sábado, 29 de enero de 2022

46. A propósito



    Cándida tiene tres hijos.  
    La mayor, María, es abogada y trabaja en la embajada de España en Bruselas, donde vive con su marido, oriundo del país y sus dos hijos de seis y ocho años. El menor, Alberto, vive en Barcelona con su novia y es diseñador gráfico en una agencia publicitaria. En el retrato enmarcado que la madre me mostró y que cogió del armario del comedor donde cada miembro de la familia tiene su propio espacio en la balda, el parecido con Daniel era innegable, salvo que el benjamín tiene rasgos aniñados y menos pelo cubriendo una piel imberbe. El mediano de los hermanos posaba abrigado hasta el cuello rodeado de nieve, sonriente y con un ojo cerrado para protegerse de la luz solar que le caía sobre esa zona de la cara. Me pareció simpático... hasta que recordé su profesión.
    -Te voy a enseñar algo que él no querría que viera nadie.
    Cándida bajó el tono de la voz como si alguien más pudiera oírla.
    Después de la comida le había ayudado a recoger la cocina y nos habíamos entretenido hablando sobre un marco que estaba restaurando para regalárselo a Trini en su cumpleaños con una foto sepia de las dos amigas poco antes de ser madres ambas. Me enseñó otros marcos a los que les había dado su toque personal, repartidos entre las paredes del salón inmortalizando instantes familiares.
    Abrió el segundo cajón del mueble del comedor, levantó dos mantelerías bordadas y de debajo de ellas sacó una fotografía de Daniel con una chica de melena castaña y lisa hasta los hombros unidos ambos por la mejilla. Cuando me la entregó, el papel me quemó los dedos. El policía tenía un aire relajado y encantador, desconocido hasta ese momento y parecía feliz al lado de chica, que Cándida me confirmó a continuación había sido su novia.
    -Mi hijo no sabe que la conservo. Estuvieron juntos diez años -el tono confidencial que usó, al borde del susurro me mantuvo en vilo-. Hace un par de años lo dejaron sin que mi hijo me constase que había pasado. Solo me dijo que se mudaba del piso que compartían porque habían roto -suspiró apenada-. Ella, Silvia no me volvió a coger el teléfono más. Para era parte de la familia, como los son mi Philippe y mi Judith, pero algo gordo tuvo que pasar entre ellos... ¿Quieres un chicle? -negué con la cabeza. Le devolví la foto. Sostuvo la mirada sobre la pareja un rato y se metió un par de grageas en la boca. Después la guardó con cuidado boca abajo-. Tiene amigas con las que va y viene, es joven, no puede vivir encerrado porque una relación haya ido mal, pero si le pregunto si hay alguna chica que le guste más que otra, responde que con una vez tuvo bastante... -me miró resignada-. Una pena. Las madres queremos que los hijos tengan compañía, que no estén solos, como yo. La soledad puede ser muy triste, ya lo creo que sí -reflexionó en voz alta-, pero si Daniel cree que con encuentros de aquí te pillo, aquí te mato, está bien, no tengo nada que decir...
    Entendí la preocupación de una madre respecto a la inestabilidad sentimental de un hijo y aunque no lo manifestó abiertamente, que Daniel tuviera relaciones esporádicas le confirmaba que su hijo no estaba satisfecho con su vida solitaria, de lo contrario no buscaría calor femenino asíduamente, y que fuera debido a algún tipo de adicción a las prácticas con el género contrario, estaba descartado. Daniel enmascaraba su verdadero deseo deshaciéndose entre suspiros y agua salada.
    -Cuéntame, ¿antes de hacerte monja has tenido novio? - me cogió la muñeca para guiarme hasta el sofá donde nos sentamos, al otro lado del comedor-, porque supongo que después de haber estado casada con dios no hay pretendiente que esté a la altura... -si hubiera sabido que no fui monja vocacional sino ocasional y que mi vacío interior lo copaba días antes Jenkin, que era el parche que tapaba mi soledad, seguramente no se hubiera sorprendido. Me apretó otra vez la muñeca-... ¡a propósito! ¿El taxista viene mañana...? Parece buen hombre pero habla por cien... ¡Qué forma de matar el tiempo!
    Sonreí, más que aliviada por no tener que responder preguntas sobre mi vida sentimental, divertida por el cambio radical de tema.
    -Puntual como un reloj. 
    Cándida se mesó el pelo con coquetería, a propósito.


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