Tenía una vida
estable y equilibrada. El sueldo de media jornada de la biblioteca sumado a los ingresos que me reportaban las clases particulares que daba
los fines de semana, cubrían los gastos del alquiler y manutención que adquirí
al independizarme. No disponía de demasiado tiempo libre entre las horas que
dedicaba al estudio y al trabajo, pero los escasos ratos que conseguía arrebatar al día, los disfrutaba tanto, que cualquier
esfuerzo que hiciera para conservar la autonomía deseada merecía la pena.
Contaba con la incondicional Diantha, que desde que nos asignaran la misma
habitación en el St. Liselot a los cuatro años, éramos
inseparables. Ella era el vínculo con el mundo real, el que los Van Heley se
habían obstinado que no conociera por considerarlo tóxico para una naturaleza
con taras como la mía. El apoyo de Siem también fue decisivo en esa época para aventurarme a vivir la vida
idealizada desde niña. Me cobijó bajo su ala cuando empecé a colaborar con la
asociación St. Johannes, al percibirme desvalida y perdida en un
océano de incertidumbre. Se vio reflejado en mí años atrás y no quiso dejarme
sola en los tiempos de cambios que se avecinaban. Es otro de mis incondicionales. Él y Diantha son mi
familia pese a no tener parentesco genético.
Heleentje frustró mis proyectos pisando el acelerador deliberadamente.
Zafia hasta la extenuación calculó la velocidad exacta a la que podía
colisionar contra mí para tirarme al suelo sin matarme, aunque ganas no le
faltaron, para que su maldad no la condenara a la sombra.
El atardecer del atropello, una vieja historia de un pasado olvidado se repitió salvando algunos matices. Antje terminaba el turno en
una hora. No debía estar en urgencias, trabajaba en planta. Su presencia
delante del mostrador de admisiones se debía al favor que le estaba haciendo a
una compañera que le había pedido que recogiera una documentación en su nombre.
La camilla pasó por delante de ella, que
al desviar la vista hacia el paciente que entraba procedente de la ambulancia emitió un sonido de horror parecido a un grito ahogado.
Nos siguió a paso acelerado hasta la puerta corredera de entrada al servicio de
emergencias.
-¿Qué ha pasado? -inquirió al médico que me acompañaba junto al enfermero que me atendieron en la intersección de la calle De Boelelaan con Van der Boechorststraat.
-¿Qué ha pasado? -inquirió al médico que me acompañaba junto al enfermero que me atendieron en la intersección de la calle De Boelelaan con Van der Boechorststraat.
-Un atropello. Posibles fracturas y
traumatismo craneoencefálico.
El semblante le cambió del horror pasó
a la desazón en unos segundos.
-Sancha -al pronunciar mi nombre las
lágrimas corrieron por mis mejillas en racimos descontrolados. Lloraba de impotencia- Tranquila, estoy contigo.
Como a los quince años cuando me
operaron de apendicitis, no se separó de mi un instante, excediéndose una vez
más en su cometido de enfermera, y repitiéndome hasta el cansancio que todo iba a salir bien con la
voz tan débil que ni ella misma creía lo que decía.
Mientras me exploraban, Antje un poco
agazapada para no interferir en el trabajo de sus compañeros, movía los labios
con la oreja pegada al móvil.
Las radiografías eran claras: fractura de tibia y
peroné. Se estimó que lo adecuado era operarme a la mañana siguiente. Se
descartó el traumatismo craneoenfálico, aunque me mantendría en observación
cuarenta y ocho horas para prevenir posibles complicaciones a causa del golpe
recibido en la caída.
Era media noche cuando el doctor Brouwer
apareció con ropa deportiva en la habitación. Miró a su mujer,
agradeciéndole en silencio que le llamara para informarle sobre el estado de
una antigua paciente del St. Liselot.
Me habían puesto un collarín y una férula en la pierna izquierda.
Instintivamente me acarició el nacimiento del cabello varias veces. Noté un
leve estremecimiento al contacto con su piel, como aquella otra vez en que me
palpaba la ingle para determinar el
origen del dolor que causaba la fiebre. Constaté que seguía enamorada como cuando era
adolescente del mismo hombre y que los años en que no nos habíamos visto, habían servido para enmascarar mis sentimientos.
-¿Cómo estás? ¿Tienes dolor? -desvió la
atención un momento para leer el medicamento que me suministraban por vía intravenosa.
-Un poco.
De los hospitales que había en De
Boelelaan el azar había elegido en el que trabajaban Jenkin y Antje.
Las cosas siempre ocurren por alguna razón, aunque escape a nuestro
entendimiento.
Se cruzó de brazos sobre el pecho.
-He hablado con el cirujano que te
operará. Mañana serás la primera en entrar en quirófano -detectó temor en mis
ojos-. No te preocupes... Es una intervención común en la
que te pondrán un clavo endomedular... -sonrió al oírse pronunciar palabras
propias del argot médico que para quienes no tengan nociones de medicina, son aparatosas-... los
tecnicismos suenan muy mal... lo que harán será estabilizarte la fractura. La
recuperación requiere de un tiempo prudencial, a lo sumo dos meses si todo va
según lo previsto, -la dulzura con la
que me habló me estremeció. Amaba a ese hombre- por eso a partir de la intervención, haz de la
paciencia una aliada y disfrutarás de los pequeños progresos que experimentarás hasta recuperar la totalidad de la movilidad.
Anjte se acercó sigilosa. Puso una mano sobre la cintura de Jenkin y la otra sobre el brazo. Sentí envidia de la complicidad adyacente entre ambos. Hubiera querido ser ella: la adorable Antje y vivir su vida sólo por compartirla con él. Aún no conocía bien a ninguno de los dos.
-¿Quieres que llame a alguien? ¿A tus abuelos?
Negué con la cabeza.
-Diantha.
Anjte se acercó sigilosa. Puso una mano sobre la cintura de Jenkin y la otra sobre el brazo. Sentí envidia de la complicidad adyacente entre ambos. Hubiera querido ser ella: la adorable Antje y vivir su vida sólo por compartirla con él. Aún no conocía bien a ninguno de los dos.
-¿Quieres que llame a alguien? ¿A tus abuelos?
Negué con la cabeza.
-Diantha.
Como Diantha me hace mucha gracia tu vergüenza al fijarte en algunas partes de la anatomía masculina... ¿cuántos años tenías? ¿veinte?
ResponderEliminarBeso.
Descubrí algunas cosas un poco tarde, pero las asimilé gustosamente. Viví aislada muchos años, cuando salí al mundo, mis ojos eran lo de un bebé. Una segunda infancia.
ResponderEliminarUn beso.
Sancha.