A las dos semanas de instalarme en la capital, con las aguas
turbias en aparente calma, recobré la determinación con la que me armé para
dejar el hábito y recuperar la vida a la que renuncié para proteger a quienes quiero de los mal
ideados Van Heley, que no lograron empañar la felicidad de Siem al lado de Yani
y del hijo de ambos. La decisión estaba tomada desde el primer día que
pisé el suelo del convento, sin embargo, a medida que iba conociendo a las
hermanas, en las muchas horas que pasábamos juntas, lamentaba engañarlas
fingiendo una fe que no existía y temí defraudarlas con mi marcha. No me
juzgaron, aceptaron que mi camino era otro; que me había equivocado.
Añoro el sillón celeste de casa en Haarlemmermeer que
coloqué delante de la ventana que da al pequeño jardín que precede la entrada,
donde me sentaba a leer los manuscritos que me encargaban traducir. Lo encontré
buscando muebles por internet para decorar mi hogar con un estilo eclético. En
un instante decidí que formaría parte de mi rincón favorito.
Los días que había estado recorriendo Madrid con Leonardo al
volante me habían valido para
despejarme y retomar la traducción de las
memorias convencida de que no se trataba de un trabajo más, sino del pretexto
de una persona anónima, ignoraba hasta qué punto ajena a mí, para que conociera la existencia de mi familia, a
través de Cintia. Finalizar el encargo tal vez era clave para que esa
persona que estaba interesada en extraerme del oscurantismo, desvelara su identidad y completara el resto de la
historia. El primer
paso estaba dado, el segundo me correspondía darlo a mí.
Desde la distancia divisé a Alonso Quijano y Claudio
Isasi charlando animadamente delante del escaparate de El hidalgo.
Ambos llevaban tantos años en el barrio, que el grado de cordialidad que advertí
entre ellos, solo podía obedecer a una amistad forjada a lo largo del tiempo en múltiples
conversaciones.
El profesor de filosofía desvió la
cabeza en mi dirección, me atisbó con un pie dentro del hostal, al que llegaba a la hora de la comida, y me hizo una señal con la
mano para que me acercara a ellos. Crucé la calle y recorrí los escasos cien
metros que nos distanciaban. El librero se alegró de verme.
-Las noches en el hostal son tan
silenciosas que a veces pienso que soy el único huésped de Cándida. Me complace
que tu presencia corrobore que estoy equivocado.
Me guiñó un ojo. Imaginé a un Isasi
adolescente, más interesado en nutrirse intelectualmente que en causar en el
género opuesto algún tipo de estímulo que derivase en un acercamiento social.
No había seguido su sugerencia de observar mis inquietudes como si fuesen foráneas,
pero lo cierto es que centrarme en esclarecer los misterios que me rodeaban había ahuyentado las pesadillas. Me costaba menos conciliar el sueño
y las horas que dormía, descansaba. El profesor no se equivocaba en su
planteamiento.
-¿Qué tal va la traducción?
Alonso también utilizó un tono cómplice
para preguntarme soterradamente si había novedades respecto al anónimo. Ambos
dábamos por hecho que el manuscrito era el vehículo que me conduciría hacia mis orígenenes.
-Avanzando poco a poco.
-De los pasos firmes se obtienen
laureles.
Alonso no me guiñó el ojo, movió la
cabeza varia veces afirmativamente convencido. Tenía una voz melodiosa, perfecta para narrar cuentos y leyendas entorno a una
hoguera, o delante de una
chimenea en una habitación con la luz apagada.
-Departíamos sobre cuál es el punto más
apropiado para divisar en todo su esplendor el eclipse de luna que se producirá
al atardecer -Claudio se mesó la barba con los dedos, reflexivo-. Mi buen amigo
cree que desde cualquier punto alto fuera de la ciudad, sin embargo, en mi
opinión bastaría con alejarse de la urbe lo suficiente hasta dejar atrás la
polución que invade la atmósfera.
-A mayor altitud, mayor visibilidad
-apostilló Quijano- ¿para ti cuál es el lugar idóneo?
A mi mente acudió un grato recuerdo. Sonreí
nostálgica.
-Una vez vi un eclipse de
luna en el claro de un bosque en Almere. Cuando oscureció al
interponerse la tierra entre el sol y la luna, los animales diurnos dejaron de
oírse pasándole el testigo a los nocturnos. Incluso percibimos que el olor
a pino y abeto se acentuaba. Fue fascinante.
Vacaciones de verano, aún estudiaba la
carrera y colaboraba con la Asociación St. Johannes. Siem sugirió que
fuésemos a la zona boscosa de der onverzettelijken para
contemplar desde allí el eclipse del que desde hacía un par de días se hablaba
en los medios de comunicación. Diantha y algunos amigos nos acompañaron.
-¿Eso fue antes o después de interesarte
por la vida contemplativa? -de la librería salió Daniel con una caja de
herramientas seguido por Sofía-. No me mires como si te apeteciera rodearme el
cuello con las manos ejerciendo presión con los dedos... -me leyó el pensamiento-. La edad es un factor
determinante que regula la intensidad de las emociones.
-La sensibilidad es otro componente a
tener en cuenta, aunque quienes carecen de ella no le den importancia y a
menudo la obvien.
aAlonso, Claudio y Sofía nos miraron a
uno y otro desconcertados por
la diatriba.
a-Ven con nosotros esta tarde -Sofía se
dirigió a mi emocionada-. Saldremos sobre las seis -miró a Claudio y Daniel
buscando la confirmación de la hora.
-Creo que no...
-No puedes rechazar un ofrecimiento tan
tentador como pasar tiempo con una encantadora estudiante, un profesor utópico
y un policía considerado -Daniel me interrumpió pasando por delante de mí para
ponerse a mi lado -a los tres nos gustará disfrutar de tu compañía.
Usó el sarcasmo como arma arrojadiza
contra mí. Miré a Sofía atenta a las
cuitas entre el policía y la traductora. Alonso y Claudio también nos observaron
con curiosidad.
-Creo que no... se me ocurre mejor forma
de pasar la tarde.
Clavé unos ojos inquisidores en el
sujeto cuya profesión le obligaba a llevar uniforme y arma de fuego.
-Buena elección, amiga- Claudio se
balanceó sobre sus pies.
-Nos vemos -Daniel se despidió de
nosotros y se encaminó hacia el hostal con paso firme. Me aventaja en seguridad
sobre sí mismo y aplomo. Si mostrara algún tipo de titubeo que le asemejara a
un ser humano con debilidades, su presencia no me resultaría una amenaza. Con o
sin uniforme me ponía nerviosa y extremaba precauciones en un ejercicio de
contención verbal para que nada de lo que dijera le resultara sospechoso y
empezara a indagar sobre mí.
Esa tarde no comió con Cándida.
NOTAS DE INTERÉS
Bos der Onverzetlijken: parque y a su voz monumento a los caídos de la resistencia contra Alemania. Cada árbol representa a un miembro que dio su vida en la Segunda Guerra Mundial.