Fue una coincidencia o un guiño del destino que el mismo día del mes de septiembre que ingresé en el convento, lo abandonara siete años más tarde. Desandé aquel primer pasillo con la hermana Gabriëlle, quien me recibió a la llegada y me acompañó a la salida hasta la pesada puerta de madera. Ponía fin al enclaustramiento voluntario que me libró de casarme con el monstruo que los Van Heley eligieron para mí.
-Sabía que llegaría este momento -la bondadosa Gabriëlle siempre lucía una sonrisa entrañable en la cara-. Tus ojos me desvelaron el día que llegaste que Santa Coba sería tu refugio pero no tu lugar -me abrazó inesperadamente durante seis segundos reconfortándome el alma.- Espero que el Señor te guíe para que lo encuentres.
-Gracias hermana… –se me humedecieron los ojos.
En la orden de las Jacobas solo
utilizábamos el sustantivo hermana delante del
nombre cuando nos referíamos a otra religiosa o en caso de ser novicia. Desde
que tomara los votos, me dirigía a todas las hermanas por su nombre,
exceptuando a la madre Myrtha, quien no perdía el cargo de directora implícito
en madre. Volvía a ser laica – Gabriëlle.
Con la puerta cerrada a mi
espalda al mirar al frente sentí vértigo. Santa Coba constituía un micro mundo.
El que tenía delante me aterrorizaba. Me insuflé valor para empezar a caminar
hacia la calzada. Avancé.
Me alojé durante un par de
meses en el apartamento que Siem conservaba en Almere Stad. Estaba sola y
necesitaba el calor de un amigo.
La abadía de Santa Coba
percibió una parte sustanciosa de la herencia de los Van Heley, que se fueron
convencidos de que mi propósito de ser monja era firme. El resto de sus bienes
no tuve conocimiento de a quien o quienes fueron transmitidos. El abogado de la
familia no me desveló quien sería el nuevo propietario de la casa que había
sido mi prisión durante años. Yo era su única heredera o al menos es lo que
pensaba, pero no tuvieron a bien dejarme nada de forma directa, lo que me alivió
sobremanera. No quería nada de ellos. El letrado me citó una mañana en su despacho para
darme el sobre marrón con las fotos que no vería hasta años más tarde, en la habitación del hostal y me
comunicó que si lo deseaba, uno de los pasantes del bufete me acompañaría a
recoger efectos personales o recuerdos que quisiera conservar conmigo.
Desestimé el ofrecimiento. No tenía intención de volver a esa casa.
Durante mi estancia en Santa
Coba recibía correspondencia de Diantha y siem, que me mantenían informada de
los cambios que se producían en sus vidas. Podíamos hablar por teléfono una vez
al mes. Eran conversaciones cortas, pero oír su voz me motivaba para seguir con
mí plan. En primavera visitaban el convento con el pretexto de comprar unos
tulipanes para verme.
Mis amigos no hicieron
preguntas cuando les dije que colgaba el hábito. Me abrazaron cuando llegué a
Almere, contentos por la decisión tomada. Dieron por sentado que necesitaba
tiempo para procesar los cambios que se producían en mi vida y confiando en que
cuando estuviera lista les contaría que había detrás de los repentinos giros que le había dado a mi vida.
-Estás donde tienes que
estás -es la premisa con la que me recibió Diantha en la casa de Siem.
Estaba en el punto de
partida.
NOTAS DE INTERÉS
Almere Stad: distrito en el municipio de Almere, en la
provincia de Flevoland.
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