¿Qué podía hacer
en una situación tan comprometedora e incómoda como aquella? Salir corriendo.
La
mesa la ocupábamos, frente a mí, Godelieve con un elegante vestido azul marino
de seda abotonado hasta la cintura por cinco botones cubiertos del mismo
tejido, complementando el atuendo un conjunto de collar y pendiente
de perlas, presente del notario en la formalización de su compromiso; Huub con
un traje gris oscuro y corbata azul sobre traje beige con camisa blanca y
estorbando en la silla de mi derecha, Niek había elegido para la ocasión un
traje beige con camisa celeste y corbata rosa. Se sumó a nosotros poco después
de que nos sentáramos a la mesa que los Van Heley habían reservado para celebrar mi licenciatura en filología
hispánica.
Godelieve me llamó al mediodía para
comunicarme que por la noche cenaríamos fuera de casa. Me sorprendió la
invitación porque era la primera vez que cenábamos en un restaurante juntos y porque ninguno de mis
logros académicos había suscitado algarabía en el pasado en sus duros corazones o les había enorgullecido, aun teniendo un expediente de matrícula de honor
en el St. Liselot. Los Van Heley consideraban que mi obligación era
ser una estudiante brillante, dado el dinero que invertían en mi educación.
-No es la carrera que hubiéramos
preferido para ti, habiendo otras más adecuadas a tu preparación y capacidades,
pero tu abuelo y yo valoramos el esfuerzo que has hecho en el último año, sobre
todo, después del desafortunado accidente -percibí su respiración resignada al
otro lado de la línea. Lo que ella rebautizaba como accidente era un atropello
deliberado ejecutado por la hermana de su admirado Niek-. A las seis te esperamos en casa. Desde aquí
partiremos al restaurante... Procura elegir una vestimenta apropiada para un
lugar refinado.
El color negro por excelencia está
asociado a la elegancia y es el que escogí para un vestido entallado con líneas
blancas horizontales en la pechera. Mientras me vestía no caí que la
advertencia de la heredera textil sobre la indumentaria no era casual, como
tampoco lo es que describa la ropa que nos cubrían aquella noche. Detrás de la
supuesta celebración se ocultaba un acto solemne del que no sospeché pese a que
los tres comensales que me acompañaban se comportaron conmigo con una
cordialidad y cercanía desaforada.
-Deberías haberte hecho un recogido. El
cabello suelto no te favorece.
El saludo de Godelieve al
verme fue un reproche.
-Exhibir la desnudez del
cuello podría considerarse un acto indecoroso, lo contrario a la sobriedad con
la que me habéis educado -proferí.
El restaurante era el que los Van Heley
frecuentaba en comidas o cenas con sus amistades. Un lugar de una sobriedad desbordante ambientado en el
siglo pasado, con pesadas cortinas burdeos bordeadas de flecos y borlas doradas.
Los manteles eran de hilo blanco con una década de historias por contar.
Inspeccionaba la decoración sentada a la mesa, sin que los Van Heley tuvieran
conversación con la que distraerme, cuando la entrada de Niek me hizo removerme
incómoda en la silla. Huub se apercibió del viraje de mi semblante, giró la
cabeza hacia el punto al que miraba y sonrió complacido. Antes de sentarse
a mi lado, abrazó a Huub dándole varias palmadas en la espalda, besó a
Godelieve alabando su elegancia y lo mismo hubiera hecho conmigo de haberme
levantado para saludarle, como dictaba el protocolo de las buenas maneras de los Van Heley. Me limité a
asentir con la cabeza en un saludo desdeñoso que Godelieve me afeó,
aniquilándome con sus ojos grisáceos.
-Esta noche estás especialmente preciosa
-posó sus dos estalactitas azules sobre mí esgrimiendo una sonrisa. Me entró frío al instante.
-Las frases hechas son recurrentes, sin embargo carecen de solidez y veracidad argumental, sobre todo cuando no se tiene nada importante que decir, ¿no estás de acuerdo conmigo? -apostillé.
Niek rió con la mandíbula desencajada recolocándose el cuello de
la chaqueta; Godelieve abrió la carta y Huub la imitó carraspeando. Tardaron
segundos en elogiar los platos que habían probado otras veces, recomendando a
Niek sus preferidos.
Después de que mi rodilla repartiera justicia en la entrepierna de Niek la tarde que se abalanzó
sobre mí, sus visitas a la casa de los Van Heley dejaron de ser frecuentes y
las dos o tres veces que coincidimos en el mismo espacio fueron de tránsito
hacia alguna parte. El atropello intencionado que sufrí, provocado por su
hermana, volvió a perturbar la paz que sentía sabiéndole lejos de mi presencia.
Me visitó varias veces en el hospital. La primera de ellas para pedirme que
disculpara a Heleentje por lo acaecido y convencerme de que había perdido el
control del coche y que desde entonces estaba en tratamiento farmacológico para
paliar el cuadro agudo de ansiedad que presentaba. Estuve a punto de
echarme a reír oyendo sus lamentaciones, postrada en una cama sin poder moverme
con la pierna derecha inmovilizada hasta la rodilla.
La petición de Godelieve fue menos entreverada que
la de Van der Berg, y la hizo mientras salía de la anestesia tras la
intervención que tuvieron que practicarme con carácter urgente.
-Heleentje está muy arrepentida por no
haber podido evitar el accidente, ocasionándote lesiones de las que te
recuperarás con perseverancia y paciencia, sin embargo ella pagará su
penitencia el resto de la vida -hizo una pausa resignada- Si la denuncias cargarás sobre su espalda más peso
del que puede soportar en el estado delicado de salud que atraviesa. Contribuir
a que se agravie su situación no te reportará más que desasosiego el día de
mañana, cuando recapacites y te des cuenta de lo injusta que fuiste al dejarte
llevar por el furor del momento. El perdón nos humaniza, tenlo presente.
La cena fue tensa pese a los esfuerzos
de los Van Heley por crear un clima distendido en el que
participó Niek, obviando mis desaires, o anotándoselos mentalmente para
cobrárselos algún día.
Llegaron los postres. En casa nunca los
tomábamos, el único azúcar que ingeríamos era el de la fruta que comíamos.
Godelieve no era una abuela al uso, no hacía galletas, ni pasteles ni compartía
ratos con su nieta en la cocina elaborando recetas que nos hubieran unido y
convertido en una familia normal, en lugar de en extrañas. Sentí alivio cuando
el camarero sirvió los appeltaart para
los comensales compinchados y el tompouce para mí, porque era
indicio de que la cena estaba tocando a su fin.
Niek giró medio cuerpo hacia mi introduciendo una mano en el bolsillo de la chaqueta
donde aprecié un bulto sospechoso. El esbozo de sonrisa de los Van Heley me puso en alerta. No
hizo falta que Niek sacara la cajita de terciopelo marengo para entender lo que
estaba a punto de pasar. La licenciatura era el pretexto.
-Aprecio y admiro a tus abuelos a los
que me une una amistad honesta- los miró buscando el beneplácito a lo que ambos
respondieron asintiendo con la cabeza y una modesta sonrisa en los labios-. Por
esto quería decirte delante de ellos que ocupas un lugar muy importante en mi
corazón desde hace tiempo y que mis pensamientos llevan tu nombre -faltó poco para que le escupiera el tompouce
encima. Ganas no me faltaron -Es posible que nos
conozcamos lo suficiente porque apenas hemos compartido tiempo juntos, pero en mi
afán está cambiar la forma en que nos hemos relacionado hasta ahora -suspiró.
Los jugos gástricos se me elevaron hasta la boca. Me los tragué dejando la
cuchara en el plato con el postre a medio terminar-. No te pediría esto si no
estuviera convencido de que algún día sentirás lo mismo que siento por ti.
Démonos la oportunidad de ser felices juntos -Abrió la cajita con un gesto
ensayado, desvelando el contenido: un anillo de oro blanco con un diamante en
forma de corazón en el centro.
Fui el centro de atención en el silencio
que siguió a la escena.
-Si me disculpáis… la velada ha
terminado. Buenas noches.
Me levanté dejándoles sin palabras.
NOTAS DE INTERÉS:
Appeltaart: tarta de manzana.
Tompouce: masa de hojaldre relleno de crema y glaseado
rosa por encima.
Leonardo me produce mucha ternura. Seguro que es como un osito de peluche.
ResponderEliminarUn beso.
Lo es.
ResponderEliminarUn bonachón sin discusión.
Un beso.
Sancha.