domingo, 12 de diciembre de 2021

38. Pasado y presente


     En décimas de segundo todo cambia. Se puede experimentar una inmensa felicidad o el descenso vertiginoso hacia la fatalidad.
    Tenía una vida estable y equilibrada. El sueldo de media jornada de la biblioteca sumado a los ingresos que me reportaban las clases particulares que daba los fines de semana, cubrían los gastos del alquiler y manutención que adquirí al independizarme. No disponía de demasiado tiempo libre entre las horas que dedicaba al estudio y al trabajo, pero los escasos ratos que conseguía arrebatar al día, los disfrutaba tanto, que cualquier esfuerzo que hiciera para conservar la autonomía deseada merecía la pena. Contaba con la incondicional Diantha, que desde que nos asignaran la misma habitación en el St. Liselot a los cuatro años, éramos inseparables. Ella era el vínculo con el mundo real, el que los Van Heley se habían obstinado que no conociera por considerarlo tóxico para una naturaleza con taras como la mía. El apoyo de Siem también fue decisivo en esa época para aventurarme a vivir la vida idealizada desde niña. Me cobijó bajo su ala cuando empecé a colaborar con la asociación St. Johannes, al percibirme desvalida y perdida en un océano de incertidumbre. Se vio reflejado en mí años atrás y no quiso dejarme sola en los tiempos de cambios que se avecinaban.  Es otro de mis incondicionales. Él y Diantha son mi familia pese a no tener parentesco genético.

    Heleentje frustró mis proyectos pisando el acelerador deliberadamente. Zafia hasta la extenuación calculó la velocidad exacta a la que podía colisionar contra mí para tirarme al suelo sin matarme, aunque ganas no le faltaron, para que su maldad no la condenara a la sombra.
    El atardecer del atropello, una vieja historia de un pasado olvidado se repitió salvando algunos matices. Antje terminaba el turno en una hora. No debía estar en urgencias, trabajaba en planta. Su presencia delante del mostrador de admisiones se debía al favor que le estaba haciendo a una compañera que le había pedido que recogiera una documentación en su nombre.
    La camilla pasó por delante de ella, que al desviar la vista hacia el paciente que entraba procedente de la ambulancia emitió un sonido de horror parecido a un grito ahogado. Nos siguió a paso acelerado hasta la puerta corredera de entrada al servicio de emergencias.
    -¿Qué ha pasado? -inquirió al médico que me acompañaba junto al enfermero que me atendieron en la intersección de la calle  De Boelelaan con Van der Boechorststraat.
    -Un atropello. Posibles fracturas y traumatismo craneoencefálico.
    El semblante le cambió del horror pasó a la desazón en unos segundos.
  -Sancha -al pronunciar mi nombre las lágrimas corrieron por mis mejillas en racimos descontrolados. Lloraba de impotencia- Tranquila, estoy contigo.
    Como a los quince años cuando me operaron de apendicitis, no se separó de mi un instante, excediéndose una vez más en su cometido de enfermera, y repitiéndome hasta el cansancio que todo iba a salir bien con la voz tan débil que ni ella misma creía lo que decía.
    Mientras me exploraban, Antje un poco agazapada para no interferir en el trabajo de sus compañeros, movía los labios con la oreja pegada al móvil.
    Las radiografías eran claras: fractura de tibia y peroné. Se estimó que lo adecuado era operarme a la mañana siguiente. Se descartó el traumatismo craneoenfálico, aunque me mantendría en observación cuarenta y ocho horas para prevenir posibles complicaciones a causa del golpe recibido en la caída.
    
    Era media noche cuando el doctor Brouwer apareció con ropa deportiva en la habitación. Miró a su mujer, agradeciéndole en silencio que le llamara para informarle sobre el estado de una antigua paciente del St. Liselot. Me habían puesto un collarín y una férula en la pierna izquierda. Instintivamente me acarició el nacimiento del cabello varias veces. Noté un leve estremecimiento al contacto con su piel, como aquella otra vez en que me palpaba la ingle para determinar el origen del dolor que causaba la fiebre. Constaté que seguía enamorada como cuando era adolescente del mismo hombre y que los años en que no nos habíamos visto, habían servido para enmascarar mis sentimientos.
    -¿Cómo estás? ¿Tienes dolor? -desvió la atención un momento para leer el medicamento que me suministraban por vía intravenosa.
    -Un poco.
    De los hospitales que había en De Boelelaan el azar había elegido en el que trabajaban Jenkin y Antje. Las cosas siempre ocurren por alguna razón, aunque escape a nuestro entendimiento.
    Se cruzó de brazos sobre el pecho.
    -He hablado con el cirujano que te operará. Mañana serás la primera en entrar en quirófano -detectó temor en mis ojos-. No te preocupes... Es una intervención común en la que te pondrán un clavo endomedular... -sonrió al oírse pronunciar palabras propias del argot médico que para quienes no tengan nociones de medicina, son aparatosas-... los tecnicismos suenan muy mal... lo que harán será estabilizarte la fractura. La recuperación requiere de un tiempo prudencial, a lo sumo dos meses si todo va según lo previsto, -la dulzura con la que me habló me estremeció. Amaba a ese hombre- por eso a partir de la intervención, haz de la paciencia una aliada y disfrutarás de los pequeños progresos que experimentarás hasta recuperar la totalidad de la movilidad.
            Anjte se acercó sigilosa. Puso una mano sobre la cintura de Jenkin y la otra sobre el brazo. Sentí envidia de la complicidad adyacente entre ambos. Hubiera querido ser ella: la adorable Antje y vivir su vida sólo por compartirla con él. Aún no conocía bien a ninguno de los dos. 
            -¿Quieres que llame a alguien? ¿A tus abuelos?
            Negué con la cabeza.
            -Diantha.

2 comentarios:

  1. Como Diantha me hace mucha gracia tu vergüenza al fijarte en algunas partes de la anatomía masculina... ¿cuántos años tenías? ¿veinte?

    Beso.

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  2. Descubrí algunas cosas un poco tarde, pero las asimilé gustosamente. Viví aislada muchos años, cuando salí al mundo, mis ojos eran lo de un bebé. Una segunda infancia.

    Un beso.
    Sancha.

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