El brillo en su mirada y la sonrisa insolente evidenciaron que iba a tener problemas.
Atravesé el claustro hacia el edificio de secundaria para ir a la habitación procedente del jardín, donde había estado leyendo sentada en uno de los bancos que franqueaba el camino de grava. Era una cálida tarde de domingo de mayo. En una hora las internas que habían pasado el fin de semana en sus casas, regresarían. A las siete todas debíamos tener el uniforme puesto para cenar a las siete y media. Los retrasos se penalizaban con horas de estudio en la biblioteca en el tiempo que disponíamos libro a lo largo del día.
-¿Es bueno el libro?
Interactuábamos si lo exigía una actividad o un trabajo en clase, el resto del tiempo nos ignorábamos y si quería hacer llegar a mis oídos algunos de sus hirientes comentarios, lo hacía en voz alta a sus cuatro adeptas, que le secundaban en todo lo que se le ocurriese a su retorcida cabeza para evitar que descargara la ira contra ellas. La conocían bien. Heleentje no tenía amigas, tenía súbditas con ausencia de personalidad para plantarle cara que la obedecían.
La pregunta fue directa y la risita de sus dos acompañantes auguraba que tramaban algo y que yo era la manzana que Guillermo Tell puso sobre la cabeza de su hijo.
Pasé de largo con indiferencia mientras en mi cerebro se activaba una luz roja que indicaba que un peligro inminente me acechaba y no se apagaría hasta que Heleentje llevara a cabo su plan.
-Sancha.
La hermana Justine apareció en el vestíbulo. Exhorta en mis cavilaciones la oí la segunda vez que mencionó mi nombre. Hasta el momento solo había oído un rumor lejano al que no hice caso.
-La madre Ingeborg quiere verte.
Me extrañó que la madre quisiera hablar conmigo en día de descanso, pero no asocié la inquina que me dispensaba Heleentje con el hecho en sí. Me inquieté unos segundos. Tal vez tenía que comunicarme un mala noticia.
-¿En casa está todo bien?
Pese a desafecto que sentía por los Van Heley, el mismo que recibía por su parte, mi preocupación era sincera. Mi aspiración a ser independiente no pasaba porque el matrimonio desapareciera. Años más tarde entendí que no había lugar en el mundo al que huír de su supremacía y esperé pacientemente a que la naturaleza siguiera su curso.
-Acompáñame, nos esperan.
Percibí cierta conmiseración en el rostro de sor Justine, no la suficiente para que se apiadara de mí y me adelantara la razón por la que no encaminábamos al despacho de la abadesa un domingo por la tarde.
Constaté que mis tutores no habían sufrido ningún infortunio, al atravesar las jambas detrás de la hermana. Sentados delante de la directora del centro, los Van Heley me miraron con gesto grave y crítico.
Estaba a punto de descubrir hasta que punto era perversa Heleentje.
Pérfida.
ResponderEliminarUn beso.
Más de lo imaginado por nadie.
ResponderEliminarUn beso.
Sancha.