titubeo que le asemejara a un ser humano con debilidades, su presencia no me resultaría una amenaza. Con o sin uniforme me ponía nerviosa y extremaba precauciones en un ejercicio de contención verbal para que nada de lo que dijera le resultara sospechoso y empezara a indagar sobre mí.
    Esa tarde no comió con Cándida.

NOTAS DE INTERÉS

Bos der Onverzetlijken: parque y a su voz monumento a los caídos de la resistencia contra Alemania. Cada árbol representa a un miembro que dio su vida en la Segunda Guerra Mundial.

   

1 comentario:

  1. Historia de amor... aunque terminara un tanto
    accidentada. No debes responsabilizarte por ello, Jenkin ya no era quien pensabas.

    Un beso.

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