sábado, 29 de mayo de 2021

21.- La nota



    Era cerca de la una de la tarde cuando volví al hostal. Trini continuaba en la recepción como la había dejado al marcharme. La segunda lectura de "Memorias de una jeta" que hacía tomando notas para la traducción me estaba generando un estado de ansiedad inexplicable. Aún conociendo la historia de la lectura anterior, notaba malestar en cada línea que leía llegando incluso al bloqueo. Con esta inquietud me dirigí hacia las escaleras para subir al primer piso sin darme cuenta de que Trini me llamaba. La miré desconcertada por mis abrumadores pensamientos
    -Han dejado esto para ti.
    Me entregó la hoja de una agenda doblada por la mitad. La inquietud aumentó. Desde que salí de Amsterdam vivía de sobresalto en sobresalto. En Madrid no había hallado la tranquilidad que necesitaba para digerir lo sucedido apenas cuatro días atrás. Tampoco sabía cuánto tiempo transcurriría antes de que la politie descubriera mi paradero.
-¿Quién?
    -Una mujer joven con el pelo moreno. Entró poco después de que te marcharas. De milagro no os cruzáis.
    Desdoblé el papel manuscrito y firmado:

"Te espero mañana a las diez en "El Temple".
Patricia Ruíz de Azua.

Una punzada aguda me agujereó el estómago vacío y las piernas se tornaron endebles. De no haber estado apoyada en el mostrador habría perdido el equilibrio. Apenas podían sostener mi peso. Las emociones me consumían la energía.
-Te has quedado blanca, niña -Trini fue a buscar un vaso de agua del dispensador que tenía detrás-. Bebe poco a poco... ¿malas noticias? 
No supe que contestar. Mi cabeza era una olla exprés donde los pensamientos bullían incesantes. Ignoraba quien era Patricia pero ella parecía conocerme o creía que me conocía.
-¿La mujer que le ha dejado la nota ha mencionado mi nombre?
-Se ha referido a ti por tu apellido... Ven, vamos a sentarnos un momento, criatura. Estás muy delgada, normal que te den bajadas de tensión.
Me acompañó sujetándome del brazo a los sillones azules del vestíbulo rectangular.
-Anda acábate el agua. Te llevaré a tu habitación y luego te subiré comida. Seguro que Cándida ha preparado algo... No habrás probado bocado en toda la mañana... si es que los jóvenes hoy en día con cualquier cosas pensáis que estáis apañados y hay que comer bien... Bebe, bebe... Ya tienes otro color... ¿Estás mejor?
-Sí, gracias Trini -puse mi mano sobre la suya para tranquilizarla y sonreí sin ganas-. Puedo subir a la habitación sola. Ha sido un pequeño vahído.
Me levanté fingiendo estabilidad motriz aunque la debilidad seguía rigiendo mi cuerpo, que pesaba toneladas.
-Si te encuentras mal, avísame.
Asentí con la cabeza. 

En la habitación saqué las fotos del sobre que guardaba en el primer cajón del escritorio y las miré una por una. Desconocía absolutamente todo de las personas que aparecían en ellas. No sabía si vivían en Holanda, ni qué relación tenían conmigo, a excepción de la chica rubia idéntica a mí. El parecido físico evidenciaba que compartimos placenta en el vientre materno treinta y ocho años atrás. Debieron separarnos después del accidente de nuestros padres. Deduje que ella quedó bajo la tutela de la hermana de nuestra madre, que por el parecido con la niña, debía ser la mujer de la foto y los Van Heley se hicieron cargo de mí. ¿Como se habría decidid el reparto? ¿Echaron a suertes nuestros destinos? ¿Por qué no crecimos como hermanas? ¿Aún viviendo en casas distintas, porqué no permitieron que nos relacionáramos como las hermanas que éramos? Demasiadas preguntas sin respuestas.
La única certeza es que tenía una hermana gemela. Lo demás era un misterio que necesitaba resolver para completar la historia de mí vida. La realidad era que no conocía cuál era esa historia.

Patricia me había citado confundiéndome con mi hermana, que o bien vivía en Madrid o había vivido alguna vez en la capital española, o tal vez se conocían de Holanda. Patricia Ruíz de Azua era la punta de hebra de la empezar a tirar para desenredar la madeja que Godelieve de Vries me había legado. 



domingo, 9 de mayo de 2021

20.- La cafetería



     -Señoritas Bakker y Van Heley, ¿se marchan sin saludarme?
    Una voz cargada de autoridad impostada nos detuvo a mitad de camino entre nuestras localidades y la salida de la sala magna de la facultad de medicina, donde había tenido lugar la conferencia.

    La semana anterior Diantha había dejado caer encima de la mesa de la cafetería que ocupaba tomándome un café caliente con una rebanada de pan untada de mantequilla y queso, donde la esperaba, el folleto de una conferencia de entrada libre, sobre medicina tropical. No entendí el desmedido entusiasmo de su llegada en una de las mañanas más frías de diciembre que estábamos teniendo ni porque no podía parar de sonreír todo el rato, como si la concavidad de su boca se hubiera congelado en una instantánea. 
   -Las infecciones tropicales no es un tema lo bastante motivador para que le dedica mi tarde libre de la semana.   
        Tomó asiente frente a mi con la sonrisa tatuada en la boca. Estudiaba ciencias farmacéuticas y los viernes era la única mañana que las dos empezábamos las clases a las nueve. Quedábamos una hora antes para desayunar juntas mientras nos poníamos al día de las vicisitudes de nuestra existencia, que por mi parte eran pocas o ninguna. Estudiaba y trabajaba, fines de semana incluidos, exceptuando la tarde de los jueves, que me permitía dedicarme unas horas de asueto.
    -Léelo bien.
  Insistió mientras le pedía al camarero un tazón de leche con roggerbrood cubierto de hagelslag. Fingí que lo leía. Nada llamaba mi atención. Deslicé el folleto en su dirección.
    -Aquí - me lo volvió a acercar tensando la sonrisa. Señaló lo que quería que viera-. Debajo de ponentes. Lee los nombres.
    Obedecí mostrando el mismo escaso interés de antes. Uno de los tres nombres de los ponentes me espabiló más que el café que tomaba. Miré a Diantha con el corazón galopante. Jenkin Brouwer aparecía otra vez en mi vida, cuando ya casi no pensaba en él. 
    -Tenemos que ir. Próximo jueves a las cuatro. No nos llevará mucho tiempo.
    -NO -pretendí mostrar firmeza pese al temblor en la voz. 
    -¿No tienes curiosidad por saber como está? 
    -NINGUNA -la corté tajante-. Después de aquello...
    -Te calumniaron.
    -La duda permaneció suspendida en el aire.
    -Él te creyó -Puso su mano sobre la mía-. Sé lo mal que lo pasaste, estaba contigo. Ir a la conferencia te servirá para afrontar ese episodio del pasado que te martiriza. No puedes estar avergonzada por algo que no hiciste, ni siquiera deberías estarlo si lo hubieras hecho. No es un delito, es instinto. Además en el St. Liselot también pasaron cosas buenas... la mejor de todas la tienes delante.
    Sonreí sin ganas. La expresión de su tez se dulcificó.
    Negué con la cabeza indecisa.
    -No nos verá, si es lo que te preocupa. Nos sentaremos en las últimas filas. Ningún ponente mira tan lejos que su exposición, salvo que sea un águila imperial. Acompáñame... Por favor.
    Cedí. Se lo debía por todos los veranos que pasábamos en Almere y por que sin su insistencia no me hubiera desinhibido nunca.

  
NOTAS DE INTERÉS
 
Roggerbrood: pan de centeno.

Hagelslag: virutas de chocolate puro, con leche, o blanco usado como decoración sobre una rebanada de pan untada de mantequilla o margarina. Merienda típica  en Holanda y en ocasiones desayuno.

 

19.- Confidencias


       Cándida es menos flemática e indolente de lo que transmite en primeras impresiones. Mostrarse apática forma parte de un mecanismo de defensa que complementa a una coraza de acero forjada a golpes de desengaños.

    Mastica chicle para templar la inherente predisposición que tiene a manifestar  su opinión sobre conductas, que a su modo de ver no tienen razón de ser, atribuidas a las personas con las que se relaciona en el ámbito laboral o en el plano personal. Aunque su carácter abigarrado me imponía respeto hasta el extremo de temerla por no saber manejarme de conflictos, dos días bastaron para reconocer a la mujer sensible que escondía Cándida.

    Me arropó con calidez, en su condición de madre que ampara al hijo débil, sospechando que mi apocamiento obedecía a la circunstancias adversas en la que estaba sumida. Para ella que no tuviera a nadie en el mundo y que estuviera tan sola era una desgracia. Al menos ella contaba con el cariño de sus tres hijos, aunque solo uno de ellos viviera en la capital. Desconocía que a quienes consideraba mi familia vivían lejos y desde la distancia me hacían sentir que podía contar con ellos, a pesar de que no lo hacía para no preocuparles. 

    -¿Sabes que pienso? - Cándida meditó unos segundos con actitud filosófica- que somos lo que han hecho de nosotros, eso es -se pausó-. Podemos rebelarnos contra nuestras circunstancias, pero las cicatrices no mienten sobre nuestro sufrimiento. Las peores son las que cruzan el alma.
    Esto me lo dijo mientras lijábamos, taco en mano, un viejo baúl de madera con aristas de hierro después de que el día anterior, Cándida aplicara un producto para evitar la aparición de carcoma. Eliminar cualquier resto de óxido o suciedad era imprescindible para posteriormente pinta la superficie, me contó transmitiéndome su entusiasmo por ver terminada la pieza. La propietaria de Hostal Cándida, era una apasionada de la restauración de muebles y en el patio de la casa había hecho un cerramiento de aluminio donde instaló un pequeño taller. Ayudarla me distraía. 
    -Supongo que te pusieron tres nombres porque no sabían por cual decidirse y así todos contentos... -me pidió la tarjeta identificativa al reservar la habitación la mañana en que llamé a  su puerta -Son nombres pelín antiguos... se nota que tu familia es de pelegrí.
    Se llevó un desengaño cuando le conté que al perder a mis padres en un accidente de tráfico, pocos meses después de nacer, los Van Heley se hicieron cargo de mí internándome en un colegio de monjas. La familía con pelegrí que Cándida imaginaba se deshizo de mi porque estorbaba. Mi mirada huidiza y la resignación de la voz fue suficiente para que mi interlocutora entendiera y justificara mis reservas. Conjeturó que si no me relacionaba con otras personas ni me abría a las pocas que conocía en Madrid, tres a lo sumo, era porque temía que me hiriesen si descubrían mis puntos flacos. Ni por asomo podía imaginar que la discreción que me antecedía se debía a lo que le había hecho a Jenkin sin querer.

    -El padre de mis hijos me la pegaba con otras mujeres -soltó de pronto convirtiéndonos a ambas en confidentes-. Aprovechaba los días que estaba en ruta con el camión para calentar sábanas ajenas. El canalla esparció su simiente alegremente por medio país. Un sinvergüenza -se rió ruidosamente para amagar la amargura que le traían los recuerdos-. El día que le eché de nuestras vidas se le cayó el billetero mientras recogía sus miserias. Lo encontré barriendo al pie de la cama. Mi primera intención fue tirarlo por la ventana, no quería nada suyo en casa, pero algo hizo que lo abriera y curioseara. Era veintidós de diciembre. Estaba escuchando el sorteo de loteria - la añoranza hizo asomar una sonrisa a su rostro-. La excitación en la voz de los niñitos de San Idelfonso indicaba que había salido un premio importante. Dentro del billetero encontré algo de dinero y varios décimos. Le gustaba jugar. Los niñitos cataron el número premiado tres veces. La segunda vez, me entró un tembleque por todo el cuerpo... me acerqué a la radio. El gordo había caído en uno de los décimos que tenía en las manos. Me eché a reír y a llorar sin ton ni son. Había perdido un marido, a dios gracias, pero no tendría que preocuparme por alimentar a mis tres hijos... Mi apuesta fue esta casa que compré y transformé en hostal. Esa misma tarde le devolví el billetero.
    -¿No le preguntó por el décimo? 
    -Se olería algo, seguro. No destacaba por lumbreras, precisamente, pero para atar cabos no hace falta una diplomatura. Una de las veces que vino a ver a los niños, al irse me dijo que la separación le había salido muy cara y no se refería a no poder vivir con sus hijos... Todo eso ya es agua pasada. Se buscó lo que encontró.

    Cándida se abrió aquella tarde tanto ante mí, que tuve la tentación de contarle lo que me atormentaba desde el día anterior. No sabía qué pensar sobre las fotografías que Godelieve me legó cuando ya no podía pedirle explicaciones y me reconcomía que el gesto estuviera promovido por una de tus tretas... ¿Mis padres me habrían abandonado? La foto familiar estaba tomada cuando teníamos cuatro años. Si la pareja que aparecía con la niña eran mis padres, el accidente de tráfico fue una invención maquiavélica de los Van Heley. ¿Mi hermana sabía que tenía una gemela? ¿nos separaron después del accidente? Los interrogantes se sucedían uno tras otro. Tenía que averiguar qué había pasado y afrontar la realidad aunque me destrozase. El accidente de Jenkin pasó a un segundo plano. Sabiendo que probablemente tenía una familia, no hallaría paz sin conocer la verdad.