Huub Van Heley era notario cuando contrajo matrimonio con Godelieve de Vries, hija de un empresario textil dedicado a la comercialización de tejidos en Ámsterdam.
Se conocieron una mañana de octubre de 1955 en el despacho de Huub. Godelieve acompañó a su padre a la firma de las escrituras de una parcela que había adquirido para ampliar el negocio. Él estrenaba la treintena, ella lo haría cuatro años más tarde.
No fue un flechazo. Ninguno de los dos podría haber presumido de tener un físico recurrente a simple vista. Huub destacaba por su altura, delgadez y ojos saltones en una cara alargada. Peinarse con la raya en medio favorecía poco su beldad. Godelieve tenía finos labios, la nariz chata y un pelo rizado indomable. A sus veintiséis años había tenido dos pretendientes dispuestos a obviar su carácter austero en detrimento de franquearse la confianza del suegro con miras a ponerse frente a la gerencia de la fábrica de telas, cuando éste se jubilase y administrar sus bienes. Nada de eso ocurrió porque Godelieve, tan astuta como remilgada, no atendía a palabras edulcoradas.
Al mirarse notario y heredera supieron que se interesaban. El amor, si acaso, llegaría con el tiempo, por lo pronto lo que inundaba sus corazones de generosidad era la conveniencia. Se casaron en la iglesia de St.Vincentius, en Edam-Volendam dos años después del primer encuentro, donde la novia había nacido y se había criado hasta los diez años, antes de que la familia de Vries se trasladara a Ámsterdan. Ewout Van Heley, su único hijo, nació al año y nueve meses de convivencia. La genética de sus progenitores le esquivó, pues no guarda parecido con ninguno de los dos y creció como un niño aparente. Ewout es mi padre.
Los Van Heley no me quisieron. No mostraron ningún afecto o cariño hacia mí, ni siquiera cuando enfermaba o estaba triste. Ni un solo gesto que denotara que éramos familia y no extraños. Entre ellos el desapego se imponía tintando sus vidas de amargura. No sé si la pérdida de su hijo les sumió en un dolor del que no pudieron o no quisieron salir, pero en la casa de los Van Heley, austeridad y parquedad gobernaba cada una de las estancias.
Con casi cuatro años me internaron en el St. Liselot Katholieke College y solo me toleraron durante las vacaciones de Navidad, primavera y verano, en las que me permitían salir al jardín cuando la palidez de mi piel parecía enfermiza. El resto del día lo pasaba encerrada en la habitación y sujeta a estrictas normas de conducta. Les estorbaba. La animadversión que desarrollé hacia ellos aumentó al tiempo que me hacía mayor.
Se ocuparon de educarme cuando mis padres perecieron en un accidente de tráfico a las pocas semanas de nacer. Solo recuerdo que los mencionaran dos o tres veces y por lo que percibí en esas raras ocasiones, mi madre, su nuera, no era santo de su devoción. Sin haberla conocido, ni siquiera visto en alguna fotografía que hubiera de ella con mi padre en la casa, la quería solo por la inquina que los Van Heley le dispensaban. Debió ser una mujer extraordinaria si liberó a mi padre del despotismo sus padres. La "españolita" como se refirieron a ella una vez, les separó de su hijo. Nunca se lo perdonaron y me castigaron con su indiferencia por haber pernoctado en su vientre. Esa es la teoría que ideé para justificar lo injustificable.
Ignoraba si tenía parientes por parte materna y en caso de que así fuera, si conocían mi existencia. Toda referencia a mis orígenes estaba vetada. El aislamiento del que fui víctima era desconcertante. No tenía absolutamente ninguna información sobre mis padres: cómo eran; dónde vivían; a qué se dedicaban; cuándo tuvieron el accidente; dónde descansaban... y preguntar asaltada por la inquietud que desata el desconocimiento era pretexto para una amonestación.
-Esfuérzate en cumplir con tus obligaciones y no malgastes el tiempo en atribuciones que no te competen.
Mis padres no eran asunto mío. Me habían traído al mundo, deseaba fervientemente que con ilusión, no obstante debía desentenderme de ellos porque los Van Heley los habían borrado de nuestras vidas.
No les quise aunque me hubiera gustado hacerlo, ni sufrí su pérdida. No les echo de menos y pensar en ellos me da escalofríos.
No sufrí su pérdida.
No quisieron a su nieta, el legado de su único hijo. Era lo que les quedaba de él pero me vivieron como una condena. Era su castigo. Conservaron las apariencias de puertas para afuera y me acogieron en su casa como obra de caridad para ganarse el cielo, aunque estarán ardiendo en el infierno.
Cuando Godelieve de Vries se fue, cinco años después de que Huub Van Heley lo hiciera, sentí liberación y colgué el hábito. Lo tenía decidido desde que tomé los votos monásticos. Esperé pacientemente a que llegara el día en que el último de ellos emprendiera el viaje más largo para empezar a vivir sin el yugo que suponía su existencia. Tenía veintinueve años y era libre.
NOTAS DE INTERÉS
Edam-Volendam: municipio en la provincia Holanda septentrional, a orillas del lago Ijsselmeer, a una distancia aproximada de 20 kilómetros de Amstedam.
Sint-Vincentiukerk: iglesia católica de estilo neobarroco construida en 1.860 con la finalidad de cubrir las necesidades religiosas de los habitantes de Volendam, que tenían que desplazarse hasta Edam para oír los oficios.
St. Liselot Katholieke College: licencia inventiva de la autora.
Vaya abuelos. Esos son de los que dicen a los niños que los Reyes Magos son los padres. No parecían muy buena gente.
ResponderEliminarSaludos.
Posdata. Revisa el texto, tiene algunos errores. Al menos dos palabras equivocadas: "vivieron" y "calidad".
Hola Uno:
EliminarEn Holanda celebramos la llegada de Santa Claus.
Los abuelos solo ordenaban.
Saludos.
Sancha.
Pd: Calidad es un error tipográfico ya corregido. Agradezco la observación.
El empleo de "vivieron" hace referencia al modo en que los abuelos me asimilaron en sus vidas. Es correcto.
Podría considerarse que tu infancia no fue sencilla, pero dado el carácter agrio de los abuelos, internarte en el colegio fue lo mejor para tí.
ResponderEliminarUn beso.
Me ha llevado un tiempo convencerme de que así es.
EliminarUn beso.
Sancha.