sábado, 8 de enero de 2022

42. Origen

 


Catatónico. Esa es la acepción que definía, sin margen de error, el estado en que el taxista se sumió cuando terminé de contarle todo delante del café al que le invité en El Temple.
    -No soy quien cree -sentencié. Mi parecido con Cintia no ayudaba en exceso a insuflarle veracidad a la afirmación-. Aquella mañana en el aeropuerto pensó que recogía a mi hermana, a la que conoció hace unos años. Somos gemelas... Sospecho que ella no sabe que existo ni mis padres que vivo -escuchaba atento, concentrado en cada sílaba pronunciada para situarla dentro de un contexto-. He leído en sus memorias, las que Cintia escribió en la cárcel en la que ha cumplido condena acusada de intentar deshacerse de su marido, que recurrió a sus servicios para seguir a una de las empleadas de la mansión donde vivía,  amante y cómplice de a la vez su amante, con quien planeó robarle un huevo a su esposo - los ojos de Popucho aumentaron de tamaño y las cejas se arquearon-. No malinterprete mis palabras, no querían usurparle una gónada, sino una joya muy valiosa... Un Fabergé -cesó el pestañeo y fui consciente de que me miraba sin verme. Había entrado en trance-. Sé que esos días de persecución y espera dentro del coche, usted y mi hermana afianzaron una complicidad por la que se recordaran con afecto y nostalgia. Hasta ayer, cuando vi la tarjeta que me entregó al dejarme en el hostal, no comprendí que su comportamiento ese día era menos extraño de lo que me pareció. Le confieso que además de incomodarme la forma en que me observó, también sentí miedo. Acababa de llegar a España y mi primer contacto con otra persona fue con usted que me miraba como si ya nos conociéramos, lo que para mí entonces era inconcebible. Mi hermana no se hubiera mostrado distante, mi frialdad le decepcionó y puede que incluso le doliera la indiferencia con la que le traté. Lamento que mi actitud afectara a su ánimo. Ignoraba que tenía una familia, mucho menos una hermana idéntica a mí.
    Le concedí unos minutos para que procesara la información mientras me tomaba el café a pequeños sorbos. Estaba destemplada, el líquido marrón clarito me reconfortó. Popucho tardó unos minutos más en volver en si y lo hizo oyéndome llamarle en voz baja.
    Recobrados los sentidos me miró indolente.
    -Beba café, aún está un poco caliente o si lo prefiere le pido otro.
    Me afané en buscar a un camarero que nos atendiera, pero desistí del empeño al ver que Popucho reaccionaba poniendo las manos de regordetes dedos sobre la taza y vaciándola de un solo trago para despabilarse. Se limpió el bajo del bigote con una servilleta que luego transformó en una bolita de papel entre sus dedos.
    Su mirada expectante me instó a que continuara una vez estuvo rehecho de lo que había oído hasta ese minuto.
    -Me parecía oportuno desvelarle mi identidad antes de pedirle un favor. Sería de vital importancia que me ayudara y le estaría agradecida.
      -¿Qué escribió de mí su hermana en esas memorias que ha mencionado?
    Sonreí relajada. La impresión que tuvo Cintia al conocerlo, es que es muy dicharachero y que tiene la peculiar capacidad de llenar el silencio de palabras. En las jornadas maratonianas que compartieron en el coche, le tomó afecto, y si Cintia, superficial por naturaleza, tenga esa clase de sentimiento hacia un desconocido, es porque estaba delante de una gran persona. 
    -Le considera un hombre aventurero que se apunta a un bombardeo.
    Debajo del abundante bigote atisbé una amplia sonrisa de gratitud.
    -Cuente conmigo.
    -Aún no le he contado que...
    -No perdamos tiempo.

 

2 comentarios:

  1. Cuando leía que Niek apareció en el restaurante, algo imaginé sobre las intenciones.
    Tu reacción hubiera sido la mía.

    Un beso.

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