-No soy quien cree -sentencié. Mi parecido con Cintia no ayudaba en exceso a insuflarle veracidad a la
afirmación-. Aquella mañana en el aeropuerto pensó que recogía a mi hermana, a
la que conoció hace unos años. Somos gemelas... Sospecho que ella no sabe que
existo ni mis padres que vivo -escuchaba atento, concentrado en cada sílaba
pronunciada para situarla dentro de un contexto-. He leído en sus memorias, las
que Cintia escribió en la cárcel en la que ha cumplido condena acusada de intentar deshacerse de su marido, que
recurrió a sus servicios para seguir a una de las empleadas de la mansión donde
vivía, amante y cómplice de a la vez su amante, con quien planeó
robarle un huevo a su esposo - los ojos de Popucho aumentaron de tamaño y las
cejas se arquearon-. No malinterprete mis palabras, no querían usurparle una
gónada, sino una joya muy valiosa... Un Fabergé -cesó el
pestañeo y fui consciente de que me miraba sin verme. Había entrado en trance-. Sé que esos días de persecución y espera
dentro del coche, usted y mi hermana afianzaron una complicidad por la que se
recordaran con afecto y nostalgia. Hasta ayer, cuando vi la tarjeta que me
entregó al dejarme en el hostal, no comprendí que su comportamiento ese día era
menos extraño de lo que me pareció. Le confieso que además de incomodarme la
forma en que me observó, también sentí miedo. Acababa de llegar a España y mi
primer contacto con otra persona fue con usted que me miraba como si ya nos
conociéramos, lo que para mí entonces era inconcebible. Mi hermana no se
hubiera mostrado distante, mi frialdad le decepcionó y puede que incluso le
doliera la indiferencia con la que le traté. Lamento que mi actitud afectara a
su ánimo. Ignoraba que tenía una familia, mucho menos una hermana idéntica a
mí.
Le concedí unos minutos para que procesara
la información mientras me tomaba el café a pequeños sorbos. Estaba
destemplada, el líquido marrón clarito me reconfortó. Popucho tardó unos minutos más en volver en si y lo
hizo oyéndome llamarle en voz baja.
Recobrados los sentidos me miró indolente.
-Beba café, aún está un poco caliente o
si lo prefiere le pido otro.
Me afané en buscar a un camarero que nos
atendiera, pero desistí del empeño al ver que Popucho reaccionaba poniendo las manos de
regordetes dedos sobre la taza y vaciándola de un solo trago para despabilarse.
Se limpió el bajo del bigote con una servilleta que luego transformó en una
bolita de papel entre sus dedos.
Su mirada expectante me instó a que
continuara una vez estuvo rehecho de lo que había oído hasta ese minuto.
-Me parecía oportuno desvelarle mi
identidad antes de pedirle un favor. Sería de vital importancia que me ayudara
y le estaría agradecida.
-¿Qué escribió de mí su hermana en esas
memorias que ha mencionado?
Sonreí relajada. La impresión que tuvo
Cintia al conocerlo, es que es muy dicharachero y que
tiene la peculiar capacidad de llenar el silencio de palabras. En las jornadas
maratonianas que compartieron en el coche, le tomó afecto, y si Cintia,
superficial por naturaleza, tenga esa clase de sentimiento hacia un
desconocido, es porque estaba delante de una gran persona.
-Le considera un hombre aventurero que
se apunta a un bombardeo.
Debajo del abundante bigote atisbé una
amplia sonrisa de gratitud.
-Cuente conmigo.
-Aún no le he contado que...
-No perdamos tiempo.
Cuando leía que Niek apareció en el restaurante, algo imaginé sobre las intenciones.
ResponderEliminarTu reacción hubiera sido la mía.
Un beso.
El tompouce se me atragantó.
ResponderEliminarUn beso.
Sancha.