-Llegué a Madrid huyendo de Ámsterdam... -miré a Cándida. No me creyó cuando el segundo día le confesé lo que iban a saber todos-. Es verdad que tiré a mi amante por el balcón por accidente.
-No me lo puedo creer... no era broma.
-Quedamos en el apartamento donde nos encontrábamos. Yo quería terminar la relación. Él estaba casado y yo cansada de esperar a que se divorciara de su mujer. Sin querer derramé una copa de vino sobre su camisa -en mis recuerdos rescatados de esa tarde, Jenkin hacía aspavientos con los brazos haciendo alusión a mi torpeza. Percibir otra vez su frialdad me entristeció-. Se enfadó. Mientras buscaba algo con que limpiar la mancha, salió al balcón sin que me diera cuenta. Al pasar por delante de la puerta abierta la empujé ignorando que él estaba afuera... Oí un grito desgarrador. Fue horrible- las manos empezaron a temblarme-. Me asusté mucho. Si la policía me encontraba allí, pensaría que la caída había sido intencionada y me fui. Recogí algunas cosas de mi casas y tomé el primer vuelo que salía del aeropuerto... El destino me era indiferente. Así llegué a España.
Cándida me acercó un vaso de agua. Bebí poco a poco, intentando que el nudo que me oprimía el pecho disminuyera y que los pinchazos remitieran.
-¿Te largaste sin comprobar cómo estaba? -a Daniel le importó poco que estuviera a punto de sufrir una crisis de ansiedad. Lo que estaba escuchando para él era inaudito. Un acto cobarde.
-Entré en pánico. Al dejar el edificio por la puerta de atrás oí la sirena de la ambulancia, puede que fuera el coche policial, no lo sé y los murmullos de la gente.
-¡Madre de Dios! -Trini volvió a santiguarse.
-No sabía que estaba en el balcón -Cándida empatizó con las circunstancias con su mano acariciando mi espalda para insuflarme calor.
-No le prestó auxilio -el hombre de ley insistió.
-Estaba asustada -añadió Leonardo-. Cuando uno pierde el control sobre si mismo difícilmente puede actuar con sentido común.
-Las pesadillas... -Claudio se pronunció- durante varios días fueron constantes.
Asentí con la cabeza, más calmada, y el vaso entre las manos.
-Desde ese día mi vida es un calvario... las noches también -agaché la mirada antes de detenerla una migaja de hojaldre que solitaria pernoctaba encima del mantel-. No actué bien. Encadené un error tras otro... -bebí más agua-. Vuelvo a Ámsterdam para afrontar la situación. Tengo una familia a la que me gustaría conocer y voy a ser madre. No quiero vivir más tiempo con la incertidumbre de no saber qué pasará mañana.
-El miedo es irracional- adujo Isasi.
-Buen pretexto -Daniel se recostó sobre el respaldo de la silla cruzando los brazos a la altura del pecho.
-Si tuviera tu fortaleza mental no cargaría con lo que hice el resto de mi vida -mis palabras no le causaron mayor efecto que el de una carcajada irónica. A veces tenía la sensación de que se burlaba de mí.
-Fue una caída accidental -Sofía, a quien la noche le estaba dando ideas para una novela de intriga, acudió en mi rescate- El tipo se volvió loco y se cayó por el balcón...
-No le demos más vueltas... -Cándida estuvo sentada a mi lado desde que empecé a contarles ese hecho de mi vida que tanto lamentaba, mostrándome su apoyo-. Cielo, no te martirices más, a lo hecho pecho. Aclara las cosas en Ámsterdam y vuelve cuando quieras, en casa no te faltará una cama donde dormir ni un cocido que degustar.
-A Sofía y a mi nos complacería que visitaras El hidalgo cuando regreses.
-Con el bebé -añadió la biznieta-. Quiero conocerle.
Leonardo carraspeó.
-Si necesitas un taxista hablador como yo no encontrarás ninguno.
Sonreí levemente.
-Gustoso me desplazaría desde Salamanca para volver a cenar con todos vosotros -el profesor se atusó el bigote.
-¿Una infusión? -Trini se puso de pie como un resorte.
Todos se quedaron un rato más, excepto Daniel, que se marchó reflexivo.
En Madrid había hecho amigos, pero también tenía un enemigo
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