sábado, 4 de noviembre de 2023

88. Infancia

    Daniel permaneció cinco días más en Badhoeverdrop, al sexto por la mañana temprano le despedí en el aeropuerto, donde tomó el vuelo de regreso a Madrid. Lejos de sentir alivio, me invadió una extraña sensación de desamparo. Su misión en Paises Bajos había terminado y yo volvía a estar sola. El tiempo que había estado en casa me había cuidado y protegido incluso de mis propios pensamientos.

    Tracé un itinerario que a él le valió para conocer un poco para la tierra donde siempre pensé que había nacido y a mí para mirar de frente el pasado y darle carpetazo. No es posible avanzar en el presente si los recuerdos te anclan a tiempos pretéritos.
    Le mostré la antigua residencia de los Van Heley en Willemspark, uno de los barrios más exclusivos y lujosos de Ámsterdam. La casa conservaba la majestuosidad de antaño, sin embargo estar delante de ella me produjo ninguna sensación de rechazo. Las bungavillas que lo nuevos propietarios habían plantado a lo largo del muro de piedra que separa la propiedad de la calle y las ventanas abiertas de par en par, impensable en otra época, desplazaban el aire sombrío de a finca y la dotaban de una vida inusitada.
    -Aquí empieza mi historia.
    Daniel repasó la fachada de este a oeste y de norte a sur despacio.
    -Tus abuelos estaban forrados.
    -Eran las personas más pobres que he conocido nunca, incapaces de mostrar afecto o cariño hacia otra persona. 
    Callejeamos por Museumkwatier mezclándonos con los turistas que en verano visitaban la ciudad y terminamos en la periferia, frente al St. Liselot Kathoelieke College.
    -Mi hogar sin duda. Aquí aprendí a hablar el español gracias a la profesora Alicia, que dedicaba parte de su tiempo libre en enseñarme el idioma.
    -Y luego te hiciste monja.
    -Eso pasó mucho después. Antes viví.

    El día en Almere fue espléndido. Comimos unos sándwiches en el Bos der onverzettelijken sentados a los pies de un árbol centenario con el tronco lo bastante ancho para acoger nuestras espaldas. Al caer la tarde, cuando la mayoría de bañistas se marchaban, nosotros buscamos las caricias tibias de las olas y contemplamos como anochecía a sus orillas, con la piel desprendiendo el aroma del salitre.
    -En esta playa me deshice de miedos e inseguridades y me atreví a ser quien quería -una sonrisa amarga, que no le pasó inadvertida a Daniel, se acomodó en mis labios.
    -Sólo que...
    -Sólo que al regresar a Ámsterdam me oculté tras quienes los Van Heley esperaba que fuera. Al menos supe que vivir de otra manera era posible y que algún día lo haría. 
    
    En Lisse me di cuenta de lo poco que conocía la ciudad y me prometí que volvería para visitarla en profundidad. Los años en Santa Coba, que siempre consideraré mi refugio y remanso de paz, salí en contadas ocasiones al exterior. Fueron años de recogimiento en los que no eché de menos ver la calle o tener contacto con otras personas que no fueran las hermanas de la congregación. 
    Sor Gabriëlle nos mostró complacida y orgullosa la nueva variedad de tulipanes que cultivaban en la abadía, con pétalos azules ribeteados por un tono celeste.
    Me despidió con un largo abrazo y un susurro al oído.
    -Me alegra que hayas encontrado tu lugar.
    La miré desconcertada. Mi vida había cambiado en muchos aspectos, pero no había alcanzado la estabilidad que necesitaba.
    -Aún sigo perdida en el camino.
    -Si abres los ojos verás lo que tienes delante.
    Negué con la cabeza al percatarme de que se refería a mi acompañante.
    -Créeme, lo es.
    Gabriëlle fue contundente. Ella veía intuía y se manifestaba, sin tener en cuenta las circunstancias. En el fondo deseé haber encontrado ya mi lugar, aunque no fuera Daniel.
    

 

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