Nos enamoramos, cuando lo hacemos de verdad y
no nos engañamos con ilusiones pasajeras que nos conducen a tomar decisiones
precipitadas y a comportarnos con la inmadurez propia de la adolescencia
marcando territorio con un exceso de afecto impostado aunque vistamos
sesenta años, de personas sin reparar en si son hombres o mujeres, y quienes
afirman categóricamente con prepotencia al borde de la ofensa ante la duda
sobre su tendencia, que nunca cansarían con su mismo sexo, subestiman su
capacidad de amar.
La relación de Siem y Yani ha hecho que
entienda que se puede amar con carencia de prejuicios adquiridos en un entorno
limitado de miras y a no temer querer sin más.
Sin más me enamoré de Jenkin; sin más
fui su amante y sin más me presté a ser cómplice de sus mentiras conformándome
con las migajas sobrantes que yo convertía
en hogaza de pan. Al cabo de los años me doy cuenta del tiempo que he perdido y
que después de la primera noche en la que me abandoné al amor en la habitación
de una casa rural de Leeuwarden donde pasamos un fin de semana, no debieron llegar más. La soledad
no es una enemiga, es una aliada... sin más.
En los meses de convalecencia tras la
operación de tibia y peroné, a veces delante de una taza de café, otras después
de una comida o cena, la paternidad empezó a copar parte de las conversaciones
que mantenía con Siem y Diantha, que se turnaban para cuidarme y pasaban gran
parte del tiempo que tenían libre en facilitarme la recuperación con su
presencia. Los Van Heley insistieron en que me quedara en una de las
habitaciones de la planta baja de su casa, a lo que me negué, intuyendo que el
ofrecimiento venía motivado por propiciar un acercamiento con Niek, que
aprovecharía la lesión que me había causado su hermana para cortejarme.
Siem y Yani querían ser padres y se habían planteado la gestión subrogada cuando decidieran si establecerían su domicilio en Londres o Almere. También habían barajado qué países, entre los pocos en que está permitida y regularizada esta técnica de reproducción asistida sería el adecuado para su objetivo. Era un proyecto a medio plazo que les ilusionaba y que me ilusionaba cuando surgía en la conversación.
A los veintiún años mis intereses eran
otros: licenciarme, encontrar trabajo e independizarme definitivamente
de los Van Heley. Posiblemente si hubiera conocido a la persona que desplazara
a Jenkin del lugar donde estaba anclado, me habría apetecido ser madre, pero no
imperaba un deseo fehaciente de que así fuera. Ni siquiera cuando estaba con
Jenkin destiné un pensamiento a la maternidad. Era secundario. A veces hasta
que no se dan la cosas, no nos damos cuenta de lo importante que son en
realidad para nosotros.
Oyendo hacer planes a mis amigos
sobre el futuro que querían compartir juntos y sobre lo mucho que les gustaría
ser padres, sentí el deseo de gestar a su hijo. Cuando lo mencioné durante una
comida en casa que habían preparado entre los tres, me miraron como si fuera
otra persona la que tomaba la palabra por mí. Cierto que había que salvar escollos legales que se prolongarían en el tiempo, pero quería albergar en mi interior el mayor deseo de mis amigos.
-¿Has pensado lo que has dicho? -arguyó Diantha
con un arenque a medio camino entre los dedos y la boca.
-No lo digo a la
ligera -setencié-. Vuestras caras os delatan... Pensáis, que cómo en el embarazo se
crea un poderoso vínculo entre madre e hijo, o eso tenéis entendido y me
suponéis una sensibilidad exacerbada, no podría renunciar al cariño del bebé
cuando naciera o que sufriría callando que además de ser su hogar durante treinta y
nueve semanas había participado activamente en su concepción con la donación de
un óvulo; que nuestra amistad se resentiría e incluso podría romperse por
diferencia en la educación del aún nonato en la que acabaría interviniendo
guiada por un instinto maternal incontrolable, y que la propuesta es
consecuencia de la locura, por mi bien esperáis que transitoria... pero si no
lo probamos, nunca sabremos qué pasaría y estaríais perdiendo una gestante que
pondría la misma ilusión que vosotros en el proyecto más importante de vuestras
vidas sin más interés que el de contribuir en haceros feliz.
No se inmutaron. Continuaron comiendo
como si nada.
-¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí?
-al cabo de un rato Diantha se pronunció
Siem y Yani consensuaron con la mirada.
-Por mi perfecto.
-Sin problema.
La asombrada fui yo.
Iba a ser madre... algún día.
No se me ocurre mejor forma de resumir tus cosas.
ResponderEliminarCreo que has hecho otro incondicional de por vida.
Un beso.
Lo es, sin duda.
ResponderEliminarUn beso.
Sancha.