sábado, 7 de mayo de 2022

57. Punto de partida


                                                                                                Fue una coincidencia o un guiño del destino que el mismo día del mes de septiembre que ingresé en el convento, lo abandonara siete años más tarde. Desandé aquel primer pasillo con la hermana Gabriëlle, quien me recibió a la llegada y me acompañó a la salida hasta la pesada puerta de madera. Ponía fin al enclaustramiento voluntario que me libró de casarme con el monstruo que los Van Heley eligieron para mí.  
  -Sabía que llegaría este momento -la bondadosa Gabriëlle siempre lucía una sonrisa entrañable en la cara-. Tus ojos me desvelaron el día que llegaste que Santa Coba sería tu refugio pero no tu lugar -me abrazó inesperadamente durante seis segundos reconfortándome el alma.- Espero que el Señor te guíe para que lo encuentres.
    -Gracias hermana… –se me humedecieron los ojos. En la orden de las Jacobas solo utilizábamos el sustantivo hermana delante del nombre cuando nos referíamos a otra religiosa o en caso de ser novicia. Desde que tomara los votos, me dirigía a todas las hermanas por su nombre, exceptuando a la madre Myrtha, quien no perdía el cargo de directora implícito en madre. Volvía a ser laica – Gabriëlle.
    
    Con la puerta cerrada a mi espalda al mirar al frente sentí vértigo. Santa Coba constituía un micro mundo. El que tenía delante me aterrorizaba. Me insuflé valor para empezar a caminar hacia la calzada. Avancé.
    Me alojé durante un par de meses en el apartamento que Siem conservaba en Almere Stad. Estaba sola y necesitaba el calor de un amigo.
    La abadía de Santa Coba percibió una parte sustanciosa de la herencia de los Van Heley, que se fueron convencidos de que mi propósito de ser monja era firme. El resto de sus bienes no tuve conocimiento de a quien o quienes fueron transmitidos. El abogado de la familia no me desveló quien sería el nuevo propietario de la casa que había sido mi prisión durante años. Yo era su única heredera o al menos es lo que pensaba, pero no tuvieron a bien dejarme nada de forma directa, lo que me alivió sobremanera. No quería nada de ellos. El letrado me citó una mañana en su despacho para darme el sobre marrón con las fotos que no vería hasta años más tarde, en la habitación del hostal y me comunicó que si lo deseaba, uno de los pasantes del bufete me acompañaría a recoger efectos personales o recuerdos que quisiera conservar conmigo. Desestimé el ofrecimiento. No tenía intención de volver a esa casa.
    Durante mi estancia en Santa Coba recibía correspondencia de Diantha y siem, que me mantenían informada de los cambios que se producían en sus vidas. Podíamos hablar por teléfono una vez al mes. Eran conversaciones cortas, pero oír su voz me motivaba para seguir con mí plan. En primavera visitaban el convento con el pretexto de comprar unos tulipanes para verme.
    Mis amigos no hicieron preguntas cuando les dije que colgaba el hábito. Me abrazaron cuando llegué a Almere, contentos por la decisión tomada. Dieron por sentado que necesitaba tiempo para procesar los cambios que se producían en mi vida y confiando en que cuando estuviera lista les contaría que había detrás de los repentinos giros que le había dado a mi vida.
    -Estás donde tienes que estás -es la premisa con la que me recibió Diantha en la casa de Siem.
    Estaba en el punto de partida.



NOTAS DE INTERÉS

Almere Stad: distrito en el municipio de Almere, en la provincia de Flevoland.
                                                                            

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