domingo, 7 de enero de 2024

94. Hermanas

 

    Al día de haber conocido a mi con mi hermana en la mansión, Daniel desayunó en la cocina del bajo. Había tenido turno de noche y nos sorprendió a las ocho de la mañana a su madre y a mí, con unos bollitos de leche comprados en una panadería, que aún estaban calientes. Cándida se los comió untados de mantequilla y mermelada de frambuesa que aún conservaba del puesto de el Cuyp; Daniel prefirió rellenarlos de jamón cocido y yo los tomé mojados en la leche caliente. El frío de Madrid era menos intenso que en Ámsterdam. 

    En invierno alcanzábamos los bajo cero grados al amanecer. Me abrigué con un jersey de lana con cuello de cisne y el abrigo una talla más grande que compré para proteger a mi pequeña de las bajas temperaturas.
    En la recepción Trini me dio un sobre cerrado a mi nombre que un mensajero había dejado minutos antes.  Descarté que la misiva proviniera de Patricia Ruíz de Azua,  citándome otra vez. Desconocía mi identidad. Lo abrí allí misma con curiosidad. 

    "El viernes a las 10.00 h., te recogerá un taxi.
       Prepara equipaje para dos días.

             Federico Osorio."

Faltaban dos días para el viernes. Me guardé la nota en el bolsillo y aguardé a que Claudio Isasi bajara de su habitación para ir juntos un tramo del camino. Los días que nuestro horario coincidían, dos a la semana, lunes y miércoles, nos acompañábamos hasta la esquina del final de la calle, donde él cruzaba el paso de peatones para ir al instituyo y yo giraba hacia la biblioteca. Las conversaciones que manteníamos y  que la mayoría de las veces versaban los autores clásicos, me mantenían despierta y agilizaba mi mente incluso cuando dormía poco. La noche anterior sólo pensaba en Cintia y en el recuerdo de su niñez que nos relató pausadamente, ordenando la sucesión de los hechos en su cabeza.
-En casa hay una habitación cerrada con llave. Está al lado de mi dormitorio. Es la única puerta que tiene cerradura. No le daba importancia ni me parecía raro no haber entrado nunca allí... Lo consideraba un trastero donde almacenar las cosas que no se usan. Al verte -me miró lanzando un suspiro que denotaba que estaba asimilando la situación- me ha venido a la cabeza una mañana. Era temprano, fin de semana... me despertó el llanto de una mujer dentro de esa habitación pegada a la mía y la voz de un hombre. Eran mamá y papá consolándola. Tenía ocho años. Me levanté de la cama y pegué la oreja a la pared. Apenas entendí algunas palabras, frases sueltas... mamá se refería a mi niña, lamentaba su pérdida. Papá mencionó mi nombre, creo que le dijo que yo la necesitaba fuerte, que no podía fustigase por lo que ya no tenía remedio. Pensé que se referían a una hermana mayor que yo porque no recordaba haber visto a mamá embarazada - esbozó un sonrisa agridulce-. Pero esto no podía imaginarlo. Una hermana gemela. Un día como hoy nacimos y nos separaron... Todo cobra sentido... Creía que me consentían y me daban caprichos para compensar que fuera hija única, sin embargo trataban de superar tu ausencia. Transformaron el dolor que les oprimía en amor hacia su hija viva para sobreponerse a una pérdida que siempre ha sido una segunda piel para ellos.
   Cuando terminó de hablar a ambas nos resbalaban las lágrimas por las mejillas. Federico las contuvo en el borde inferior de los párpados inferiores. Nos teníamos que conocer. Las relaciones personales, indistintamente de su naturaleza, se construyen con tempo y voluntad.
    El encuentro terminó con un abrazo y una promesa: volver a vernos. 
  


No hay comentarios:

Publicar un comentario