La fina cortina confeccionada de multitud de gotitas de agua caía sobre la piel descubierta como cuchillos de pico.
El Temple es un café con fachada victoriana de madera verde envejecida a escasos doscientos metros del hostal que recorrí despacio.
Exceptuando que era morena y joven, según la descripción de Trini, no tenía mayor detalle del aspecto de Patricia Ruíz de Azua. Me adelanté a la hora señalada para esperarla y que fuera ella, que conocía a mi hermana, quien se acercara a mí y no ponerme en evidencia si no la reconocía llegando después que ella.
Entré en el café deseando que acabase el encuentro con la desconocida. En la barra dos hombres con trajes tomaban café, probablemente trabajaran en alguna de la oficinas de la inmediaciones; una chica sentada en un taburete mantenía una conversación acalorada a través del móvil delante de un zumo de melocotón, según el etiquetado del envase y a pocos metros de ella, una pareja mayor comía churro sumergidos en lo que supuse sería café.
La mitad de las mesas estaban ocupadas. Eché un vistazo para elegir un sitio cerca de la ventana. En el barrido visual que hice, una mujer con los rasgos de Patricia me saludó con la mano. Se había adelantado aún más que yo a la cita. Me dirigí hacia ella repitiéndome que debía ser parca en palabras para que no sospechara que era una impostora y estaba suplantando a mi hermana... ¿Sabría que su conocida tenía una gemela?
Sopesé no acudir a la cita la noche anterior presa de un ataque de nervios, temerosa de cometer algún error que me delatara, pero la imperiosa necesidad de saber algo sobre mi familia fue decisiva para estar allí, con la ansiedad estrangulándome la garganta.
Se levantó titubeante y me dio dos besos. Intercambiamos una breve sonrisa y un hola tímido por ambas partes. Parecía más nerviosa que yo. Un camarero me preguntó que iba a tomar. Tenía el estómago revuelto y ausente de alimentos. Pedí un café con leche.
Patricia rompió el silencio en que nos sumimos tras el saludo inicial.
-Te extrañará que quisiera quedar contigo, al fin y al cabo no somos amigas y lo único que hemos tenido en común es a Gonza. Ni yo misma lo sé. Te he visto salir varias mañanas seguidas del mismo hostal cuando paso por delante con el coche. Mi fisioterapeuta tiene la clínica cerca de aquí. La primeras veces que te vi no estaba segura de que fueras tú, pareces distinta, pero imagino que después de por lo que has tenido que pasar ha cambiado tus prioridades -dio varias vuelta a la taza sobre el platillo-. Gonza me comentó que no eras la misma... No le he comentado que nos íbamos a encontrar, tampoco estaba segura de que fueras a venir, pero aquí estás -su sonrisa me latió sincera-. Me alegra de que lo hayas hecho y que podamos tomar un café juntas... Cuéntame ¿cómo estás?
Cogió la taza de café con ambas manos y se la llevó a los labios visiblemente más relajada después de haber roto el hielo.
Estaba confusa. Mi gemela había pasado por una situación delicada que le había cambiado en algún sentido y un hombre llamado Gonza que tenía en común con Patricia, a quien ésta le había ocultado el encuentro conmigo, le había sugerido que ya no era la misma de antes... ¿De antes de qué?
La respuesta fue genérica.
-Adaptándome a la situación.
-No te juzgo por lo que sucedió. Fue un accidente.
-¡Fue sin querer! -me exalté recordando el apartamento de Apollobuurt -Mi intención no era que las cosas se diesen así.
-Lo sé, querida.
NOTAS DE INTERÉS
Apollobuurt: barrio de Amsterdam, en el districto de Amsterdam - zuid. Las calles llevan nombres de leyendas griegas, compositores y pintores.
Si alguna vez me refiero a ti como "querida", puedes darme con canto en los dientes.
ResponderEliminarUn beso.
Espero no tenerlo que hacer nunca.
ResponderEliminarUn beso.
Sancha.