Rescato de la memoria sensaciones agradables en momentos de preocupación o inquietud para distraer la mente de pensamientos reiterativos infértiles. La mayoría de esas sensaciones están asociadas al primer verano que pasé en Almere. Aspirar la brisa marina por primera vez me fascinó. Inundé los pulmones de una corriente fría y refrescante que luego despedí por la boca lentamente. Aprendí a respirar de una forma pausada y serena.
No había estado en una playa hasta ese verano. Ni siquiera tenía bañador. Godelieve y Huub no hubieran autorizado que usara una prenda vulgar como un trozo de licra ceñida al cuerpo.
Diantha me prestó uno de los suyos y me convenció de que me pusiera unas bermudas y una camiseta de tirantes. Al mirarme al espejo con aquella indumentaria sentí vergüenza y pudor al pensar que saldría con tan poca ropa a la calle. Dejaba al descubierto demasiada piel. Piel de leche a la que los rayos de sol daban poco alcance.
-Al fin pareces una chica de nuestra edad. No te irás de Almere sin ponerte un bikini.
Estábamos en la habitación que compartía con Diantha delante de un armario empotrado blanco lleno de ropa hasta los altillos.
-Los bikinis son ropa interior. Es lo mismo que ir desnuda.
-Conozco una cala nudista... Podemos ir si te vas a sentir más cómoda. Allí nadie se fija en nadie porque lo natural es mezclarse con la naturaleza sin complementos.
Me sonrojé provocando la carcajada de mi amiga. Disfrutaba ruborizándome. Fuera del internado vestía como quería y salía sin dar excesivas explicaciones a sus padres de las cosas que hacía cuando no estaba en casa. Confiaban en ella. Me había enseñado fotos de sus vacaciones de otros años en las que posaba con un grupo de chicos y chicas, a veces abrazados a ellos y siempre sonriente. Para ella era lo normal, para mí una utopía.
-Sancha -puso las manos sobre mis hombros adoptando un temple serio- aprovecha estas semanas para vivir como te gustaría hacerlo. Descubre qué te hace feliz. Actúa según tu criterio y no el de los demás. Sed tú cuando te encuentres y ¡disfruta!
Lo hice.
Acepté un trabajo por las tardes dando clases particulares de refuerzo a los mellizos Smits, hijos de los vecinos de los Bakker en Almere, que Diantha rechazó alegando que iba a estar muy ocupada y sugirió a la familia que como yo estaba disponible podía suplirla alegando que los pequeños de ocho años asimilarían las materias con un método de enseñanza dinámico que les motivaría a querer aprender por curiosidad y no por obligación. Las expectativas con las que los Smits me recibieron en su casa eran elevadas después de que Diantha les hablara de unas cualidades que desconocía que existieran en mí, que temí no cumplir y que me consideraran un fraude. No fue así. Mi amiga me infundió la confianza para que empezara a creer en mis capacidades.
De lunes a viernes, dos horas al día, disfruté de la compañía de dos díscolos mellizos con los que me encariñé enseguida. Mi primer empleo remunerado hizo que me atreviera a soñar. Al año siguiente cumpliría la mayoría de edad y los Van Heley no me podrían retener en su casa si decidía vivir en otra parte. La ley me amparaba.
Imaginé un apartamento pequeño cerca de la universidad, o no demasiado alejado para poder ir en bicicleta, que compartiría con otra estudiante para sufragar los gastos. Pondría un anuncio en el tablón de la recepción de la facultad. Vestiría y me peinaría como me apeteciera, transformándome en una persona distinta a la que me habían obligado a ser. Se terminarían los uniformes y las imposiciones. Estaba despertando de un largo letargo con la impresión de que mi vida había empezado justo cuando puse los pies en el interior del coche de los Bakker, rumbo a Almere.
Algunas noches no reuníamos con compañeros de la asociación que formaban parte del grupo de amigos de Diantha, comprábamos un refresco o un helado y nos lo tomábamos sentados en la arena de la playa frente al mar. Mientras la conversaciones y las risas se sucedían en mi estómago brincaban saltamontes. Me sentía plena conmigo misma. Eso era la felicidad.
Siem, que nos acompañaba en nuestras salidas nocturnas, era profesor de matemáticas en el colegio Echnaton de Almere, tenía veinticinco años y quería ser padre.
Echnaton: escuela pública en Almere, que combina la formación con el deporte, una alimentación saludable, el descanso y el relax, priorizando un aprendizaje divertido que motive al alumnado para la obtención de buenas calificaciones.
Te he conocido después del encuentro contigo misma. Conservas la sensibilidad de la antigua Sancha y tienes fortaleza de la que pensabas que carecías.
ResponderEliminarUn beso.
Conoces a mi yo sin encubrimientos.
ResponderEliminarUn beso.
Sancha.